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MEMBRIO: RELATOS AL ATARDECER-XCII....

RELATOS AL ATARDECER-XCII.
UNA NOCHE TOLEDANA. Esta frase, interpretada en toda España como sinónimo de noche terrible, tiene su origen en esta leyenda.
Corría el año 803, y Tolaitola, la antigua capital visigoda, era gobernada, con mano de hierro, por Yussuf-Ben-Amrú, joven gobernador árabe, de carácter cruel y sanguinario. Sus continuos desmanes y abusos, mantenían al pueblo toledano sumido en un estado de terror permanente. Su crueldad no hacia distinciones entre los gobernados, y era sufrida tanto por el pueblo llano, como por los miembros de las familias más importantes, y aún por los altos dignatarios de la ciudad. Un día, estos, decidieron enviar una embajada a Córdoba para que se entrevistara con el Califa Alhakem, y le hiciera partícipe de sus numerosas y amargas quejas contra el sátrapa que tiranizaba de aquella manera la bella ciudad de Tolaitola.
El Califa les escuchó atentamente, y aunque en un principio se mostró reacio a adoptar cualquier decisión contraria a la gestión de su gobernador, terminó cediendo ante la insistencia de los emisarios, quienes le advirtieron, incluso, sobre posibles revueltas y motines en la ciudad, contra Ben-Amrú.
La embajada regresó a Tolaitola, portadora de una orden del Califa que suponía la inmediata destitución y encarcelamiento del gobernador. La noticia corrió por la ciudad como un reguero de pólvora, y el alivio fue general, cuando el tirano, una vez desposeído de su cargo, era encerrado en las mazmorras de su propio palacio, situado en el cerro de Montichel (actual paseo de San Cristóbal). Sin embargo, y a pesar de la caída en desgracia del temido personaje, había gente que no estaba dispuesta a olvidar los agravios y ultrajes padecidos, y un día, aprovechando el motín suscitado con motivo de un importante aumento de los impuestos, asaltaron el palacio y acabaron con la vida de Yussuf-Ben-Amrú degollándole en su celda.
Toda la ciudad se mantuvo expectante, aguardando la reacción del Califa, y temiendo que el castigo para Tolaitola seria fulminante. Los temores se acrecentaron al conocerse el nombre del nuevo gobernador designado, que no era otro que el propio padre de Yussuf, amigo del Califa, y cuya crueldad y amor enfermizo por el hijo asesinado, eran proverbiales en la Corte Cordobesa. Sin embargo, y ante la general sorpresa, tales terrores no se vieron confirmados por los hechos. Los toledanos no salían de su asombro al comprobar, día tras día, el comportamiento del nuevo gobernador, y los recelos y sospechas, terminaron por dejar paso al firme convencimiento de que todos se hablan equivocado, juzgando precipitadamente a aquel hombre, que se mostraba tolerante y magnánimo con todos, y que, desde su misma llegada, había evitado referirse a la muerte de su hijo.
Los propios nobles de la ciudad, a los que el gobernador podría considerar responsables directos de la caída y muerte de Yussuf, eran tratados en forma tan deferente y afectuosa, que llegaron a olvidar el sangriento incidente, y sobre todo, las temidas represalias por parte de un padre, al que consideraron, sediento de venganza.
Cierto día, el primogénito del Califa, príncipe Abderramán, llegó ante las murallas de la ciudad, al mando de un escogido ejército de jinetes que regresaba a Córdoba después de efectuar una campaña punitiva contra los cristianos del norte. El gobernador organizó una ostentosa recepción en honor del príncipe y sus soldados, invitando a la misma a todos los notables de la ciudad. El palacio del gobernador, los jardines, y aun las calles adyacentes, resplandecían bajo la luz de miles de antorchas, y los invitados, acompañados de familiares y amigos, todos ellos luciendo sus mejores galas, continuaban llegando al cerro de Montichel. En aquella noche toledana, parecían haberse dado cita el lujo y la alegría, y todos acudían a la gran fiesta, en medio de una algarabía general. Sin embargo, y tras los muros de palacio, se había iniciado ya la tragedia: Uno a uno, y según pasaban por el cuerpo de guardia, los invitados eran decapitados con rápidos y certeros golpes de cimitarra.
El gobernador presenciaba la masacre, saboreando la ansiada venganza, satisfecha al fin, en la forma fría e implacable que mayor placer habría de producirle. En aquella terrible noche, encontrarían inesperado final, cerca de cuatrocientos toledanos. La venganza de un padre herido que consiguió convertir la historia de "Una noche Toledana" en motivo de leyenda.