RELATOS AL ATARDECER-XLIII.
LA VEJEZ. Envejecer es sinónimo de esperanza y temor al mismo tiempo. Esperanza por conseguir las metas soñadas, pero también todo ello envuelto en la angustia de quedarse a medio camino. La vejez también se puede vivir como lo que es: una etapa más de la vida; y, por tanto, se puede disfrutar la vejez como cualquier otra etapa vital. La cultura entendida no solamente como adquisición de conocimientos, sino más bien como la búsqueda de la propia plenitud, en todas las dimensiones: artística, espiritual, intelectual y afectiva. De esta forma, la vejez sería como la culminación de un complejo proceso que se inicia con el nacimiento. Llegar a viejo es, pues, tener la oportunidad de redondear y completar toda una existencia.
Nuestra propia fantasía de omnipotencia es la que provoca que, pocas veces, pensemos en la vejez. Admitimos que existen viejos, que los otros se hacen mayores, pero nos sorprendemos al constatar que también nosotros caminamos hacia la ancianidad. Es como si, al negar la propia decadencia, negáramos nuestra finitud y contingencia.
La experiencia clínica está repleta de personas que “de golpe” se han sentido ancianos y han entrado en crisis. En ocasiones un jubilado: “Hasta que no dejé de trabajar no me di cuenta que mis facultades mentales me habían disminuido y que físicamente estaba lleno de achaques. La jubilación fue para mí como una parada en seco. De pronto comprendí que me había convertido en un anciano”.
Nos preparamos para el trabajo. Incluso, en algunas ocasiones, recibimos consejos de cómo tratar a nuestros hijos y de cómo ser buenos padres. Pero, ¿quién nos prepara para vivir la vejez? Es otro de los temas tabú que nuestra cultura ha desterrado.
No obstante, la vejez es el "país" que todo ser humano visitará algún día.
El propio anciano debe ir asumiendo las limitaciones y, también las posibilidades, de su edad cronológica. En nuestra cultura donde se han sacralizado otros valores (lo joven, lo bello, lo sano, la productividad) el anciano debe ir descubriendo el valor de su propia existencia. Es tarea difícil, ya que la vejez es el contrapunto de esos valores, pero no es imposible. Esta aceptación tiene otra vertiente: la del entorno del anciano (familiares, amigos, etc.) que debe acogerlos como son, sin programarles metas que no pueden conseguir, pero tampoco arrinconándoles como algo caduco y estéril.
El trabajo es algo más que una forma de ganarse la vida, pues implica un reconocimiento personal y social. Es más, lo específico del hombre no es el trabajo sino la actividad. Podemos vivir sin trabajo, pero no sin actividad. Por esto, una vejez bella no es una vejez ociosa, sino activa. Una actividad cuya finalidad no es ganar dinero, sino sentirse útil.
Es desde esta perspectiva que el binomio abuelo-nieto puede ser beneficioso para el anciano y también para el nieto y para sus padres, siempre que no se produzca un abuso en los peticiones de colaboración al abuelo. Asimismo, también pueden ser muy positivas para su salud emocional las acciones que las personas mayores realizan en las obras benéficas y sociales. El anciano no puede vivir de espaldas a la muerte, aunque tampoco puede ser el punto de referencia de su vida. Una actitud que se centre en el presente, sin distorsionar la realidad, puede ser una buena actitud para disfrutar de la vejez.
LA VEJEZ. Envejecer es sinónimo de esperanza y temor al mismo tiempo. Esperanza por conseguir las metas soñadas, pero también todo ello envuelto en la angustia de quedarse a medio camino. La vejez también se puede vivir como lo que es: una etapa más de la vida; y, por tanto, se puede disfrutar la vejez como cualquier otra etapa vital. La cultura entendida no solamente como adquisición de conocimientos, sino más bien como la búsqueda de la propia plenitud, en todas las dimensiones: artística, espiritual, intelectual y afectiva. De esta forma, la vejez sería como la culminación de un complejo proceso que se inicia con el nacimiento. Llegar a viejo es, pues, tener la oportunidad de redondear y completar toda una existencia.
Nuestra propia fantasía de omnipotencia es la que provoca que, pocas veces, pensemos en la vejez. Admitimos que existen viejos, que los otros se hacen mayores, pero nos sorprendemos al constatar que también nosotros caminamos hacia la ancianidad. Es como si, al negar la propia decadencia, negáramos nuestra finitud y contingencia.
La experiencia clínica está repleta de personas que “de golpe” se han sentido ancianos y han entrado en crisis. En ocasiones un jubilado: “Hasta que no dejé de trabajar no me di cuenta que mis facultades mentales me habían disminuido y que físicamente estaba lleno de achaques. La jubilación fue para mí como una parada en seco. De pronto comprendí que me había convertido en un anciano”.
Nos preparamos para el trabajo. Incluso, en algunas ocasiones, recibimos consejos de cómo tratar a nuestros hijos y de cómo ser buenos padres. Pero, ¿quién nos prepara para vivir la vejez? Es otro de los temas tabú que nuestra cultura ha desterrado.
No obstante, la vejez es el "país" que todo ser humano visitará algún día.
El propio anciano debe ir asumiendo las limitaciones y, también las posibilidades, de su edad cronológica. En nuestra cultura donde se han sacralizado otros valores (lo joven, lo bello, lo sano, la productividad) el anciano debe ir descubriendo el valor de su propia existencia. Es tarea difícil, ya que la vejez es el contrapunto de esos valores, pero no es imposible. Esta aceptación tiene otra vertiente: la del entorno del anciano (familiares, amigos, etc.) que debe acogerlos como son, sin programarles metas que no pueden conseguir, pero tampoco arrinconándoles como algo caduco y estéril.
El trabajo es algo más que una forma de ganarse la vida, pues implica un reconocimiento personal y social. Es más, lo específico del hombre no es el trabajo sino la actividad. Podemos vivir sin trabajo, pero no sin actividad. Por esto, una vejez bella no es una vejez ociosa, sino activa. Una actividad cuya finalidad no es ganar dinero, sino sentirse útil.
Es desde esta perspectiva que el binomio abuelo-nieto puede ser beneficioso para el anciano y también para el nieto y para sus padres, siempre que no se produzca un abuso en los peticiones de colaboración al abuelo. Asimismo, también pueden ser muy positivas para su salud emocional las acciones que las personas mayores realizan en las obras benéficas y sociales. El anciano no puede vivir de espaldas a la muerte, aunque tampoco puede ser el punto de referencia de su vida. Una actitud que se centre en el presente, sin distorsionar la realidad, puede ser una buena actitud para disfrutar de la vejez.
¡Jesús, Jesús......................... ............ los abuelos y los nietos!