RELATOS AL ATARDECER-CCLX
EL HOMBRE QUE NO VIO A NADIE. En el antiguo reino de Qi hubo una vez un hombre que tenía una sed insaciable de oro. Era muy pobre y su trabajo no le permitía obtener grandes riquezas. Apenas contaba con lo justo para sobrevivir. Aún así, vivía completamente fascinado por la idea de obtener oro.
Este hombre sabía que en el mercado había varios comerciantes que ponían hermosas figuras de oro en sus puestos de venta. Tales objetos reposaban sobre un hermoso manto de terciopelo. Los hombres ricos de la ciudad iban allí y los tomaban en sus manos para observarlos. A veces los compraban y a veces no.
El hombre de nuestra historia ideó un plan para apoderarse de una de esas figurillas que brillaban bajo el sol. Así que un día se puso sus mejores ropas y sus mejores adornos. Luego fue al mercado y fingió observar las piezas de oro. Después, sin pensarlo dos veces, tomó una de ellas y salió corriendo. No avanzó más de dos calles cuando fue atrapado.
Los guardias le preguntaron cómo se le había ocurrido robar el oro así, a plena luz del día y con cientos de testigos a su alrededor.
El hombre contestó que no había pensando en nada de eso. Solo pensó en el oro y no vio nada más.
Esta es una de las fábulas que nos habla sobre la ceguera que acompaña a la codicia.
EL HOMBRE QUE NO VIO A NADIE. En el antiguo reino de Qi hubo una vez un hombre que tenía una sed insaciable de oro. Era muy pobre y su trabajo no le permitía obtener grandes riquezas. Apenas contaba con lo justo para sobrevivir. Aún así, vivía completamente fascinado por la idea de obtener oro.
Este hombre sabía que en el mercado había varios comerciantes que ponían hermosas figuras de oro en sus puestos de venta. Tales objetos reposaban sobre un hermoso manto de terciopelo. Los hombres ricos de la ciudad iban allí y los tomaban en sus manos para observarlos. A veces los compraban y a veces no.
El hombre de nuestra historia ideó un plan para apoderarse de una de esas figurillas que brillaban bajo el sol. Así que un día se puso sus mejores ropas y sus mejores adornos. Luego fue al mercado y fingió observar las piezas de oro. Después, sin pensarlo dos veces, tomó una de ellas y salió corriendo. No avanzó más de dos calles cuando fue atrapado.
Los guardias le preguntaron cómo se le había ocurrido robar el oro así, a plena luz del día y con cientos de testigos a su alrededor.
El hombre contestó que no había pensando en nada de eso. Solo pensó en el oro y no vio nada más.
Esta es una de las fábulas que nos habla sobre la ceguera que acompaña a la codicia.