RECUERDO A NUESTROS EMIGRANTES
No quiero pasar por alto el escrito que nos puso PISAERA sobre la emigración, sacado del baúl del padre de un amigo, y encabezado con la frase: “Ayer fuimos marroquíes”.
Viendo esas viejas maletas a muchos de nosotros nos manan recuerdos inolvidables. Para mí verlas es sinónimo del éxodo rural de la España de los años 50/60 y que tanto afectó a nuestra tierra. La corriente migratoria que se generalizó en gran parte del país, y especialmente en Extremadura, dirigida del campo a la capital de la provincia, y sobre todo a la regiones y provincias industrializadas, como Barcelona, Madrid y País Vasco, y también a los países industrializados de Europa, no pasó de largo por nuestro querido pueblo.
Recuerdo aquellas pesadas maletas de maderas, de las que aún conservamos algunas en casa, con las iniciales del nombre y apellidos de mi padre, grabadas con esmero en letras góticas indelebles al paso del tiempo, y que algún paisano del pueblo esculpió en la madera como jamás lo haría el mejor de los artistas talladores.
Recuerdo aquella rígida maleta, capaz de mantener impolutamente planchado el traje del jornalero que se despega de la tierra, ¡qué tremenda paradoja!. Encintada con anchas correas de cuero y hebillas oxidadas, o, simplemente, reatadas con cuerdas de pita para que no se abriese por el camino. El tío Frasco “cacholi”, el del taller, alguna vez la reforzó con listones de madera para darle mayor resistencia al desgaste y a los golpes, que sin duda tendría en el ajetreo del largo viaje de vuelta a Holanda, después de unas pequeñas vacaciones en el pueblo con la familia, de igual forma a como el herrero herraba las caballerías y las ponían a punto para la vuelta al trabajo.
Seguro que en ella viajó el acordeón desenfundado que me trajo mi padre de Holanda, envuelto entre la ropa y alguna que otra toalla, alfombra o tapiz que le traía a mi madre de recuerdo. También otros preciosos y modernos juguetes de la época, que aún conservo, y que jamás llegué a estropear, porque la nostalgia del recuerdo familiar se impuso a la ilusión del juguete, llevando implícito ese sentido de conservación.
También las hubo un poco más elegantes, sin llegar a ser aquellas otras ostentosas, de cuero y madera policromada. Eran, simplemente, de cartón duro, forradas incluso con tela, que disponían de refuerzos de madera, a modo de cuadernas de embarcaciones, rematadas con cantoneras metálicas y asa de cuero. Todo un lujo. Elegante maleta de cartón, acompañante fiel cogida de la mano, capaz de transportar en el silencio los recuerdos de una fría fotografía de los seres queridos que dejas atrás y capaz de albergar en su interior las escasas pertenencias personales de toda una vida.
Cuántos trasbordos de trenes habrán realizado, en cuántos apeaderos se habrán detenido, en cuantas estaciones habrán aguardado largas y largas horas de esperas. Cuántas despedidas en los andenes de las estaciones, ¡cuántas maletas de cartón!, ¡cuántas lágrimas!
Maldita emigración o sus causas, capaz de arrancar a los hijos de la tierra, no dando opción a vivir donde uno nace.
Sabemos que muchos emigrantes salieron de España en la clandestinidad, por cuestiones políticas en las que no quiero entrar, pero también hubo otros muchos que lo hicieron porque era la única forma de sacar a sus familias adelante, y utilizaron la patera de la emigración como el único medio que mejor tenían al alcance, con rumbo a un DESTINO desconocido y que les habían anunciado prometedor.
Hoy la historia se repite, todos estamos inmerso en ella, sólo que ahora nuestro país es protagonista de ese DESTINO.
Para todos nosotros, los que estamos fuera, los que vienen o se quedan, que no se nos seque la nostalgia de la tierra y que las distintas circunstancias jamás nos hagan sentirnos extraño, ni dentro, ni fuera. Seamos también ciudadanos de mundo, en el sentido más amplio de la palabra. Si es una gran satisfacción vivir donde uno nace, pegado a su tierra, que también lo pueda ser la añoranza, si vives lejos de ella.
Que las maletas siempre viajen, no sólo cargadas de nostalgia sino también de ilusiones, y que ello se cumpla.
El Baleares, hijo de emigrante.
SALUDOS
Quiero acabar con un fragmento del poema “Retrato” de Antonio Machado.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
No quiero pasar por alto el escrito que nos puso PISAERA sobre la emigración, sacado del baúl del padre de un amigo, y encabezado con la frase: “Ayer fuimos marroquíes”.
Viendo esas viejas maletas a muchos de nosotros nos manan recuerdos inolvidables. Para mí verlas es sinónimo del éxodo rural de la España de los años 50/60 y que tanto afectó a nuestra tierra. La corriente migratoria que se generalizó en gran parte del país, y especialmente en Extremadura, dirigida del campo a la capital de la provincia, y sobre todo a la regiones y provincias industrializadas, como Barcelona, Madrid y País Vasco, y también a los países industrializados de Europa, no pasó de largo por nuestro querido pueblo.
Recuerdo aquellas pesadas maletas de maderas, de las que aún conservamos algunas en casa, con las iniciales del nombre y apellidos de mi padre, grabadas con esmero en letras góticas indelebles al paso del tiempo, y que algún paisano del pueblo esculpió en la madera como jamás lo haría el mejor de los artistas talladores.
Recuerdo aquella rígida maleta, capaz de mantener impolutamente planchado el traje del jornalero que se despega de la tierra, ¡qué tremenda paradoja!. Encintada con anchas correas de cuero y hebillas oxidadas, o, simplemente, reatadas con cuerdas de pita para que no se abriese por el camino. El tío Frasco “cacholi”, el del taller, alguna vez la reforzó con listones de madera para darle mayor resistencia al desgaste y a los golpes, que sin duda tendría en el ajetreo del largo viaje de vuelta a Holanda, después de unas pequeñas vacaciones en el pueblo con la familia, de igual forma a como el herrero herraba las caballerías y las ponían a punto para la vuelta al trabajo.
Seguro que en ella viajó el acordeón desenfundado que me trajo mi padre de Holanda, envuelto entre la ropa y alguna que otra toalla, alfombra o tapiz que le traía a mi madre de recuerdo. También otros preciosos y modernos juguetes de la época, que aún conservo, y que jamás llegué a estropear, porque la nostalgia del recuerdo familiar se impuso a la ilusión del juguete, llevando implícito ese sentido de conservación.
También las hubo un poco más elegantes, sin llegar a ser aquellas otras ostentosas, de cuero y madera policromada. Eran, simplemente, de cartón duro, forradas incluso con tela, que disponían de refuerzos de madera, a modo de cuadernas de embarcaciones, rematadas con cantoneras metálicas y asa de cuero. Todo un lujo. Elegante maleta de cartón, acompañante fiel cogida de la mano, capaz de transportar en el silencio los recuerdos de una fría fotografía de los seres queridos que dejas atrás y capaz de albergar en su interior las escasas pertenencias personales de toda una vida.
Cuántos trasbordos de trenes habrán realizado, en cuántos apeaderos se habrán detenido, en cuantas estaciones habrán aguardado largas y largas horas de esperas. Cuántas despedidas en los andenes de las estaciones, ¡cuántas maletas de cartón!, ¡cuántas lágrimas!
Maldita emigración o sus causas, capaz de arrancar a los hijos de la tierra, no dando opción a vivir donde uno nace.
Sabemos que muchos emigrantes salieron de España en la clandestinidad, por cuestiones políticas en las que no quiero entrar, pero también hubo otros muchos que lo hicieron porque era la única forma de sacar a sus familias adelante, y utilizaron la patera de la emigración como el único medio que mejor tenían al alcance, con rumbo a un DESTINO desconocido y que les habían anunciado prometedor.
Hoy la historia se repite, todos estamos inmerso en ella, sólo que ahora nuestro país es protagonista de ese DESTINO.
Para todos nosotros, los que estamos fuera, los que vienen o se quedan, que no se nos seque la nostalgia de la tierra y que las distintas circunstancias jamás nos hagan sentirnos extraño, ni dentro, ni fuera. Seamos también ciudadanos de mundo, en el sentido más amplio de la palabra. Si es una gran satisfacción vivir donde uno nace, pegado a su tierra, que también lo pueda ser la añoranza, si vives lejos de ella.
Que las maletas siempre viajen, no sólo cargadas de nostalgia sino también de ilusiones, y que ello se cumpla.
El Baleares, hijo de emigrante.
SALUDOS
Quiero acabar con un fragmento del poema “Retrato” de Antonio Machado.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.