HABIA UNA VEZ, en una pequeña cesta de labores, un alfiler y una aguja. Allí pasaban los días juntos, rodeados de hilos de
colores, botones y retazos de tela. Pero, como a veces sucede cuando no hay mucho que hacer, comenzaron a discutir.
— ¿De qué sirves tú? —dijo el alfiler con cierto tono de superioridad—. No tienes cabeza, ¿cómo piensas ser útil?
La aguja, que no era de quedarse callada, respondió con un tono afilado:
— ¿Y tú? ¿De qué te sirve la cabeza si no tienes ojo?
—Al menos mi cabeza
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