“Valle de lágrimas”.
Todos los seres humanos quieren alcanzar metas, quieren llegar. Y todo lo que hacen, lo hacen con una única finalidad, ser felices. Sin embargo, la vida nos da preocupaciones, derrotas, rupturas…. También la familia más feliz puede encontrar, a lo largo del camino, dificultades y lágrimas.
Muchos acontecimientos atentan hoy contra la tranquilidad y pueden llegar a matar la esperanza de una familia, la violencia, la pérdida del trabajo, la infidelidad, la indiferencia de sus integrantes, la depresión, la separación, la enfermedad… La palabra de orden en estos casos es “salir del pozo”, lo que puede significar “crecer”. Aunque parezca raro, las dificultades templan, vigorizan y forman. Es cierto, los períodos de crisis quitan tranquilidad, pero si la familia se mantiene unida, adquiere una mayor solidez y puede volver a organizarse y reiniciar su camino. Ser fuertes en la adversidad quiere decir no dejarse encerrar en un callejón sin salida y, cuando todo parece bloqueado, ser capaces de tomar la decisión de buscar por otro camino.
La mejor garantía para superar las dificultades es una comunicación que parta de un trabajo de grupo fundado en la cooperación, el aprecio y la igualdad. Mejorar la comunicación es escuchar mejor y expresarse más. Cuando un problema familiar se enfrenta entre todos, se encuentra más fácilmente la solución. Precisamente, la educación consiste en plasmar una persona con las capacidades necesarias para superar los problemas que le presenta la vida.
Los padres saben que no pueden proteger a sus hijos indefinidamente. Por tanto, tienen que tener dos actitudes. Una es la solidaridad incondicional, “Pase lo que pase, estamos aquí para ti”. Esta actitud significa también admitir el derecho a equivocarse y comprometerse a enseñar a los hijos a superar los obstáculos. Significa además percibir la familia como el lugar donde nos preparamos para enfrentar los desafíos y reemprender el camino. Sin familia es imposible superar las crisis.
Hay entrenar a los hijos en una buena disciplina constructiva, que los haga aceptar el principio de la realidad y el sentido del límite. Todas las crisis nacen del límite de ser criaturas débiles e imperfectas. Si los padres satisfacen todos los caprichos de sus hijos, éstos serán incapaces de soportar la frustración.
En el mundo actual, hay una forma de crisis que apunta directamente a la destrucción de la familia. Es la separación o el divorcio, considerados una forma de acabar con el dolor de una relación no satisfactoria. La nuestra podría ser considerada “la sociedad de lo desechable”. Los alimentos se presentan con hermosos envoltorios destinados a la basura, los automóviles y electrodomésticos se proyectan para volverse obsoletos, los muebles se cambian porque ya no están de moda, las relaciones de negocios se cultivan hasta que rinden.
Si ya no hay gusto para seguir juntos, lo más fácil es renunciar al vínculo matrimonial “para rehacer la vida”, como se dice. Pero, para los hijos, éste no es un factor indiferente o, como muchos suponen, un acontecimiento “normal”. Toda separación derrumba con violencia su mundo afectivo, se sienten abandonados por quienes los trajeron al mundo y pierden, de un solo golpe, casi todos los puntos de referencia. Nunca más verán el amor, el matrimonio y la relación entre los sexos como los veían antes. De la casa construida sobre roca pasan a la casa edificada sobre arena, y viven la separación de sus padres como una grave injusticia.
La fuerza del amor, es el arma más poderosa. El problema de muchos cónyuges es que piensan en el amor como si fuera una emoción. El amor es mucho más, es acción, una “regla de oro.
Todos los seres humanos quieren alcanzar metas, quieren llegar. Y todo lo que hacen, lo hacen con una única finalidad, ser felices. Sin embargo, la vida nos da preocupaciones, derrotas, rupturas…. También la familia más feliz puede encontrar, a lo largo del camino, dificultades y lágrimas.
Muchos acontecimientos atentan hoy contra la tranquilidad y pueden llegar a matar la esperanza de una familia, la violencia, la pérdida del trabajo, la infidelidad, la indiferencia de sus integrantes, la depresión, la separación, la enfermedad… La palabra de orden en estos casos es “salir del pozo”, lo que puede significar “crecer”. Aunque parezca raro, las dificultades templan, vigorizan y forman. Es cierto, los períodos de crisis quitan tranquilidad, pero si la familia se mantiene unida, adquiere una mayor solidez y puede volver a organizarse y reiniciar su camino. Ser fuertes en la adversidad quiere decir no dejarse encerrar en un callejón sin salida y, cuando todo parece bloqueado, ser capaces de tomar la decisión de buscar por otro camino.
La mejor garantía para superar las dificultades es una comunicación que parta de un trabajo de grupo fundado en la cooperación, el aprecio y la igualdad. Mejorar la comunicación es escuchar mejor y expresarse más. Cuando un problema familiar se enfrenta entre todos, se encuentra más fácilmente la solución. Precisamente, la educación consiste en plasmar una persona con las capacidades necesarias para superar los problemas que le presenta la vida.
Los padres saben que no pueden proteger a sus hijos indefinidamente. Por tanto, tienen que tener dos actitudes. Una es la solidaridad incondicional, “Pase lo que pase, estamos aquí para ti”. Esta actitud significa también admitir el derecho a equivocarse y comprometerse a enseñar a los hijos a superar los obstáculos. Significa además percibir la familia como el lugar donde nos preparamos para enfrentar los desafíos y reemprender el camino. Sin familia es imposible superar las crisis.
Hay entrenar a los hijos en una buena disciplina constructiva, que los haga aceptar el principio de la realidad y el sentido del límite. Todas las crisis nacen del límite de ser criaturas débiles e imperfectas. Si los padres satisfacen todos los caprichos de sus hijos, éstos serán incapaces de soportar la frustración.
En el mundo actual, hay una forma de crisis que apunta directamente a la destrucción de la familia. Es la separación o el divorcio, considerados una forma de acabar con el dolor de una relación no satisfactoria. La nuestra podría ser considerada “la sociedad de lo desechable”. Los alimentos se presentan con hermosos envoltorios destinados a la basura, los automóviles y electrodomésticos se proyectan para volverse obsoletos, los muebles se cambian porque ya no están de moda, las relaciones de negocios se cultivan hasta que rinden.
Si ya no hay gusto para seguir juntos, lo más fácil es renunciar al vínculo matrimonial “para rehacer la vida”, como se dice. Pero, para los hijos, éste no es un factor indiferente o, como muchos suponen, un acontecimiento “normal”. Toda separación derrumba con violencia su mundo afectivo, se sienten abandonados por quienes los trajeron al mundo y pierden, de un solo golpe, casi todos los puntos de referencia. Nunca más verán el amor, el matrimonio y la relación entre los sexos como los veían antes. De la casa construida sobre roca pasan a la casa edificada sobre arena, y viven la separación de sus padres como una grave injusticia.
La fuerza del amor, es el arma más poderosa. El problema de muchos cónyuges es que piensan en el amor como si fuera una emoción. El amor es mucho más, es acción, una “regla de oro.