RELATOS AL ATARDECER-CXXII.
UN MUNDO DE RICOS Y POBRES. Vivimos en un mundo desigual. Desigual en la asignación original de oportunidades y de ahí en la distribución de la riqueza y de la renta. Más allá del mérito o la dedicación, un mero factor, la suerte, nos ha situado a unos en una zona geográfica próspera, en el seno de un grupo o familia acomodada y a otros en áreas de desolación, enfermedad y desamparo, sin recursos presentes ni ahorros pasados, donde escapar de la trampa de la pobreza resulta problemático si no imposible. Las desigualdades destacan, como tumores indubitables, en la radiografía del planeta. Puesto que la riqueza de las personas es fruto de la acumulación pasada de las rentas del trabajo, del capital o de la tierra, la desigualdad en renta nos da las pautas para entender la forma en la que está distribuida la riqueza. Esta última es una variable ‘stock’, puntualmente valorable, mientras que las rentas son flujos por unidad de tiempo. Ambas medidas no deben confundirse ni intercambiarse como ocurre en determinados análisis de la desigualdad económica.
A la vista de las cifras barajadas según las cuales el 1% de la población mundial ha multiplicado en los últimos cuatro lustros de forma exponencial su patrimonio, se ha producido una sorprendente reacción sicológica. Al hablar de desigualdad hasta ahora, nos referíamos a los más pobres. Pero actualmente el mensaje se ha expandido, clasificando a ricos y pobres en sentido binario y antagónico, haciendo desaparecer a las clases medias. Discurre una sospecha creciente, de que los muy ricos lo son a costa de otros, y en particular de los que menos saben o pueden defenderse. Diversos estudios han confirmado que las sociedades más desiguales tienen menores radios de movilidad social, confianza, y rendimiento educacional junto a mayores tasas de embarazo juvenil, encarcelamiento, mortandad infantil, delincuencia y un largo etcétera. Evidentemente, no es lo mismo medir la desigualdad entre los ciudadanos o familias de un mismo país, que medir la desigualdad de las rentas o patrimonios medios entre distintos países o aun la de los ciudadanos del planeta entre sí independientemente del país en que residan. Pedagógicamente, suele compararse la renta nacional con una tarta que no tiene un tamaño fijo o estático. Permitir a innovadores y empresarios que se enriquezcan puede conducir a una tarta más grande para todos, aunque los ricos reciban una parte mayor de ella. Lo crítico sería, en consecuencia, no tanto el reparto desigual de la tarta sino un crecimiento suficiente de la tarta que beneficiase a toda la colectividad.
UN MUNDO DE RICOS Y POBRES. Vivimos en un mundo desigual. Desigual en la asignación original de oportunidades y de ahí en la distribución de la riqueza y de la renta. Más allá del mérito o la dedicación, un mero factor, la suerte, nos ha situado a unos en una zona geográfica próspera, en el seno de un grupo o familia acomodada y a otros en áreas de desolación, enfermedad y desamparo, sin recursos presentes ni ahorros pasados, donde escapar de la trampa de la pobreza resulta problemático si no imposible. Las desigualdades destacan, como tumores indubitables, en la radiografía del planeta. Puesto que la riqueza de las personas es fruto de la acumulación pasada de las rentas del trabajo, del capital o de la tierra, la desigualdad en renta nos da las pautas para entender la forma en la que está distribuida la riqueza. Esta última es una variable ‘stock’, puntualmente valorable, mientras que las rentas son flujos por unidad de tiempo. Ambas medidas no deben confundirse ni intercambiarse como ocurre en determinados análisis de la desigualdad económica.
A la vista de las cifras barajadas según las cuales el 1% de la población mundial ha multiplicado en los últimos cuatro lustros de forma exponencial su patrimonio, se ha producido una sorprendente reacción sicológica. Al hablar de desigualdad hasta ahora, nos referíamos a los más pobres. Pero actualmente el mensaje se ha expandido, clasificando a ricos y pobres en sentido binario y antagónico, haciendo desaparecer a las clases medias. Discurre una sospecha creciente, de que los muy ricos lo son a costa de otros, y en particular de los que menos saben o pueden defenderse. Diversos estudios han confirmado que las sociedades más desiguales tienen menores radios de movilidad social, confianza, y rendimiento educacional junto a mayores tasas de embarazo juvenil, encarcelamiento, mortandad infantil, delincuencia y un largo etcétera. Evidentemente, no es lo mismo medir la desigualdad entre los ciudadanos o familias de un mismo país, que medir la desigualdad de las rentas o patrimonios medios entre distintos países o aun la de los ciudadanos del planeta entre sí independientemente del país en que residan. Pedagógicamente, suele compararse la renta nacional con una tarta que no tiene un tamaño fijo o estático. Permitir a innovadores y empresarios que se enriquezcan puede conducir a una tarta más grande para todos, aunque los ricos reciban una parte mayor de ella. Lo crítico sería, en consecuencia, no tanto el reparto desigual de la tarta sino un crecimiento suficiente de la tarta que beneficiase a toda la colectividad.