MUY LEJOS DEL BUEN TIEMPO (Febrero en una charca)
Todavía es invierno, lo más profundo de la mala estación. Mes de febrero y aún quedan muchos días de frío, noches de helada y de silencio en el campo.
Y, sin embargo, a poco que templen las temperaturas, con que no bajen de cero grados durante varias noches seguidas, algo empieza a moverse y algunas de las voces que llevan meses calladas calientan tímidamente el paisaje.
Va atardeciendo en las dehesas de encinas y alcornoques extremeñas. En la orilla de una balsa, una charca para abrevar el ganado, empiezan a abrir los primeros ranúnculos, las flores blancas que tapizan la superficie del agua.
Por las copas de las encinas merodean bandos de carboneros y herrerillos envueltos en una nube de reclamos agudos. Cerca, posados en un cable de la luz, silban y parlotean varios estorninos negros. Entre los arbustos reclaman dos o tres petirrojos.
Y abajo, por la hojarasca de la orilla, un par de mirlos martillean con su voz metálica. Lejos, contra el fondo de la dehesa, una bandada de grullas vuela hacia el dormidero donde van a pasar la noche. Hasta aquí todo suena muy invernal, muy pobre y silencioso.
Pero con los últimos rayos de sol a un carbonero común le da por emitir una frase de canto, un silbido rítmico, musical. El chisporroteo de los petirrojos es como un preámbulo a una estrofa más compleja. Solo una.
No tanto como las grullas, pero muy lejos, canta un zorzal charlo, este con más tenacidad. Y la quietud del agua se altera con un chapoteo, seguido de un croar que rompe la paz del momento: la primera rana común.
En el barro de la orilla un sapo corredor arranca con decisión. Bueno, dos. Y se callan.
Parece que todos tienen ganas pero ninguno se atreve a seguir. Todavía hace demasiado frío y queda mucho para la primavera. Con la oscuridad vuelve el silencio.
Un buen telón de fondo contra el que destacan los maullidos de los mochuelos, uno desde cada una de las cuatro esquinas de la dehesa.
QUE LA VIDA OS ATALANTE..
Todavía es invierno, lo más profundo de la mala estación. Mes de febrero y aún quedan muchos días de frío, noches de helada y de silencio en el campo.
Y, sin embargo, a poco que templen las temperaturas, con que no bajen de cero grados durante varias noches seguidas, algo empieza a moverse y algunas de las voces que llevan meses calladas calientan tímidamente el paisaje.
Va atardeciendo en las dehesas de encinas y alcornoques extremeñas. En la orilla de una balsa, una charca para abrevar el ganado, empiezan a abrir los primeros ranúnculos, las flores blancas que tapizan la superficie del agua.
Por las copas de las encinas merodean bandos de carboneros y herrerillos envueltos en una nube de reclamos agudos. Cerca, posados en un cable de la luz, silban y parlotean varios estorninos negros. Entre los arbustos reclaman dos o tres petirrojos.
Y abajo, por la hojarasca de la orilla, un par de mirlos martillean con su voz metálica. Lejos, contra el fondo de la dehesa, una bandada de grullas vuela hacia el dormidero donde van a pasar la noche. Hasta aquí todo suena muy invernal, muy pobre y silencioso.
Pero con los últimos rayos de sol a un carbonero común le da por emitir una frase de canto, un silbido rítmico, musical. El chisporroteo de los petirrojos es como un preámbulo a una estrofa más compleja. Solo una.
No tanto como las grullas, pero muy lejos, canta un zorzal charlo, este con más tenacidad. Y la quietud del agua se altera con un chapoteo, seguido de un croar que rompe la paz del momento: la primera rana común.
En el barro de la orilla un sapo corredor arranca con decisión. Bueno, dos. Y se callan.
Parece que todos tienen ganas pero ninguno se atreve a seguir. Todavía hace demasiado frío y queda mucho para la primavera. Con la oscuridad vuelve el silencio.
Un buen telón de fondo contra el que destacan los maullidos de los mochuelos, uno desde cada una de las cuatro esquinas de la dehesa.
QUE LA VIDA OS ATALANTE..