RELATOS AL ATARDECER-CCLXXXI
EL SUFRIMIENTO. Una mujer viuda tenía un hijo al que adoraba. Era feliz, hasta que su hijo enfermó y murió. El dolor la atravesó de parte a parte. Y, como era incapaz de separarse de su hijo, en lugar de enterrarlo, lo llevaba con ella a todas partes, ante la inquieta mirada de sus vecinos, que la miraban con una mezcla de lástima y extrañeza. Se ha vuelto loca, decían muchos. Un día, la mujer se enteró de que el gran Maestro estaba cerca, en el bosque, y decidió acudir allí con su hijo a cuestas.
Por favor, Maestro, dijo entre sollozos la mujer, devuelve la vida a mi hijo. El Maestro la miró compasivo y dijo: Le devolveré la vida si consigues traer un grano de arroz de una vivienda en donde no haya muerto nadie. La mujer se fue deprisa al pueblo y fue llamando casa por casa en busca de ese grano de arroz. Pero, para su sorpresa, todas las familias recordaban a algún fallecido. Murió mi hermano. Murió mi primo. Murió mi tío. Hace poco murió mi padre.... Ya de noche, la mujer volvió al bosque totalmente vacía. Ya no llevaba el cuerpo de su hijo.
¿Y tu hijo? ¿Dónde lo dejaste? preguntó el Maestro. Lo enterré junto a mi marido. Ya no existe. Por favor, deja que aprenda de tus enseñanzas.
El dolor es inevitable. El sufrimiento, una opción. Debemos enterrar nuestro dolor para seguir viviendo. El dolor es normal en ciertos momentos en los que perdemos algo importante que realmente significaba mucho o todo en nuestra vida. El dolor es humano y hay que pasar por él, pero no quedarnos en él. Para continuar la vida, antes hay que deshacerse del dolor y seguir caminando. Siempre quedará la cicatriz que duela de vez en cuando, pero al menos debemos dejar que se cierre la herida y tener presente que la vida sigue.
EL SUFRIMIENTO. Una mujer viuda tenía un hijo al que adoraba. Era feliz, hasta que su hijo enfermó y murió. El dolor la atravesó de parte a parte. Y, como era incapaz de separarse de su hijo, en lugar de enterrarlo, lo llevaba con ella a todas partes, ante la inquieta mirada de sus vecinos, que la miraban con una mezcla de lástima y extrañeza. Se ha vuelto loca, decían muchos. Un día, la mujer se enteró de que el gran Maestro estaba cerca, en el bosque, y decidió acudir allí con su hijo a cuestas.
Por favor, Maestro, dijo entre sollozos la mujer, devuelve la vida a mi hijo. El Maestro la miró compasivo y dijo: Le devolveré la vida si consigues traer un grano de arroz de una vivienda en donde no haya muerto nadie. La mujer se fue deprisa al pueblo y fue llamando casa por casa en busca de ese grano de arroz. Pero, para su sorpresa, todas las familias recordaban a algún fallecido. Murió mi hermano. Murió mi primo. Murió mi tío. Hace poco murió mi padre.... Ya de noche, la mujer volvió al bosque totalmente vacía. Ya no llevaba el cuerpo de su hijo.
¿Y tu hijo? ¿Dónde lo dejaste? preguntó el Maestro. Lo enterré junto a mi marido. Ya no existe. Por favor, deja que aprenda de tus enseñanzas.
El dolor es inevitable. El sufrimiento, una opción. Debemos enterrar nuestro dolor para seguir viviendo. El dolor es normal en ciertos momentos en los que perdemos algo importante que realmente significaba mucho o todo en nuestra vida. El dolor es humano y hay que pasar por él, pero no quedarnos en él. Para continuar la vida, antes hay que deshacerse del dolor y seguir caminando. Siempre quedará la cicatriz que duela de vez en cuando, pero al menos debemos dejar que se cierre la herida y tener presente que la vida sigue.