Científicos, investigadores, sesudos pensadores de distintos tiempos, diferentes países, opuestas culturas se han puesto de acuerdo. Todos ellos han coincidido en un punto esencial para hablar de felicidad.
Ni criterios subjetivos, ni cuestiones materiales, ni creencias religiosas, axiomas, dogmas o dictados. Tras analizar el concepto y destriparlo, sin llegar a averiguar de una manera concluyente de qué estamos hablando cuando nos referimos a la felicidad, se ha alcanzado un acuerdo. Las palabras clave son sencillas y sorprendentes. No es dinero, ni si quiera salud, ni éxito, ni abundancia.
La clave para la felicidad de una persona reside en “los otros”. Podemos tratar de deshacer esta madeja pensando que quizás no nos convenza del todo el resultado de tal acuerdo. Pero lo más seguro es que lleguemos a la misma conclusión. Necesitamos a los demás para poder sentirnos plenos, porque es en el otro donde encontramos nuestra propia esencia. Nos guste o no son personas quienes nos dan la vida, quienes a veces nos la quitan, quienes nos la alegran, nos la amargan, quienes le dan sentido. Hasta el más solitario sabe que para sentirse solo necesita de los demás.
El ser humano, desde que nace, necesita vivir en sociedad. Relacionarse para aprender, crecer, sobrevivir. Lo humano es cooperar para perpetuar la especie, como animales que somos. Lo humano es establecer una sana convivencia entendida desde la comunidad en la que cada individuo aporta y recibe de los demás. La libertad de un hombre tendrá sentido cuando pueda elegir, cuando pueda valorar y sopesar sobre sus espacios y su tiempo. Y para ello habrá que conjugar libertades, consensuar los ritmos, garantizar la libertad en plenitud sin miedos. Equilibrar balanzas entre lo que uno puede dar y otro necesita recibir. Ésa es la clave para la felicidad y en definitiva una sociedad será feliz en la medida en que sus “socios” construyan un bienestar común que garantice el pleno desarrollo de cada uno y de la colectividad.
Lejos de avanzar en este camino a la convivencia, a una vida en la que nos comportemos como parte de un proyecto que nos trasciende y en el que seamos conscientes de la importancia y del valor de cada individuo, los hechos nos empujan hacia un sistema antinatural. Nos condenan hacia el individualismo, cercenando las posibilidades de soñar. Han creado artefactos que se valoran más que la propia vida de muchas personas. Nos están arrancando la humanidad a golpe de egoísmo.
¿Cómo plantar cara a la barbarie que estamos viviendo? ¿Tiene sentido pensar que será otro quien venga y lo cambie? ¿Tenemos tiempo para seguir esperando? ¿Es justo que haya una sola persona sufriendo y no hagamos nada para tratar de evitarlo?
Ni criterios subjetivos, ni cuestiones materiales, ni creencias religiosas, axiomas, dogmas o dictados. Tras analizar el concepto y destriparlo, sin llegar a averiguar de una manera concluyente de qué estamos hablando cuando nos referimos a la felicidad, se ha alcanzado un acuerdo. Las palabras clave son sencillas y sorprendentes. No es dinero, ni si quiera salud, ni éxito, ni abundancia.
La clave para la felicidad de una persona reside en “los otros”. Podemos tratar de deshacer esta madeja pensando que quizás no nos convenza del todo el resultado de tal acuerdo. Pero lo más seguro es que lleguemos a la misma conclusión. Necesitamos a los demás para poder sentirnos plenos, porque es en el otro donde encontramos nuestra propia esencia. Nos guste o no son personas quienes nos dan la vida, quienes a veces nos la quitan, quienes nos la alegran, nos la amargan, quienes le dan sentido. Hasta el más solitario sabe que para sentirse solo necesita de los demás.
El ser humano, desde que nace, necesita vivir en sociedad. Relacionarse para aprender, crecer, sobrevivir. Lo humano es cooperar para perpetuar la especie, como animales que somos. Lo humano es establecer una sana convivencia entendida desde la comunidad en la que cada individuo aporta y recibe de los demás. La libertad de un hombre tendrá sentido cuando pueda elegir, cuando pueda valorar y sopesar sobre sus espacios y su tiempo. Y para ello habrá que conjugar libertades, consensuar los ritmos, garantizar la libertad en plenitud sin miedos. Equilibrar balanzas entre lo que uno puede dar y otro necesita recibir. Ésa es la clave para la felicidad y en definitiva una sociedad será feliz en la medida en que sus “socios” construyan un bienestar común que garantice el pleno desarrollo de cada uno y de la colectividad.
Lejos de avanzar en este camino a la convivencia, a una vida en la que nos comportemos como parte de un proyecto que nos trasciende y en el que seamos conscientes de la importancia y del valor de cada individuo, los hechos nos empujan hacia un sistema antinatural. Nos condenan hacia el individualismo, cercenando las posibilidades de soñar. Han creado artefactos que se valoran más que la propia vida de muchas personas. Nos están arrancando la humanidad a golpe de egoísmo.
¿Cómo plantar cara a la barbarie que estamos viviendo? ¿Tiene sentido pensar que será otro quien venga y lo cambie? ¿Tenemos tiempo para seguir esperando? ¿Es justo que haya una sola persona sufriendo y no hagamos nada para tratar de evitarlo?