MEMBRIO: Después de tanto tiempo sin verte en estos lares nos...

Bernabé y Pablo —nombre que adoptó Saulo en honor del procónsul Sergio Pablo— embarcaron en Pafos, rumbo a Perge de Panfilia. Ante las dificultades de la empresa Juan, que les había acompañado, se separó de ellos volviéndose a Jerusalén. De Perge marcharon a Antioquía de Pisidia, en donde los judíos tenían una sinagoga. A la invitación que se les hizo de decir una palabra de exhortación al pueblo improvisó Pablo un discurso por cuyo efecto "muchos de los judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y a Bernabé, que les hablaban para persuadirlos que permaneciesen en la gracia de Dios" (Act. 13,43). Al sábado siguiente acudió gran concurso de pueblo; pero, envidiosos los judíos de aquel éxito, contradijeron a Pablo y a Bernabé, los cuales valientemente contestaron: “A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles" (Act. 13,46). Sintiéronse éstos muy halagados al oír tales palabras, y se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna (Act. 13,48). Un tumulto promovido por los judíos obligó a Bernabé y Pablo a marcharse a Iconio, "mientras los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo" (Act. 13,52). También de esta ciudad escaparon a uña de caballo a causa de un tumulto de gentiles y judíos con sus jefes, que pretendían ultrajar y apedrear a los dos apóstoles. Pero también en Iconio "creyó una numerosa multitud de judíos y griegos”, confirmándose en la fe por las señales y prodigios que obraba Dios por sus manos.

El celo por la gloria de Dios les llevó a Listra, ciudad donde existía una reducida colonia judía carente de sinagoga y célebre por la colonia de soldados establecida allí por Augusto en el año 6 antes de Cristo. Un milagro obrado en la persona de un paralítico de nacimiento puso en efervescencia a toda aquella población, que clamaba en dialecto licaónico: "Dioses en forma humana han descendido a nosotros", y llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes, porque éste era el que llevaba la palabra" (Act. 14,12). Los mismos sacerdotes de los ritos paganos se contagiaron de aquel entusiasmo hasta el punto de que “el sacerdote del templo de Zeus trajo toros enguirnaldados y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles en sacrificio" (Act. 14,11-13), homenaje que los dos apóstoles rechazaron enérgicamente, haciendo ver a aquellos infelices que eran hombres iguales a ellos, que habían ido a sus ciudades para convertirlos de las vanidades terrenas al Dios vivo y verdadero. Tampoco en Listra viéronse libres los dos apóstoles de la persecución de los judíos, que soliviantaron a las muchedumbres que antes les habían conceptuado como dioses, apedreando a Pablo y arrastrándole fuera de la ciudad, donde le dejaron por muerto. A pesar de estas contrariedades Bernabé y Pablo volvieron a visitar las comunidades de las ciudades que habían evangelizado, "confirmando las almas de los discípulos y exhortándoles a permanecer en la fe, diciéndoles que por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios" (Act. 14,22).

De regreso a Antioquía de Siria encontraron a aquella comunidad envuelta en una grave discusión provocada por los cristianos judaizantes de Jerusalén, que proclamaban la necesidad de la circuncisión para ingresar en el seno del cristianismo. Bernabé se opuso rotundamente a tales pretensiones y, junto con su compañero de fatigas y de ideales, Pablo, se incorporó a la embajada que marchó a Jerusalén para conocer la mente de los apóstoles en esta cuestión. La influencia de Bernabé en el debate fue decisiva, tanto por su predicamento como por la narración que hizo de las señales y prodigios que había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos (Act, 15,12). La contienda promovida por los judaizantes fue resuelta a favor de Bernabé y Pablo. Vuelto Bernabé a Antioquía, permaneció allí algún tiempo confirmando a los hermanos en la fe.

Cuando se planeó el segundo viaje de evangelización de los gentiles determinó Bernabé acompañar a Pablo, pero quería al mismo tiempo llevarse consigo a su pariente Juan Marcos, que se había separado de ellos en Panfilia. San Pablo se negó a admitir en su compañía al que no tuvo valor para sobrellevar las incomodidades anexas al apostolado entre infieles. Acaso por haberse enfriado las relaciones amistosas entre San Pablo y Bernabé a consecuencia de haberse dejado arrastrar este último por el ejemplo de San Pedro en lo que se refería a comer con los gentiles (Gal. 2,13), o por simples razones de parentesco, Bernabé renunció a aquel viaje, quedándose con su primo hermano Juan Marcos (Col. 4,10). Mientras Pablo y Silas marcharon rumbo al Asia Menor con ánimo de visitar allí a los hermanos que habían sido evangelizados en el primer viaje, Bernabé y Marcos se embarcaron en dirección a Chipre, en donde, desde este momento, se pierde la memoria histórica de Bernabé. Según 1 Cor. 9,6, trabajó Bernabé con Pablo en la evangelización de Corinto.

La epístola Seudo Clementina se ocupa del apostolado de Bernabé en Alejandría, Roma y Milán, y de su martirio en Chipre. Las tradiciones conservadas en esta isla tienen una base histórica más sólida, aunque no pueden aceptarse en todos sus pormenores. En las Actas y martirio de San Bernabé, apóstol, que escribió cierto chipriota llamado Alejandro, se dice que Bernabé murió en Salamina, lapidado por los judíos. Cuenta asimismo dicho autor que el Santo se apareció al obispo de Salamina para indicarle el lugar de su tumba. Abierto el sepulcro, encontróse su cadáver, sobre cuyo pecho descansaba un ejemplar del Evangelio de San Mateo, que Bernabé, siempre según el mencionado autor, había escrito con su propia mano. Sucedía esto en el año 488, en tiempos del emperador Zenón. El obispo aprovechó el hallazgo para defender los derechos de la Iglesia de Chipre contra los proyectos de anexionarla al patriarcado de Antioquía. El Evangelio de San Mateo que se halló en la tumba fue enviado por el obispo Antemas al emperador Zenón, quien mandó que se conservara en su palacio y se construyera una espléndida basílica en su honor.

San Bernabé fue considerado por muchos Santos Padres como verdadero apóstol de Cristo, con todos los privilegios inherentes a dicho cargo. Por este motivo se le atribuyó una epístola, que muchos Santos Padres consideraron como canónica, en la cual se contiene una apología contra los judíos. En el códice sinaítico dicha epístola figura a continuación de los libros canónicos del Nuevo Testamento, lo que induce a pensar que la iglesia de Alejandría la consideraba como inspirada. También se le atribuye un evangelio en el catálogo gelasiano de libros sagrados —que nada tiene que ver con el Evangelio de San Mateo hallado en su sepulcro—, lo que debe rechazarse por tratarse de un evangelio herético y de sabor gnóstico.

La Iglesia latina y la griega celebran la fiesta de San Bernabé el 11 de junio. La Iglesia católica lo ha tenido siempre en gran estima y veneración, como lo atestigua el hecho de que su nombre figure desde muy antiguo en el canon de la misa. En la liturgia ocupa Bernabé un rango casi igual al de los apóstoles y su oficio litúrgico es sacado del común de los mismos apóstoles.

En su breve paso por el mundo dejó San Bernabé constancia de su recia personalidad. Espíritu abierto a la verdad, abrazó prontamente la doctrina de Cristo y se alistó en el número de sus discípulos. Deseoso de entregarse al servicio del Señor, vende todos sus bienes y se consagra de lleno a la evangelización del mundo pagano. Con su ejemplo nos enseña a que busquemos en primer lugar el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos entregará por añadidura.

LUIS ARNALDICH, O. F. M.

Después de tanto tiempo sin verte en estos lares nos alegramos que aparezcas con las pilas bien cargadas y como decían en nuestro pueblo: Aquí estamos para servirle a Dios y a usted. Saludos,