JOSE LUIS Gil Soto (director general de Desarrollo Rural) 13/06/2012
Cuando un gestor público se enfrenta a la difícil tarea de gestionar fondos europeos, una de las primeras cosas que aprende es que Europa exige el cumplimiento de una serie de indicadores. En el caso del Desarrollo Rural, todos ellos se resumen en uno: fijar la población rural en el territorio. Sin embargo, desde que existen los programas europeos, a duras penas se ha podido parar la sangría que supone la emigración rural que se produce, fundamentalmente, hacia las capitales de provincia, Y eso, a pesar de que durante décadas hemos gozado de un trasvase de fondos nunca visto y que desde la Junta de Extremadura se han destinado cantidades ingentes de dinero para infraestructuras y servicios en los pueblos que ahora, en época de penuria, no hay quien sostenga.
No me gusta hablar ni de derroche ni de despilfarro. Hablemos, simplemente, de que era un momento de bonanza y de que sobraba el dinero. Unos euros que, según se decidió entonces, debían ir en buena parte a sostener el medio rural de una forma, digamos, artificial. Y esa exagerada cantidad de dinero que en otros momentos sirvió para intentar hacer más atractivos nuestros pueblos y dotarlos de piscinas, pabellones olímpicos, pistas de pádel, parques infantiles, parques geriátricos, centros de día, espacios jóvenes, spa rurales y multitud de iniciativas producto de la imaginación más loable, hoy está sirviendo para apretar el nudo de horca a las corporaciones municipales más endeudadas.
XPARA MITIGARx el desaguisado ahora hay que reconsiderar la forma de actuar. Siguen existiendo herramientas tales como el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), y otros instrumentos que contribuyen a la diversificación económica de las áreas rurales. Estos fondos, en medio de la crisis en que nos encontramos, todavía gozan de cierta salud. Sin embargo, se ha comprobado durante tres períodos de programación que han abarcado casi treinta años, que los servicios sin límite y el dinero a raudales no lo son todo y que resultan insuficientes para conseguir el objetivo principal al que aludía al principio: fijar la población rural joven, fundamentalmente la femenina. Y es que por mucho dinero que se destine a los pueblos, el único gancho eficaz para un hombre o una mujer joven, es el empleo y la prosperidad económica, y esto sólo se consigue con una actividad empresarial equilibrada.
Por eso, la tan manida polémica entre agraristas y ruralistas, y la demagogia basada en la eliminación de servicios que tal vez nunca debieron existir, me provocan hilaridad, pues a estas alturas nadie puede discutir que lo que realmente mantiene nuestros pueblos es la capacidad emprendedora, la pujanza del sector agropecuario, la industria alimentaria y el sector empresarial. Lo demás, los fondos de Desarrollo Rural y otras fuentes, son un grano de arena más que, bien utilizados, contribuyen de manera importante a todo ello, pero nadie puede atribuir a los recortes de cualquier índole el presunto declive del medio rural.
Y, por supuesto, es inadmisible que nadie afirme, como lo hacía en este mismo diario hace unos días un alcalde extremeño, que el Gobierno de Extremadura tiene un plan para acabar con los pueblos, y que hemos parado conscientemente la aplicación de la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural. Y es inadmisible porque la ley, que se aprobó en 2007 por el Gobierno Zapatero, no se llegó a poner en marcha en toda la legislatura pasada por la dificultad que entraña, de tal manera que en julio de 2011 todavía no se había conseguido firmar ni un solo convenio de ninguna comunidad autónoma para su puesta en marcha. Por lo que, transcurrido menos de un año del nuevo Gobierno, es faltar a la verdad y tener flaca memoria recurrir a semejante argumento.
Como extremeños, lo que tenemos para nuestros pueblos es afán de prosperidad. Porque no hay nadie que pueda querer lo contrario. Y la mejor forma de asegurar un futuro próspero a nuestros pueblos, es poner en orden el desajuste en el que se encuentran sumergidos, con deudas impagables, con desequilibrios poblacionales y con prestaciones ficticias que no harían más que contribuir a cerrarlos tarde o temprano. Las bases de la prosperidad pasan por el tejido empresarial y por mayor actividad económica, porque en pos de esa actividad vienen los servicios, el incremento de población joven y, en definitiva, el futuro.
El resto, es demagogia y no querer ver la realidad, haciendo un ejercicio de abstracción tal, que solo sirve para idealizar un país de las maravillas que, desgraciadamente, no existe. Alguien ideó una prosperidad basada en el subsidio perenne, sin tener en cuenta que algún día llegaría una crisis como ésta. Y ahora resulta doloroso admitir la realidad: hay que empezar de nuevo en muchos aspectos de la vida, sencillamente porque se ha perdido mucho tiempo edificando una casa sin cimientos.
Sería mejor que todos, empezando por los gestores, asumiéramos que las cosas han cambiado; y hacer un esfuerzo de planificación en lugar de echarnos las culpas unos a otros. Rememos en la misma dirección, pues todos los que amamos el medio rural apostamos por un desarrollo rural sostenible. Hagamos un uso más productivo y lógico de los fondos públicos y miremos hacia adelante con una nueva perspectiva. Y hagámoslo porque, lejos de agoreros pesimismos, nuestros pueblos tienen futuro. Y mucho.
Saluda la piel de naranja.
Cuando un gestor público se enfrenta a la difícil tarea de gestionar fondos europeos, una de las primeras cosas que aprende es que Europa exige el cumplimiento de una serie de indicadores. En el caso del Desarrollo Rural, todos ellos se resumen en uno: fijar la población rural en el territorio. Sin embargo, desde que existen los programas europeos, a duras penas se ha podido parar la sangría que supone la emigración rural que se produce, fundamentalmente, hacia las capitales de provincia, Y eso, a pesar de que durante décadas hemos gozado de un trasvase de fondos nunca visto y que desde la Junta de Extremadura se han destinado cantidades ingentes de dinero para infraestructuras y servicios en los pueblos que ahora, en época de penuria, no hay quien sostenga.
No me gusta hablar ni de derroche ni de despilfarro. Hablemos, simplemente, de que era un momento de bonanza y de que sobraba el dinero. Unos euros que, según se decidió entonces, debían ir en buena parte a sostener el medio rural de una forma, digamos, artificial. Y esa exagerada cantidad de dinero que en otros momentos sirvió para intentar hacer más atractivos nuestros pueblos y dotarlos de piscinas, pabellones olímpicos, pistas de pádel, parques infantiles, parques geriátricos, centros de día, espacios jóvenes, spa rurales y multitud de iniciativas producto de la imaginación más loable, hoy está sirviendo para apretar el nudo de horca a las corporaciones municipales más endeudadas.
XPARA MITIGARx el desaguisado ahora hay que reconsiderar la forma de actuar. Siguen existiendo herramientas tales como el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), y otros instrumentos que contribuyen a la diversificación económica de las áreas rurales. Estos fondos, en medio de la crisis en que nos encontramos, todavía gozan de cierta salud. Sin embargo, se ha comprobado durante tres períodos de programación que han abarcado casi treinta años, que los servicios sin límite y el dinero a raudales no lo son todo y que resultan insuficientes para conseguir el objetivo principal al que aludía al principio: fijar la población rural joven, fundamentalmente la femenina. Y es que por mucho dinero que se destine a los pueblos, el único gancho eficaz para un hombre o una mujer joven, es el empleo y la prosperidad económica, y esto sólo se consigue con una actividad empresarial equilibrada.
Por eso, la tan manida polémica entre agraristas y ruralistas, y la demagogia basada en la eliminación de servicios que tal vez nunca debieron existir, me provocan hilaridad, pues a estas alturas nadie puede discutir que lo que realmente mantiene nuestros pueblos es la capacidad emprendedora, la pujanza del sector agropecuario, la industria alimentaria y el sector empresarial. Lo demás, los fondos de Desarrollo Rural y otras fuentes, son un grano de arena más que, bien utilizados, contribuyen de manera importante a todo ello, pero nadie puede atribuir a los recortes de cualquier índole el presunto declive del medio rural.
Y, por supuesto, es inadmisible que nadie afirme, como lo hacía en este mismo diario hace unos días un alcalde extremeño, que el Gobierno de Extremadura tiene un plan para acabar con los pueblos, y que hemos parado conscientemente la aplicación de la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural. Y es inadmisible porque la ley, que se aprobó en 2007 por el Gobierno Zapatero, no se llegó a poner en marcha en toda la legislatura pasada por la dificultad que entraña, de tal manera que en julio de 2011 todavía no se había conseguido firmar ni un solo convenio de ninguna comunidad autónoma para su puesta en marcha. Por lo que, transcurrido menos de un año del nuevo Gobierno, es faltar a la verdad y tener flaca memoria recurrir a semejante argumento.
Como extremeños, lo que tenemos para nuestros pueblos es afán de prosperidad. Porque no hay nadie que pueda querer lo contrario. Y la mejor forma de asegurar un futuro próspero a nuestros pueblos, es poner en orden el desajuste en el que se encuentran sumergidos, con deudas impagables, con desequilibrios poblacionales y con prestaciones ficticias que no harían más que contribuir a cerrarlos tarde o temprano. Las bases de la prosperidad pasan por el tejido empresarial y por mayor actividad económica, porque en pos de esa actividad vienen los servicios, el incremento de población joven y, en definitiva, el futuro.
El resto, es demagogia y no querer ver la realidad, haciendo un ejercicio de abstracción tal, que solo sirve para idealizar un país de las maravillas que, desgraciadamente, no existe. Alguien ideó una prosperidad basada en el subsidio perenne, sin tener en cuenta que algún día llegaría una crisis como ésta. Y ahora resulta doloroso admitir la realidad: hay que empezar de nuevo en muchos aspectos de la vida, sencillamente porque se ha perdido mucho tiempo edificando una casa sin cimientos.
Sería mejor que todos, empezando por los gestores, asumiéramos que las cosas han cambiado; y hacer un esfuerzo de planificación en lugar de echarnos las culpas unos a otros. Rememos en la misma dirección, pues todos los que amamos el medio rural apostamos por un desarrollo rural sostenible. Hagamos un uso más productivo y lógico de los fondos públicos y miremos hacia adelante con una nueva perspectiva. Y hagámoslo porque, lejos de agoreros pesimismos, nuestros pueblos tienen futuro. Y mucho.
Saluda la piel de naranja.