Muere Sor Teresita, la monja española con el récord mundial de clausura.
Tenía 105 años y llevaba 85 en un convento.
Sor Teresita, religiosa española del Monasterio Buenafuente del Sistal (Guadalajara) y la monja de clausura que más tiempo llevaba en un convento del mundo, un total de 86 años, falleció anoche a los 105 años, según ha informado la abadesa del convento, Sor María. Sor María ha asegurado a Ep que Sor Teresita «ha estado lúcida hasta el último momento» y ha señalado que a las monjas del convento Buenafuente del Sistal se les ha ido «una hermana, una madre y una maestra».
«Nos ha dado una lección de vida a todas», ha afirmado. El cuerpo de Sor Teresita será expuesto en la capilla del convento hasta las 18.00 horas y después será enterrado en el cementerio que se encuentra en el mismo Monasterio de Buenafuente del Sistal, donde desde el siglo XIII, una comunidad de monjas cistercienses habitan entregadas al silencio y al rezo de las Horas.
La vida callada de Sor Teresita dejó de ser anónima en 2011, cuando su historia junto a la de otras monjas apareció en el libro « ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?» (Libros Libres), de Jesús García, y ABC publicó dos amplios reportajes sobre su vida. En ellos, Sor Teresita expresaba su deseo de conocer al Papa Benedicto XVI, con quien compartía una curiosa coincidencia, pues ella ingresó en el convento el 16 de abril de 1916, exactamente el mismo día que nació el Pontífice. Las vidas de Joseph Ratzinger y de Valeriana Barajuen se volvieron a cruzar 84 años después en Madrid. El Papa vino a la Jornada Mundial de la Juventud, y la religiosa abandonó su convento para poder encontrarse con el Santo Padre, a quien tanto admiraba. Sor Teresita rompió así por unas horas una plusmarca mundial, digna del libro Guinness de los récords, como la persona que más tiempo ha estado enclaustrada en un mismo monasterio.
La propia monja relataba a ABC su entrada en el convento. «Salí de Vitoria el 15 de abril de 1927, fue a las siete de la tarde y llegamos a Madrid a las siete de la mañana del día siguiente. Desayunamos en Madrid y desde allí fuimos directamente a Sigüenza. Nuestro viaje fue todo un acontecimiento porque éramos tres las jóvenes que íbamos a entrar en el monasterio». El auténtico acicate para que la joven Valeriana tomara los hábitos y se convirtiera en Sor Teresita fue su padre, un piadoso católico que rezaba todos los días las tres partes del rosario y que les insistía a sus hijas sobre las bondades de ser monja.
«No sé de dónde se sacó mi padre el que las monjas vivían muy bien. Un día que regañé con mi madre, me dijo mi padre: “Y que no os ha de dar por marcharos monjas”. Fue entonces cuando le pedí al Señor que por darle gusto a mi padre me diese vocación religiosa. Eso fue en septiembre, y en abril ya estaba aquí». Cuando su padre vio hasta qué recóndito paraje le había llevado el Señor, exclamó: «Si fuera por dinero, no te dejaba aquí». A los tres años, regresó a acompañar a la segunda de sus hijas. La opinión del padre ya había cambiado a mejor: «Tengo otra hija y la traería».
Después llegaría sin duda la más dura de las etapas que le ha tocado vivir a Sor Teresita y al resto de sus hermanas en Buenafuente del Sistal. El estallido de la Guerra Civil también lo recordaba con todo lujo de detalle: «El pueblo era la mitad nacional y la mitad rojo, que era como se llamaban en ese momento. Las monjas estábamos incomunicadas porque nadie quería tener relación con nosotras. Un día mi hermana, que era la encargada de llevar agua al refectorio, se encontró con una carta en la ventana del coro bajo. Era del maestro del pueblo y nos decía que corríamos peligro. El pueblo, todo el pueblo, nos vino a buscar y nos acompañó hasta zona nacional para que no corriésemos peligro, y lo más emocionante de todo fue que tanto unos como otros se movieron para salvarnos».
Durante más de 70 años, Sor Teresita convivió entre los muros de Buenafuente con su hermana Felisa, que tomó el nombre de Sor Margarita y falleció en 2001. «Nunca supe la vocación de ella. Yo sé que la mía se la debo a mi padre, pero de ella nunca supe por qué había venido. Una vez aquí, no hacíamos vida de hermanas de familia, sino de hermanas de comunidad. De hecho, nos hablábamos de usted. Ella a lo suyo y yo a lo mío, aunque lógicamente hablábamos de las cosas de casa, pero para nosotras era mucho más importante la comunidad que nuestra propia sangre».
La dura etapa como abadesa
A lo largo de casi un siglo, vio entrar en el monasterio a muchas monjas: «Unas se han quedado, otras se han marchado, y otras, las menos, las hemos despachado». Esto último —«tener que decirle a una hermana que se vaya»— es quizás lo más duro de la labor de abadesa que le tocó desempeñar durante más de veinte años, entre 1951 y 1972. «Pero si hay que decirlo, se dice porque es por el bien de todos, por el de ellas y por el de la comunidad. Si se tambalean en la vocación o no aceptan nuestra vida, no puede ser. En dos sitios no se puede estar. La que se quiere quedar tiene que adaptarse a la comunidad, es así de sencillo», aclara de forma contundente Sor Teresita, a quien también preocupaba en aquella época de los cincuenta y los sesenta el peligro de dispersión de la comunidad: «El monasterio no tenía continuidad. Llegó un momento en que o nos íbamos o nos moríamos de hambre; no teníamos de qué vivir. Durante mucho tiempo estuvimos buscando una solución, hasta que un día decidimos abrir la Casa de Oración, que en gran medida es la que sirve de sustento a la comunidad».
Gracias al empuje de Sor Teresita y sus hermanas, Buenafuente del Sistal es hoy un lugar al que cada año acuden cientos de personas de España y del resto del mundo a encontrarse con Dios en retiros espirituales, convivencias y jornadas de meditación. Ello no ha variado ni un ápice la vida de austeridad, silencio y oración que son señas de identidad de las religiosas cistercienses. Pero sí ha permitido reformar el convento de arriba a abajo. «La mayoría de las cosas —explicaba Sor Teresita— las hemos hecho gracias a donaciones, unas pequeñas y otras aún menores. Así en una habitación tenemos muebles de diseño que nos han regalado, y en otra el suelo es de dos tipos distintos de baldosa. Pero cada ladrillo y cada baldosa han salido del esfuerzo de toda la comunidad y de la generosidad de muchos».
Hasta no hace mucho, hacía su famosa tortilla, esa a la que «la Virgen da el sabor —explicaba— y San José le da la vuelta», y ayudaba a limpiar la verdura o a hacer croquetas.
Interés por todo
La actual abadesa se mostraba maravillada por la curiosidad que, en sus últimos años, mostraba por todo. «Sor Teresita dice que no es curiosidad, que es interés, y yo creo que es ese interés lo que la mantiene tan viva. Cada día se lee de cabo a rabo el ABC, sobre todo la información religiosa y el “Alfa y Omega”. Nos hace una selección de artículos que nos recomienda al resto de hermanas. Son increíbles la memoria y la agilidad mental que aún mantiene», explicaba en un reportaje publicado por este periódico en 2011.
Esa manera de ser de Sor Teresita era la que le había convertido en un ejemplo y un motor para toda la comunidad. Pero no desde el liderazgo activo, sino desde la modestia. De hecho, una de sus frases preferidas era: «Yo no soy de dar consejos si no se me piden. No hablo por hablar. Si me preguntan, contesto, pero yo no me meto en la vida de nadie»
Tenía 105 años y llevaba 85 en un convento.
Sor Teresita, religiosa española del Monasterio Buenafuente del Sistal (Guadalajara) y la monja de clausura que más tiempo llevaba en un convento del mundo, un total de 86 años, falleció anoche a los 105 años, según ha informado la abadesa del convento, Sor María. Sor María ha asegurado a Ep que Sor Teresita «ha estado lúcida hasta el último momento» y ha señalado que a las monjas del convento Buenafuente del Sistal se les ha ido «una hermana, una madre y una maestra».
«Nos ha dado una lección de vida a todas», ha afirmado. El cuerpo de Sor Teresita será expuesto en la capilla del convento hasta las 18.00 horas y después será enterrado en el cementerio que se encuentra en el mismo Monasterio de Buenafuente del Sistal, donde desde el siglo XIII, una comunidad de monjas cistercienses habitan entregadas al silencio y al rezo de las Horas.
La vida callada de Sor Teresita dejó de ser anónima en 2011, cuando su historia junto a la de otras monjas apareció en el libro « ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?» (Libros Libres), de Jesús García, y ABC publicó dos amplios reportajes sobre su vida. En ellos, Sor Teresita expresaba su deseo de conocer al Papa Benedicto XVI, con quien compartía una curiosa coincidencia, pues ella ingresó en el convento el 16 de abril de 1916, exactamente el mismo día que nació el Pontífice. Las vidas de Joseph Ratzinger y de Valeriana Barajuen se volvieron a cruzar 84 años después en Madrid. El Papa vino a la Jornada Mundial de la Juventud, y la religiosa abandonó su convento para poder encontrarse con el Santo Padre, a quien tanto admiraba. Sor Teresita rompió así por unas horas una plusmarca mundial, digna del libro Guinness de los récords, como la persona que más tiempo ha estado enclaustrada en un mismo monasterio.
La propia monja relataba a ABC su entrada en el convento. «Salí de Vitoria el 15 de abril de 1927, fue a las siete de la tarde y llegamos a Madrid a las siete de la mañana del día siguiente. Desayunamos en Madrid y desde allí fuimos directamente a Sigüenza. Nuestro viaje fue todo un acontecimiento porque éramos tres las jóvenes que íbamos a entrar en el monasterio». El auténtico acicate para que la joven Valeriana tomara los hábitos y se convirtiera en Sor Teresita fue su padre, un piadoso católico que rezaba todos los días las tres partes del rosario y que les insistía a sus hijas sobre las bondades de ser monja.
«No sé de dónde se sacó mi padre el que las monjas vivían muy bien. Un día que regañé con mi madre, me dijo mi padre: “Y que no os ha de dar por marcharos monjas”. Fue entonces cuando le pedí al Señor que por darle gusto a mi padre me diese vocación religiosa. Eso fue en septiembre, y en abril ya estaba aquí». Cuando su padre vio hasta qué recóndito paraje le había llevado el Señor, exclamó: «Si fuera por dinero, no te dejaba aquí». A los tres años, regresó a acompañar a la segunda de sus hijas. La opinión del padre ya había cambiado a mejor: «Tengo otra hija y la traería».
Después llegaría sin duda la más dura de las etapas que le ha tocado vivir a Sor Teresita y al resto de sus hermanas en Buenafuente del Sistal. El estallido de la Guerra Civil también lo recordaba con todo lujo de detalle: «El pueblo era la mitad nacional y la mitad rojo, que era como se llamaban en ese momento. Las monjas estábamos incomunicadas porque nadie quería tener relación con nosotras. Un día mi hermana, que era la encargada de llevar agua al refectorio, se encontró con una carta en la ventana del coro bajo. Era del maestro del pueblo y nos decía que corríamos peligro. El pueblo, todo el pueblo, nos vino a buscar y nos acompañó hasta zona nacional para que no corriésemos peligro, y lo más emocionante de todo fue que tanto unos como otros se movieron para salvarnos».
Durante más de 70 años, Sor Teresita convivió entre los muros de Buenafuente con su hermana Felisa, que tomó el nombre de Sor Margarita y falleció en 2001. «Nunca supe la vocación de ella. Yo sé que la mía se la debo a mi padre, pero de ella nunca supe por qué había venido. Una vez aquí, no hacíamos vida de hermanas de familia, sino de hermanas de comunidad. De hecho, nos hablábamos de usted. Ella a lo suyo y yo a lo mío, aunque lógicamente hablábamos de las cosas de casa, pero para nosotras era mucho más importante la comunidad que nuestra propia sangre».
La dura etapa como abadesa
A lo largo de casi un siglo, vio entrar en el monasterio a muchas monjas: «Unas se han quedado, otras se han marchado, y otras, las menos, las hemos despachado». Esto último —«tener que decirle a una hermana que se vaya»— es quizás lo más duro de la labor de abadesa que le tocó desempeñar durante más de veinte años, entre 1951 y 1972. «Pero si hay que decirlo, se dice porque es por el bien de todos, por el de ellas y por el de la comunidad. Si se tambalean en la vocación o no aceptan nuestra vida, no puede ser. En dos sitios no se puede estar. La que se quiere quedar tiene que adaptarse a la comunidad, es así de sencillo», aclara de forma contundente Sor Teresita, a quien también preocupaba en aquella época de los cincuenta y los sesenta el peligro de dispersión de la comunidad: «El monasterio no tenía continuidad. Llegó un momento en que o nos íbamos o nos moríamos de hambre; no teníamos de qué vivir. Durante mucho tiempo estuvimos buscando una solución, hasta que un día decidimos abrir la Casa de Oración, que en gran medida es la que sirve de sustento a la comunidad».
Gracias al empuje de Sor Teresita y sus hermanas, Buenafuente del Sistal es hoy un lugar al que cada año acuden cientos de personas de España y del resto del mundo a encontrarse con Dios en retiros espirituales, convivencias y jornadas de meditación. Ello no ha variado ni un ápice la vida de austeridad, silencio y oración que son señas de identidad de las religiosas cistercienses. Pero sí ha permitido reformar el convento de arriba a abajo. «La mayoría de las cosas —explicaba Sor Teresita— las hemos hecho gracias a donaciones, unas pequeñas y otras aún menores. Así en una habitación tenemos muebles de diseño que nos han regalado, y en otra el suelo es de dos tipos distintos de baldosa. Pero cada ladrillo y cada baldosa han salido del esfuerzo de toda la comunidad y de la generosidad de muchos».
Hasta no hace mucho, hacía su famosa tortilla, esa a la que «la Virgen da el sabor —explicaba— y San José le da la vuelta», y ayudaba a limpiar la verdura o a hacer croquetas.
Interés por todo
La actual abadesa se mostraba maravillada por la curiosidad que, en sus últimos años, mostraba por todo. «Sor Teresita dice que no es curiosidad, que es interés, y yo creo que es ese interés lo que la mantiene tan viva. Cada día se lee de cabo a rabo el ABC, sobre todo la información religiosa y el “Alfa y Omega”. Nos hace una selección de artículos que nos recomienda al resto de hermanas. Son increíbles la memoria y la agilidad mental que aún mantiene», explicaba en un reportaje publicado por este periódico en 2011.
Esa manera de ser de Sor Teresita era la que le había convertido en un ejemplo y un motor para toda la comunidad. Pero no desde el liderazgo activo, sino desde la modestia. De hecho, una de sus frases preferidas era: «Yo no soy de dar consejos si no se me piden. No hablo por hablar. Si me preguntan, contesto, pero yo no me meto en la vida de nadie»