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MEMBRIO: Mi pequeño homenaje al pueblo, que me acogió y compartí...

Mi pequeño homenaje al pueblo, que me acogió y compartí dos años de mi vida.
Hoy tenemos la inmensa fortuna de publicar un post muy especial. Cada vez nos interesa más la arquitectura hecha con lo mínimo y en donde la mano del arquitecto se note lo menos posible. Eso sí, estos proyectos, normalmente, suelen conseguirlos, precisamente los mejores arquitectos. Y este es el caso del poblado de Vegaviana obra de José Luis Fernández del Amo.
Así, para el post de hoy tenemos en primicia los testimonios apasionados y veraces de Esther y Eugenia; una nieta y abuela en representación de la primera y tercera generación de habitantes de Vegaviana.
Ahí va la entrada, ¡seguro que os gusta tanto como a nosotros!

“En el año 1955, empujados por la necesidad, mis abuelos Pedro Abujeta y Eugenia Malpartida decidieron abandonar la localidad cacereña de Brozas, su lugar de residencia, para emprender junto a sus hijos un nuevo proyecto de vida en el pueblo de colonización de Vegaviana, obra del arquitecto José Luis Fernández del Amo.
Eugenia con 97 años, nos cuenta con nostalgia cómo fue su llegada al nuevo pueblo y otras muchas cuestiones de aquella difícil realidad: “En aquellos tiempos convertirse en colono era la única solución para soñar una nueva vida desde la nada (…) El INC a cambio de una vivienda y una parcela, recaudaba estrictamente dos tercios de nuestra cosecha. Nos controlaban y administraban todo. Tuvimos que trabajar mucho para hacer las tierras fértiles. No nos regalaron nada, ¡no te creas! Fue con nuestro esfuerzo como logramos colonizar estas tierras de Vegaviana (…) Cuando llegamos, vivimos un tiempo en unos barracones provisionales. Desde allí, veíamos a las máquinas construir el pueblo. Cada familia procedía de un lugar diferente pero la necesidad nos unió a todos. No había diferencias, todos éramos iguales. Procuramos formar una gran familia, unirnos y ayudarnos para salir adelante”.
“Los primeros años no teníamos agua corriente, ni luz…las calles estaban sin arreglar, eran un barrizal. Tampoco había teléfono, ni coches. Si queríamos médico o medicinas teníamos que ir al pueblo de al lado. Las condiciones eran muy duras. Pero mirábamos al futuro con ilusión”.
Eugenia prosigue, “los hijos, el tiempo que pudieron, fueron a la escuela. El campo era muy sacrificado y tuvieron que trabajar mucho…aunque también se han divertido. Los colonos inventamos las fiestas. Pusimos dos patrones, hicimos bailes, concursos… ¡eran unas fiestas de envidia! Incluso, tuvimos un cine y una discoteca que se llenaba de forasteros. La Sección Femenina enseñó a las jóvenes a cocinar, a coser y formaron grupos de danzas. Luego ya…nos trajeron el médico aquí. Nos pusieron los comercios, la panadería, la farmacia (…) además, ya no dependemos de nadie, somos un pueblo de verdad”.
Respecto al arquitecto José Luis Fernández del Amo, comenta que “nos hizo Vegaviana muy bonito. Todo blanco y limpio. Yo siempre he dicho que nuestras casas parecían mansiones, muy grandes. La mía tiene espacio hasta para tres familias, con todas las comodidades para la labor que hacíamos (…) El día que conocí la iglesia y vi el Calvario, me acordé de mi Santísimo Cristo. Antes no me gustaba. Tanta modernidad, era feo, el pobre. Ahora ya…me gusta más. Poco a poco nos fuimos acostumbrando”.
Eugenia concluye así con su testimonio: “Y hoy en Vegaviana tenemos un bienestar como no lo hay en otros pueblos. Aunque antes vivíamos más en común todos; ahora hay más rencillas. Pero sí…Vegaviana ha ganado vida con el tiempo. Y aunque tuvimos que romper con nuestras raíces, con nuestro pasado, hoy doy gracias por haber venido”.