El día amanece engalanado con jirones de las primeras brumas en la dehesa. Se presiente un día espléndido y hay que aprovechar. El paseo es despacioso y con ganas de enamorarse del paisaje. Surge la caricia de un viento fresco que no daña, la mirada se pierde observando las nubes que acarician lo mas alto de la sierra. Nuestros pasos se acomodan al silencio del paisaje, nuestro hablar pausado, y los cicno sentidos puestos en la extesion de encinas, por si se deja ver algun ciervo encelado. Una manada de cinco ciervas cruzan veloces el camino, muy próximas a nuestros pasos, sin saber ellas que nos habían paralizado el aliento. Fue una ráfaga de gloria. Y una imagen para el recuerdo.
Levanta la bruma y el camino se dibuja diáfano por entre las jaras y matorrales. Se escucha el rumor dealgun arroyo proximo y nos envuelve como un abrazo cándido, inmaculado.
De pronto, unos berridos de ciervos con el celo de la mañana rompen el silencio. Escrutamos los claros y no se dejan ver. Lástima. Despues de una jornada en la dehesa, volvemos sobre nuestros pasos. Cuando el sol dibuja su bocado de despedida vemos a dos ciervos separados uno de otro que agitan nerviosos su cornamenta. Seguro que estarán marcando su territorialidad con su orín, escarbando el suelo porque cualquier método es válido para sembrar su ADN. Con sus berridos atraerán a las hembras hasta formar su harén. Y se retarán, claro, contra los intrusos, altivos ellos, majestuosos, con las astas levantadas como si quisiesen demostraselo al sol y proclamarlo a los cuatro vientos su naturaleza de macho poderoso, hercúleo, imponente. Es ahora cuando surgirá la lucha con pundonor. Entrechocarán sus astas y aún no se darán por vencidos hasta que al final, exhaustos y casi desfallecidos, uno de ellos erguirá su cabeza para proclamar su victoria, y desparecen por entre los troncos de encinas y alcornoques, escuchamos el acorde melódico de una berrea que aturde y embelesa.
Un berrido triunfal para las hembras receptoras y sumisas. A veces, el vuelo de algún buitre levanta acta de despedida de algún ciervo apasionado que rinde a la Naturaleza su ciclo vital. Nacerán otros cervatillos en la primavera, en medio de toda prudencia y discreción, cuando los grandes machos vaguen sin defensas por la sierra.
por estas fechas, la Naturaleza está de moda.
QUE LA BERREA OS ATALAANTE.
Levanta la bruma y el camino se dibuja diáfano por entre las jaras y matorrales. Se escucha el rumor dealgun arroyo proximo y nos envuelve como un abrazo cándido, inmaculado.
De pronto, unos berridos de ciervos con el celo de la mañana rompen el silencio. Escrutamos los claros y no se dejan ver. Lástima. Despues de una jornada en la dehesa, volvemos sobre nuestros pasos. Cuando el sol dibuja su bocado de despedida vemos a dos ciervos separados uno de otro que agitan nerviosos su cornamenta. Seguro que estarán marcando su territorialidad con su orín, escarbando el suelo porque cualquier método es válido para sembrar su ADN. Con sus berridos atraerán a las hembras hasta formar su harén. Y se retarán, claro, contra los intrusos, altivos ellos, majestuosos, con las astas levantadas como si quisiesen demostraselo al sol y proclamarlo a los cuatro vientos su naturaleza de macho poderoso, hercúleo, imponente. Es ahora cuando surgirá la lucha con pundonor. Entrechocarán sus astas y aún no se darán por vencidos hasta que al final, exhaustos y casi desfallecidos, uno de ellos erguirá su cabeza para proclamar su victoria, y desparecen por entre los troncos de encinas y alcornoques, escuchamos el acorde melódico de una berrea que aturde y embelesa.
Un berrido triunfal para las hembras receptoras y sumisas. A veces, el vuelo de algún buitre levanta acta de despedida de algún ciervo apasionado que rinde a la Naturaleza su ciclo vital. Nacerán otros cervatillos en la primavera, en medio de toda prudencia y discreción, cuando los grandes machos vaguen sin defensas por la sierra.
por estas fechas, la Naturaleza está de moda.
QUE LA BERREA OS ATALAANTE.