Me hablaba. Y yo le escuchaba, le sonreía. No me callaba. Con la madurez suficiente para protegerme y con la dulzura de un niño. Una caja de misterios. Me sorprendía a cada paso que daba, si quizás me esperaba la seriedad más absoluta aparecía con esa sonrisa. Y no sabía qué me iba a decir, pero siempre le escuchaba. Y le hacía caso, cuidaba de mi. Las carcajadas eran algo necesario como respirar. Nos reíamos como borrachos hasta que nos faltaba el aire. Y el miedo del qué ocurrirá dentro de poco. O dentro de mucho. Pero con la curiosidad de encontrar la felicidad. Me despertaba a cosquillas y me dormía a besos. Y me cantaba al oído canciones que nunca había escuchado pero que me encantaba escuchar de sus labios. El misterio que él guardaba a cada paso que daba me encantaba más y más. Qué tendría su sonrisa que provocaba la mía.