RELATOS AL ATARDECER-XCVIII.
LA DIPLOMACIA DEL EMPERADOR. Un emperador chino fue avisado de que una de las provincias de su imperio estaba siendo invadida. Entonces les dijo a sus ministros: «Vamos, seguidme. Pronto destruiremos a nuestros enemigos». Cuando el mandatario y sus tropas llegaron donde estaban los invasores, se puso a dialogar con ellos y los trató con mucha delicadeza, tanta, que por gratitud, los enemigos decidieron someterse a él incondicionalmente y no continuar con aquella lucha.
Todos los políticos que formaban parte del séquito del soberano pensaron entonces que éste mandaría la inmediata ejecución de los cabecillas que se habían atrevido a desafiarle, pero se sorprendieron muchísimo al ver que no lo hacía y que los trataba con mucha amabilidad.
Visiblemente enojado, el primer ministro le preguntó al emperador: ¿De esta manera cumple su excelencia su promesa? Usted nos dijo que veníamos a destruir a sus enemigos y, sin embargo, los ha perdonado a todos, y a muchos, incluso, los trata con cariño».
El mandatario chino, con actitud noble, le respondió: Os prometí destruir a nuestros enemigos y todos podéis ver que ahora nadie es mi enemigo. Aprended bien una cosa: El amor, la diplomacia y el respeto pueden lograr mejores resultados que todo el armamento del mundo.
LA DIPLOMACIA DEL EMPERADOR. Un emperador chino fue avisado de que una de las provincias de su imperio estaba siendo invadida. Entonces les dijo a sus ministros: «Vamos, seguidme. Pronto destruiremos a nuestros enemigos». Cuando el mandatario y sus tropas llegaron donde estaban los invasores, se puso a dialogar con ellos y los trató con mucha delicadeza, tanta, que por gratitud, los enemigos decidieron someterse a él incondicionalmente y no continuar con aquella lucha.
Todos los políticos que formaban parte del séquito del soberano pensaron entonces que éste mandaría la inmediata ejecución de los cabecillas que se habían atrevido a desafiarle, pero se sorprendieron muchísimo al ver que no lo hacía y que los trataba con mucha amabilidad.
Visiblemente enojado, el primer ministro le preguntó al emperador: ¿De esta manera cumple su excelencia su promesa? Usted nos dijo que veníamos a destruir a sus enemigos y, sin embargo, los ha perdonado a todos, y a muchos, incluso, los trata con cariño».
El mandatario chino, con actitud noble, le respondió: Os prometí destruir a nuestros enemigos y todos podéis ver que ahora nadie es mi enemigo. Aprended bien una cosa: El amor, la diplomacia y el respeto pueden lograr mejores resultados que todo el armamento del mundo.