Bueno, hoy el texto es diferente, es duro y os tengo que decir que desde la primera vez que lo leí hasta hoy, siempre se me cae una lágrima, como casi todos los que pongo no tiene autor conocido, su titulo es “Carta a una madre”, solo desear que os guste, y ya me contareis.
Carta a una madre
Madre, aunque tú no quisiste que yo naciera, no puedo dejar de decirte Mamá. Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que estaba, desde que comencé a vivir en tu vientre. Yo deseaba nacer, conocerte, y pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre. Soñaba con ir a la escuela y llegar a ser un hombre importante. Yo creía que, cuando cumpliera los nueve meses de estar junto a tu corazón y naciera, todos se iban a alegrar en casa con mi llegada. Pero tú no pensabas igual que yo… ¿verdad, mamá? Y un día, cuando yo estaba tan contento jugando en lo más recóndito de tus, para mí, divinas entrañas, sentí algo extraño…, que no sabría explicártelo, algo que me hizo temblar. ¡Sentí que me quitaban la vida!
Yo quise defenderme…, pero la muerte, con implacable y metálica voz, me sorprendió, cuando en tu vientre jugaba tan contento, pensando sólo en nacer para adorarte. Entonces comprendí que me quitaban la vida. Dime, mamá, ¿quién podría entrar dentro de ti y llegar hasta donde tan seguro me hallaba, para matarme? ¿Quién sabía que estaba allí tan guardadito? ¿Quién fue, mamá? ¿Dónde estabas tú, que no me defendiste? No sé lo que llegué a pensar…, perdóname, pero por un momento el negro cuervo de la duda pasó por mi mente y creí que sólo tú habrías podido hacerlo.
Pero no, perdona mi mal pensamiento… ¿Cómo iba yo a comprender que una madre matara a su hijo, cuando en casa no estorba ni el gato ni el televisor?
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en el otro mundo, y un compañero que tuvo igual fortuna que yo me ha dicho que sí, que fuiste tú, porque dice que hay madres que «matan a sus hijos» antes de nacer. Madre, ¿cómo pudiste matarme? ¿Cómo es posible que hicieras tal cosa conmigo? ¿Pensabas, acaso, comprar un lavaplatos o una lavadora con los gastos que yo te ocasionara? ¿O te avergonzaste de mí, porque yo no era hijo de tu esposo? El mal consejo que te dieron lo escuchaste «antes de oír a tu corazón». Yo que tenía tantas ilusiones… Tú me las quitaste todas.
Yo, pensaba ser un buen ingeniero, sacerdote o santo… Hubiera podido ser un buen hijo y un buen padre, pero tú me lo negaste todo.
¿Sabes una cosa, mamá?… Ayer estuve hablando con Dios y le pedí, por favor, que me aclarase la verdad de mi muerte. Él me abrazó tierna y cariñosamente y me dijo muchas cosas…, las palabras más alentadoras y maravillosas que jamás escuché. Las mismas que «siempre soñé escuchar de tus labios de madre», cuando todavía esperaba que un día me «arrullase en tus brazos».
Me dijo también que sólo Él es dueño de la vida, y que nadie «tiene derecho ni poder para quitarla». Por mis ojos, madre, corrían torrentes de lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me susurró tiernamente: «Pequeñito mío, si tú no tienes madre, yo te doy la mía». Y me presentó a la Virgen María…, y ella me ha dado todo lo que me negaste.
Mamá, antes de despedirme de ti, voy a pedirte un favor…, que esta carta que te escribo se la leas a tus amigas…, a todas las futuras mamás del mundo, para «que no cometan el monstruoso error que tú cometiste conmigo». Te envío todo ese cariño «que hubiera querido darte en vida, y te pido que te arrepientas» de lo que hiciste con tu «hijo que nunca nació».
Carta a una madre
Madre, aunque tú no quisiste que yo naciera, no puedo dejar de decirte Mamá. Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que estaba, desde que comencé a vivir en tu vientre. Yo deseaba nacer, conocerte, y pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre. Soñaba con ir a la escuela y llegar a ser un hombre importante. Yo creía que, cuando cumpliera los nueve meses de estar junto a tu corazón y naciera, todos se iban a alegrar en casa con mi llegada. Pero tú no pensabas igual que yo… ¿verdad, mamá? Y un día, cuando yo estaba tan contento jugando en lo más recóndito de tus, para mí, divinas entrañas, sentí algo extraño…, que no sabría explicártelo, algo que me hizo temblar. ¡Sentí que me quitaban la vida!
Yo quise defenderme…, pero la muerte, con implacable y metálica voz, me sorprendió, cuando en tu vientre jugaba tan contento, pensando sólo en nacer para adorarte. Entonces comprendí que me quitaban la vida. Dime, mamá, ¿quién podría entrar dentro de ti y llegar hasta donde tan seguro me hallaba, para matarme? ¿Quién sabía que estaba allí tan guardadito? ¿Quién fue, mamá? ¿Dónde estabas tú, que no me defendiste? No sé lo que llegué a pensar…, perdóname, pero por un momento el negro cuervo de la duda pasó por mi mente y creí que sólo tú habrías podido hacerlo.
Pero no, perdona mi mal pensamiento… ¿Cómo iba yo a comprender que una madre matara a su hijo, cuando en casa no estorba ni el gato ni el televisor?
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en el otro mundo, y un compañero que tuvo igual fortuna que yo me ha dicho que sí, que fuiste tú, porque dice que hay madres que «matan a sus hijos» antes de nacer. Madre, ¿cómo pudiste matarme? ¿Cómo es posible que hicieras tal cosa conmigo? ¿Pensabas, acaso, comprar un lavaplatos o una lavadora con los gastos que yo te ocasionara? ¿O te avergonzaste de mí, porque yo no era hijo de tu esposo? El mal consejo que te dieron lo escuchaste «antes de oír a tu corazón». Yo que tenía tantas ilusiones… Tú me las quitaste todas.
Yo, pensaba ser un buen ingeniero, sacerdote o santo… Hubiera podido ser un buen hijo y un buen padre, pero tú me lo negaste todo.
¿Sabes una cosa, mamá?… Ayer estuve hablando con Dios y le pedí, por favor, que me aclarase la verdad de mi muerte. Él me abrazó tierna y cariñosamente y me dijo muchas cosas…, las palabras más alentadoras y maravillosas que jamás escuché. Las mismas que «siempre soñé escuchar de tus labios de madre», cuando todavía esperaba que un día me «arrullase en tus brazos».
Me dijo también que sólo Él es dueño de la vida, y que nadie «tiene derecho ni poder para quitarla». Por mis ojos, madre, corrían torrentes de lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me susurró tiernamente: «Pequeñito mío, si tú no tienes madre, yo te doy la mía». Y me presentó a la Virgen María…, y ella me ha dado todo lo que me negaste.
Mamá, antes de despedirme de ti, voy a pedirte un favor…, que esta carta que te escribo se la leas a tus amigas…, a todas las futuras mamás del mundo, para «que no cometan el monstruoso error que tú cometiste conmigo». Te envío todo ese cariño «que hubiera querido darte en vida, y te pido que te arrepientas» de lo que hiciste con tu «hijo que nunca nació».