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RELATOS AL ATARDECER-CCLXXXIV
LA SOSPECHA. Un día, un hombre perdió su hacha en el bosque, y empezó a sospechar del hijo de su vecino. Todo en él le indicaba que se trataba del ladrón, observó la forma de caminar del muchacho y le pareció que, efectivamente, andaba como un ladrón, observó su forma de hablar y pensó que hablaba igual que un ladrón, y observó minuciosamente sus gestos. No tenía ninguna duda, eran los gestos de un ladrón.
Pero días después, encontró su hacha tirada en el valle. Y al regresar a su casa, comenzó a observar que el hijo de su vecino realmente no tenía ninguna pinta de ladrón.
No debemos dejarnos llevar por los prejuicios. No se puede acusar a nadie de haber hecho nada si no hay pruebas que lo demuestren. En este caso, el hombre perdió el hacha en el valle y no vio a nadie robarla. Entonces, ¿cómo podía estar tan seguro de que había sido el hijo de su vecino? Se dejó llevar por la rabia y la necesidad de encontrar un culpable. Los prejuicios la mayoría de las veces suelen estar muy lejos de la realidad.
La realidad puede interpretarse de mil maneras diferentes. Lo que a uno le parece rosa, a otro puede parecerle anaranjado. Todo es subjetivo, porque antes de llegar a nuestra mente, pasa por un filtro: el de las emociones.
Si un día te sientes feliz, veras una rosa radiante y si otro día estás triste, ese misma rosa la veras apagada y débil.