Largo y tortuoso es el camino, lejos están el agua, la alfalfa y mi descanso. Cuando el hambre es mi más fiel compañía, no hay consuelo ni razón para este camélido de nombre Siroquín. Abandonado por mi amo cuando no me necesita, no tengo más compañía que la soledad y mi preciada libertad, que ya es bastante para mí en ausencia de quien me cabalga en mejores tiempos.
Dejé muy lejos mi añorado desierto. Ahora troto sin rumbo por verdes paisajes extraños para mí. Fuentes, arroyos y mares se muestran a mis sorprendidos ojos. El Sol es engullido por inmensas montañas, sigo caminando en busca de acomodo antes de que la Luna me sonría. El silencio y mis pensamientos se rompen, veo luces y oigo voces. Me acerco con temor y discreción por una calle, pero me descubren. Es un pueblo pequeño, de nombre Pantano de Cíjara. Se acercan hombres armados con gruesas ramas. Se detienen cerca de mí, me miran sorprendidos por mi presencia. Uno de ellos hace a los otros un ademán para que abandonen las ramas, diciéndoles que no soy peligroso, y que él me conoce. Sus congéneres rompen en sonoras carcajadas, mientras comentan descaradamente que a quien bien conoce es a sus gallinas y a los zorros que las visitan. Sí, es cierto, me conoce, y me llama por mi nombre: Siroquín. Y yo también lo conozco a él, es Emilio, amigo de mi amo, el nómada Julio. Después de preguntarme si me había extraviado, me dio un emotivo abrazo de bienvenida. Algo más confiados, sus amigos se acercaron a mí, me miraron, me sacudieron y me manosearon sin reparo alguno a mis pulgas. ¡Allá ellos de madrugada!
Abrazados todos como viejos amigos, nos acercábamos a la casa de Emilio, donde tenía con sus amigos una cena de trabajo con un cordero asado como orden del día, ya que, por lo que escuché atentamente sin querer, Emilio es alcalde “espontáneo” (nombrado por sus amigos comensales), de fauna, flora, huertas, nidos alquilados, gallineros, plazas, calles, aceras, caminos, veredas, fuentes, arroyos, postes de la luz, antenas de TV, playas, costas, puerto deportivo, atraques, zonas de ocio y todo cuanto sea digno de conservar y mejorar para el bien común. Mientras tanto, tomé posesión del huerto que me ofreció Emilio para cenar y dormir, pero es muy probable que le queden muchas dudas sobre si él había sembrado algo en el huerto, o no... Menos mal que mi humilde estómago no habla...
He sido muy bien acogido, me tratan como a un hermano y, tal vez por mi exotismo, me están demostrando su cariño. Ya os contaré más cosas de estos amigos que olvidaron andar a cuatro patas siendo muy niños.
Un abrazo a todos,
Siroquín.
Dejé muy lejos mi añorado desierto. Ahora troto sin rumbo por verdes paisajes extraños para mí. Fuentes, arroyos y mares se muestran a mis sorprendidos ojos. El Sol es engullido por inmensas montañas, sigo caminando en busca de acomodo antes de que la Luna me sonría. El silencio y mis pensamientos se rompen, veo luces y oigo voces. Me acerco con temor y discreción por una calle, pero me descubren. Es un pueblo pequeño, de nombre Pantano de Cíjara. Se acercan hombres armados con gruesas ramas. Se detienen cerca de mí, me miran sorprendidos por mi presencia. Uno de ellos hace a los otros un ademán para que abandonen las ramas, diciéndoles que no soy peligroso, y que él me conoce. Sus congéneres rompen en sonoras carcajadas, mientras comentan descaradamente que a quien bien conoce es a sus gallinas y a los zorros que las visitan. Sí, es cierto, me conoce, y me llama por mi nombre: Siroquín. Y yo también lo conozco a él, es Emilio, amigo de mi amo, el nómada Julio. Después de preguntarme si me había extraviado, me dio un emotivo abrazo de bienvenida. Algo más confiados, sus amigos se acercaron a mí, me miraron, me sacudieron y me manosearon sin reparo alguno a mis pulgas. ¡Allá ellos de madrugada!
Abrazados todos como viejos amigos, nos acercábamos a la casa de Emilio, donde tenía con sus amigos una cena de trabajo con un cordero asado como orden del día, ya que, por lo que escuché atentamente sin querer, Emilio es alcalde “espontáneo” (nombrado por sus amigos comensales), de fauna, flora, huertas, nidos alquilados, gallineros, plazas, calles, aceras, caminos, veredas, fuentes, arroyos, postes de la luz, antenas de TV, playas, costas, puerto deportivo, atraques, zonas de ocio y todo cuanto sea digno de conservar y mejorar para el bien común. Mientras tanto, tomé posesión del huerto que me ofreció Emilio para cenar y dormir, pero es muy probable que le queden muchas dudas sobre si él había sembrado algo en el huerto, o no... Menos mal que mi humilde estómago no habla...
He sido muy bien acogido, me tratan como a un hermano y, tal vez por mi exotismo, me están demostrando su cariño. Ya os contaré más cosas de estos amigos que olvidaron andar a cuatro patas siendo muy niños.
Un abrazo a todos,
Siroquín.