Eran los comienzos de nuestra “Matanza municipal”, donde el desorden reinante se llevaba con naturalidad; salíamos de un periodo donde todo el mundo se acordaba de su matanza familiar… aquellas de los “curumboños”, “caqueras”,”rabo asado”, patatas de matanza”, “arroz con hígado”, naranja, queso y miel. Se nos daba hasta bien eso de “un paso adelante y otro hacia atrás”, siempre mirando de reojo la “cuchará” de arroz porque podía volar por los aires en el momento menos esperado… era tradición, y como tal: se respetaba… sin un ápice de enfado, porque el enfado era mal visto por cualquier comensal. Tradición sí que era sinónimo de tolerancia. Incluso entonces…- ¡decimos entonces!- éramos unos auténticos malabaristas con la manos: plato de arroz con la mano izquierda y con la derecha cuchara y trozo de pan sin soltarlo. Esa gente nos hemos hecho más adultos - ¡cuidado que no hemos dicho mayores!- y buscamos alguna superficie donde apoyar nuestro endeble plato de plástico por el calor. Permitidnos la siguiente licencia, sabemos que la cosa no está para dar licencia ni mucho menos; pero una más no va a ninguna parte: el verano pasado nos acordamos de tal habilidad, cuando en Estocolmo, una catalana (por cierto enfermera, Tere) y un servidor montamos “el pollo” en hotel porque bajamos a desayunar y no encontramos sitio material para dejar la taza, por el numero tan inmenso de turistas. Nadie sabía hablar castellano - ¡cuidado que no hemos dicho español!- ante aquellas palabrotas desordenadas salieron más de dos empleados que sabían hablar claramente el idioma de Cervantes.
Lo menos popular era cuando uno se tenía que poner en cola o fila, fila india con curvas para recibir una triste y dulce naranja. Tal vez no era culpa de los organizadores… sino de nosotros mismos. Os podemos (palabra de moda, ésta la de “podemos”) asegurar que ya no hay nadie que tenga una naranja en la mano y otra en el bolsillo. La crisis o la experiencia nos ha hecho creer y comprender que hay naranja para todo “quisquirimundi”, versión anticuada de: para todo el mundo. Que así sea. SALUDOS.
Lo menos popular era cuando uno se tenía que poner en cola o fila, fila india con curvas para recibir una triste y dulce naranja. Tal vez no era culpa de los organizadores… sino de nosotros mismos. Os podemos (palabra de moda, ésta la de “podemos”) asegurar que ya no hay nadie que tenga una naranja en la mano y otra en el bolsillo. La crisis o la experiencia nos ha hecho creer y comprender que hay naranja para todo “quisquirimundi”, versión anticuada de: para todo el mundo. Que así sea. SALUDOS.