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RIOLOBOS: Un saludo a todos los Riolobos que, esparcidos por...

Son tantos los años que no vivo la fiesta de nuestro patrón -56 - que ya sólo recuerdo pequeños detalles. Sé que era un día en que pasaba mucho frío ya que habías de estar en la Plaza de la Iglesia para poder visitar todos los puestos que los feriantes instalaban. De ellos recuerdo dos.
Uno de ellos era el del fotógrafo que instalaba una gran pantalla para disimular la pared de la iglesia con una foto postal de una ciudad para nosotros desconocida, un taburete o banqueta para que los más bajitos se pudieran colocar delante de los más altos y una cámara “oscura” con un disparador colgando apoyada sobre un trípode de madera, muy resistente. Llamaba la atención la manguera de tela por la que el retratista manipulaba su interior para colocar el cliché -pienso que no era de celuloide- y, debajo de la misma un cubito muy pequeño con agua donde se colocaba el papel de la fotografía para que, poquito a poquito, saliese la imagen. Era el momento en que las familias podían hacer su retrato que serviría de recuerdo para años posteriores. Yo tengo una de esas fotos con mi padre y mis hermanos, todos entrajados con nuestras mejores ropas de domingo mirando al objetivo, muy serios para evitar repetir la fotografía. Era necesario permanecer inmóviles hasta que oyésemos "Ya está, podéis bajar de la banqueta". Había que aprovechar ese día ya que desplazarse a Plasencia para hacerse un retrato, con los tiempos que corrían, era ilusorio. Otro puesto a los que a los niños nos ilusionaba era el de los turrones porque nos deslumbraba un bloque como una de las cajas de galletas de las de antes que contenían un par de kilos y que sólo las veíamos en los tres ultramarinos: el de Luciano, el del Sr. Emiliano y el del Tío Mandanga. Era un turrón de almendras con un azúcar blanco que nos deslumbraba y que, si nos hubiesen dejado creo que lo habríamos liquidado en muy poco tiempo. El turronero tenía un cuchillo con una hoja cuadrangular muy grande y un mango considerable que utilizaba para venderte el producto por pesetas. En uno de esos “sanblases” mi padre me dio una peseta rubia para gastarla en lo que quisiese y, como quiera que la fiesta duraba dos o tres días -ya no lo recuerdo bien-, la tuve en la palma de mi mano bien cerradita para gastarla el último día en turrón y no os podéis imaginar lo bueno que me supo porque me lo comí poquito a poquito, saboreándolo muy bien.
Y, para acabar, me entusiasmaba el toque del tambor en la "Elevación", en la Santa Misa, en la que el tío Santos - ¿se llamaba así el hombre tan alto y tan serio?-, con su flauta y sus tamborinazos, interpretaba el himno nacional en el coro donde los niños con los maestros seguíamos el oficio divino. El silencio de todos nosotros era absoluto y, en lugar de mirar hacia el altar, nuestros ojos se fijaban en el tamborilero. Ese día, los niños que estábamos en el coro también salíamos de la monotonía de las misas domingueras escuchando a las "cantoras" que, por ser fiesta mayor, entonaban sus cantos desde el coro, junto a nosotros. Era un día extraordinario, por eso era SAN BLAS. Y ya, para rematar el oficio, el olor a incienso que don Mariano se encargaba de repartir a lo largo del altar pero que a nosotros nos llegaba e inspirábamos con deleite.
Y otro evento que siempre sucedía por estas fechas era la llegada de las cigüeñas. Nosotros, mis hermanos y yo, teníamos la suerte de tener un nido muy cerquita del corral de nuestra casa; estaba –dudo que siga porque ya no pude entrar al no ser la casa nuestra- en la chimenea del lagar de la calle Arroyo. Resultaba atractivo observar su llegada, escuchar el repiqueteo de sus picos, ver cómo se turnaban para incubar sus polluelos, sus viajes al arroyo para pescar peces, culebras o ranas… Ver el entrenamiento de los cigüeños hasta que estaban seguros de saber volar. También había muchos nidos en el tejado de la iglesia, nidos que no eran muy apreciados por nuestro querido Don Mariano porque con sus patas provocaban multitud de goteras. Y ya que hablamos de cigüeñas, recordar a mi padre, “don Miguel”, que cada año nos decía: “Por San Blas las cigüeñas verás, y si no las vieres buen año de nieves”. ¿Han vuelto o por eso del cambio climático ya no se han ido?
No se me ocurre más, pero sugiero que si alguno de los que habéis podido gozar de esta fiesta este año en Riolobos, nos hagáis una pequeña crónica dedicada a los que vivimos lejos porque aunque la celebraréis de una forma diferente seguro que será tan entrañable como antes.. ¿Quién se anima?
Saludos desde Sabadell.
Pedro

Un saludo a todos los Riolobos que, esparcidos por toda la península, no nos olvidamos de nuestras raíces. Máximo Lucía López.