Todos los Santos y el día de difuntos.
Todos los Santos, el primero de noviembre, es una fiesta dedicada al recuerdo de los antepasados. Se encuentra en un tiempo de transición. Los hábitos de las personas cambian y se preparan para los meses de frío y oscuridad creciente. La naturaleza, después del estallido del verano, entra en un periodo de muerte aparente: las hojas de los árboles caen, no hay flores y las plantas parecen adormecidas. No es extraño que desde la antigüedad muchas culturas hayan instituido en este momento una fiesta en recuerdo de los difuntos.
En sus inicios, el cristianismo trasladó la fiesta de los difuntos a la primavera, ya que se vinculaba a la creencia en la resurrección, celebrando la fiesta de los Mártires poco después de la Pascua. Pero la fuerte tradición anterior, básicamente en los países de cultura celta, acabó devolviendo la fiesta al otoño, en forma de doble festividad. Por un lado, desde principios del siglo IX se celebra la fiesta de Todos los Santos, dedicada a todos aquellos que por su comportamiento en vida han ganado un lugar en el paraíso, el 1 de noviembre. En el siglo XI, el orden monástico de Cluny creó el día de Conmemoración de los Fieles Difuntos con el fin de rogar por todos los muertos. Popularmente, el conjunto de ambas fiestas tomó la denominación genérica de Todos los Santos. La simplificación del calendario festivo producida por la industrialización hizo suprimir la fiesta laboral del 2 de noviembre.
Una costumbre básica de la fiesta ha sido la visita a los cementerios. Se va a ellos para arreglar y adornar las tumbas de los familiares y de otras personas conocidas o a pasear por el cementerio y observar las tumbas.
Sin embargo, la celebración tenía un claro sentido doméstico: la familia se reunía y recordaba a sus difuntos comiendo castañas, rezando el rosario o con pequeños gestos como dejar un plato vacío en la mesa. También se encendían candelas o luces ante las fotografías de familiares desaparecidos. Se trataba, pues, de una celebración íntima y familiar, a pesar de la dosis de temor que inevitablemente provoca la incertidumbre del mundo sobrenatural. Esta tradición pretendía prolongar al más allá la protección de la familia hacia sus miembros y pedir el amparo de los antepasados, percibidos como protectores del hogar y el linaje.
Todos los Santos, el primero de noviembre, es una fiesta dedicada al recuerdo de los antepasados. Se encuentra en un tiempo de transición. Los hábitos de las personas cambian y se preparan para los meses de frío y oscuridad creciente. La naturaleza, después del estallido del verano, entra en un periodo de muerte aparente: las hojas de los árboles caen, no hay flores y las plantas parecen adormecidas. No es extraño que desde la antigüedad muchas culturas hayan instituido en este momento una fiesta en recuerdo de los difuntos.
En sus inicios, el cristianismo trasladó la fiesta de los difuntos a la primavera, ya que se vinculaba a la creencia en la resurrección, celebrando la fiesta de los Mártires poco después de la Pascua. Pero la fuerte tradición anterior, básicamente en los países de cultura celta, acabó devolviendo la fiesta al otoño, en forma de doble festividad. Por un lado, desde principios del siglo IX se celebra la fiesta de Todos los Santos, dedicada a todos aquellos que por su comportamiento en vida han ganado un lugar en el paraíso, el 1 de noviembre. En el siglo XI, el orden monástico de Cluny creó el día de Conmemoración de los Fieles Difuntos con el fin de rogar por todos los muertos. Popularmente, el conjunto de ambas fiestas tomó la denominación genérica de Todos los Santos. La simplificación del calendario festivo producida por la industrialización hizo suprimir la fiesta laboral del 2 de noviembre.
Una costumbre básica de la fiesta ha sido la visita a los cementerios. Se va a ellos para arreglar y adornar las tumbas de los familiares y de otras personas conocidas o a pasear por el cementerio y observar las tumbas.
Sin embargo, la celebración tenía un claro sentido doméstico: la familia se reunía y recordaba a sus difuntos comiendo castañas, rezando el rosario o con pequeños gestos como dejar un plato vacío en la mesa. También se encendían candelas o luces ante las fotografías de familiares desaparecidos. Se trataba, pues, de una celebración íntima y familiar, a pesar de la dosis de temor que inevitablemente provoca la incertidumbre del mundo sobrenatural. Esta tradición pretendía prolongar al más allá la protección de la familia hacia sus miembros y pedir el amparo de los antepasados, percibidos como protectores del hogar y el linaje.
Ayer día de Todos los Santos y hoy día de los Fieles Difuntos y aunque creamos que estamos en el buen camino y con mucha fe no estaría mal en pensar lo que nos dicen los proverbios de Confucio y Sócrates.
“Sabemos tan poco acerca de la vida. ¿Cómo podremos saber algo acerca de la muerte?. (Confucio)”.
“Solo sé que no sé nada” (Sócrates).
A reflexionar y a tratar de ver el cielo azul y sin nubarrones.
“Sabemos tan poco acerca de la vida. ¿Cómo podremos saber algo acerca de la muerte?. (Confucio)”.
“Solo sé que no sé nada” (Sócrates).
A reflexionar y a tratar de ver el cielo azul y sin nubarrones.