Solía sentarme, sobre las 22:00 horas, en una especie de columpio que daba a una solitaria plaza. El cielo, que me arropaba con su diáfano manto, era de lo más excepcional. La luz artificial se apagaba, y sólo el sonido del columpio rompía la monotonía del silencio. Me deslizaba suavemente, soñando absurdas composiciones metafísicas. Después pensaba y pensaba, con la sola compañía de mis cosas, en grandes encinares de bellas dehesas. Me mantenían en pie, pasando paulatinamente las horas, los tiempos de los cristales que adornaban mis regatos, y otros verdes que iluminaban aquella belleza de su cara.
Y, me abrazaron con su alma, salvándome de aquellas calamidades programáticas, los recuerdos de los tiempos en que te cogí de la mano. PC
Y, me abrazaron con su alma, salvándome de aquellas calamidades programáticas, los recuerdos de los tiempos en que te cogí de la mano. PC