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MEMBRIO: En estos tiempos que corren, en los que plena sequía...

En estos tiempos que corren, en los que plena sequía se sigue hablando de buen tiempo, cuando los meteorólogos se lo piensan seriamente antes de pronosticar agua para un fin de semana, manifestar el gusto por la lluvia y la bruma tiene algo de excéntrico.
Es seguro que entre lectores habrá quienes hayan padecido tormentas y aguaceros a lo largo del verano, sobre todo en las áreas costeras. Pero quien escribe a perdido la cuenta sin ver caer una gota de agua. El verano está siendo uno de los más secos que se recuerdan, bajo un sol que en grandes áreas del país no ha concedido tregua. El cielo está siendo, efectivamente, un papel secante implacable.
El campo, más que los embalses, empieza a resentirse; las fuentes están exhaustas y muchos árboles están adelantado la caída de la hoja, pero las tormentas de septiembre que termina, no acaban de anunciarse por el horizonte.
Así, miro con esperanza la luna mortecina, casi llena, que flota en un cielo lechoso, velada por un fino estrato de nubes. A lo mejor es el anuncio de las primeras lluvias del otoño recien iniciado. Si así fuera –ojalá- cualquier tarde de estas, después de un día cálido, en la atmósfera cargada de humedad se formarán células de tormenta; el trueno resonará a lo lejos, rasgando el sonido del horizonte. Fuertes ráfagas de viento sacudirán el arbolado, siempre en dirección hacia la tormenta, Los primeros goterones levantarán el polvo del suelo, liberando el aroma más delicioso, el olor a lluvia provocado por las esporas de los hongos.
Una suave llovizna empezará a regar la tierra reseca. La humedad ambiente reavivará a las plantas, pero también los ánimos y las gargantas de las aves forestales. Alrededor de la tormenta danzan los vientos y vuelve la música de la primavera a los escenarios forestales: zorzales, mirlos, picapinos, chochines, trepadores, arrendajos... En cada zona la composición será diferente, pero en todas partes sonará a vitalidad y alivio.
En los suelos resecos volverán a correr los regatos de agua. Y a su sonido acudirán los anfibios, principales víctimas de los periodos de sequía prolongado. Entre trueno y trueno croarán las ranas comunes, y silbarán de nuevo los sapos parteros.
Lamentablemente, estos aguaceros del fin del verano nunca duran. Siempre escampa demasiado pronto, y del suelo aún caliente de las vaguadas se levantarán jirones de niebla enredados en las copas de los árboles.

Pero en el suelo recién empapado, entre los silbidos de los anfibios y las llamadas de los insectos, arrancarán dos procesos silenciosos, que llenarán de olores y sonidos los bosques de otoño. Empezarán a brotar las setas; y con ellas lo harán las primeras hierbas. Las mismas que, si llueve, dentro de una semana alimentarán los bramidos de la berrea del ciervo.