EL RÍO DE CÁCERES
... Y EL POTAJE RESUCITO...
Arroz, patata y bacalao desfilaban como capirotes en aquellos fogones lentos que procesionaban a ras de la ventana que miraba a Las Tenerías. La olla humeaba dejando el vaho empañados los cristales y la voz de la madre tocaba a rebato para que sus retoños se sentaran a la mesa. Era domingo. El potaje resucitó
La comida era la luz que velaba el mundo al salir del caserón. Ella recorría a pie la Ribera bajo el sol de abril, cuando la tarde se alargaba y era como un ojo que ya miraba al verano mientras en la plaza los restos de agua bendita se despedían de la frente de Cristo. La Semana Santa provocaba en aquella niña una sensación de ahogo indescriptible que solo aliviaba la comida, porque todo en la vida tiene su revés. Y si el derecho era la parte torcida de sus pliegues, la cocina era para la pequeña un lugar sagrado en el que resucitaban todos los aleluyas.
... Y EL POTAJE RESUCITO...
Arroz, patata y bacalao desfilaban como capirotes en aquellos fogones lentos que procesionaban a ras de la ventana que miraba a Las Tenerías. La olla humeaba dejando el vaho empañados los cristales y la voz de la madre tocaba a rebato para que sus retoños se sentaran a la mesa. Era domingo. El potaje resucitó
La comida era la luz que velaba el mundo al salir del caserón. Ella recorría a pie la Ribera bajo el sol de abril, cuando la tarde se alargaba y era como un ojo que ya miraba al verano mientras en la plaza los restos de agua bendita se despedían de la frente de Cristo. La Semana Santa provocaba en aquella niña una sensación de ahogo indescriptible que solo aliviaba la comida, porque todo en la vida tiene su revés. Y si el derecho era la parte torcida de sus pliegues, la cocina era para la pequeña un lugar sagrado en el que resucitaban todos los aleluyas.