3- Romance. La serrana de la Vera.
Entre Piornal y Garganta, no muy lejos de Plasencia,
relatan viejos romances, una historia verdadera.
Han pasado varios siglos, de los hechos que recuerda
y aún la cantan los copleros, y la gente lo comenta.
Entre peñas y jarales, y profundas torrenteras,
una joven habitaba, mitad mujer, mitad fiera.
Asustados trae a los hombres, que se acercan a la sierra,
pues tiene presta una honda, y con un tino que aterra,
caza liebres y conejos, y a los hombres que se acercan,
los atrapa entre sus brazos, acostándolos con ella.
Sembrados tiene de cruces, los caminos y veredas,
pues tras de dormir con ellos, los mata en su misma cueva.
Luego los saca arrastrando, y en el suelo los entierra,
poniendo una cruz de palo, o grabada en una piedra.
Según dicen los pastores, usa abarcas y montera,
y una zamarra de cabra, y en el invierno, de oveja.
Es hombrina y zanquilarga, membruda y ojimorena,
y que se baña desnuda, en los charcos de la sierra.
Un arco lleva a la espalda, para disparar sus flechas;
ojos como el azabache, entre las peñas acecha.
Una noche que velaba, a la luz de las estrellas,
vio pasar a un pastorcillo, con tres cabras blanquinegras.
Habíase quedado cojas, en lo alto de la sierra,
y al faltar en el aprisco, volvió el pastor a por ellas.
La Serrana, muy melosa, le dijo al pastor: Espera,
que he de decirte algo bueno, en el fondo de mi cueva.
Así se llevó al muchacho, que, corrido de vergüenza,
caminaba con sus cabras, sin saber lo que le espera.
Con yesca y un pedernal, encendieron una hoguera
para guisar unas liebres, que les sirvieron de cena.
Tras la cena se acostaron, el primero; después, ella,
que le brillaban los ojos, como si fueran centellas.
Con el fuego en las entrañas, y la lascivia en las venas,
se ha dormido la Serrana, tras gozar de la inocencia
de aquel pastor asustado, que muy despierto se queda
esperando la ocasión, de poder abrir la puerta.
La abrió y se marchó corriendo, camino de la su aldea,
donde esperaban sus padres, su regreso de la sierra.
Cuando llevaba corriendo, un poco más de hora y media,
oyó voces en lo alto: ¡Espera, zagal, espera!
Quiero que lleves un bolso, que tengo aquí con monedas
y lo eches en el cepillo, de la entrada de la iglesia.
Que quiero ganar sufragio, para esta alma mía, tan negra,
que está llena de pecados, y necesita indulgencias.
No vuelvo dijo el pastor, que me dan miedo tus piedras;
baja tú a Yuste una noche, y de paso te confiesas.
Entre Piornal y Garganta, no muy lejos de Plasencia,
relatan viejos romances, una historia verdadera.
Han pasado varios siglos, de los hechos que recuerda
y aún la cantan los copleros, y la gente lo comenta.
Entre peñas y jarales, y profundas torrenteras,
una joven habitaba, mitad mujer, mitad fiera.
Asustados trae a los hombres, que se acercan a la sierra,
pues tiene presta una honda, y con un tino que aterra,
caza liebres y conejos, y a los hombres que se acercan,
los atrapa entre sus brazos, acostándolos con ella.
Sembrados tiene de cruces, los caminos y veredas,
pues tras de dormir con ellos, los mata en su misma cueva.
Luego los saca arrastrando, y en el suelo los entierra,
poniendo una cruz de palo, o grabada en una piedra.
Según dicen los pastores, usa abarcas y montera,
y una zamarra de cabra, y en el invierno, de oveja.
Es hombrina y zanquilarga, membruda y ojimorena,
y que se baña desnuda, en los charcos de la sierra.
Un arco lleva a la espalda, para disparar sus flechas;
ojos como el azabache, entre las peñas acecha.
Una noche que velaba, a la luz de las estrellas,
vio pasar a un pastorcillo, con tres cabras blanquinegras.
Habíase quedado cojas, en lo alto de la sierra,
y al faltar en el aprisco, volvió el pastor a por ellas.
La Serrana, muy melosa, le dijo al pastor: Espera,
que he de decirte algo bueno, en el fondo de mi cueva.
Así se llevó al muchacho, que, corrido de vergüenza,
caminaba con sus cabras, sin saber lo que le espera.
Con yesca y un pedernal, encendieron una hoguera
para guisar unas liebres, que les sirvieron de cena.
Tras la cena se acostaron, el primero; después, ella,
que le brillaban los ojos, como si fueran centellas.
Con el fuego en las entrañas, y la lascivia en las venas,
se ha dormido la Serrana, tras gozar de la inocencia
de aquel pastor asustado, que muy despierto se queda
esperando la ocasión, de poder abrir la puerta.
La abrió y se marchó corriendo, camino de la su aldea,
donde esperaban sus padres, su regreso de la sierra.
Cuando llevaba corriendo, un poco más de hora y media,
oyó voces en lo alto: ¡Espera, zagal, espera!
Quiero que lleves un bolso, que tengo aquí con monedas
y lo eches en el cepillo, de la entrada de la iglesia.
Que quiero ganar sufragio, para esta alma mía, tan negra,
que está llena de pecados, y necesita indulgencias.
No vuelvo dijo el pastor, que me dan miedo tus piedras;
baja tú a Yuste una noche, y de paso te confiesas.