OLGA Merino 29/06/2012
TAt principios de los años 90, cuando el tinglado de la URSS se vino abajo, el luto por el comunismo se convirtió en la última ideología. La historia se había acabado, y en las paredes de Moscú, en los descansillos de las escaleras, aparecían pintadas donde la sabiduría popular daba en el clavo del descreimiento. Grafitos como este: Lenin, mudák, que en ruso significa gilipollas. Parece, sin embargo, que el muerto no estaba tan muerto. Como en una eterna rueda cósmica, todo regresa: los pantalones de campana, la factura de la luz y, ahora que nos gustaba el ibuprofeno, los remedios de la abuela contra el resfriado. Todo vuelve; las ideas, también.
Resulta que una edición del Manifiesto comunista, con bellas ilustraciones y publicada por Nórdica, ha sido éxito de ventas en la reciente Feria del Libro de Madrid. Ya ven, el rapapolvo al capitalismo que escribieron Marx y Engels convertido en best-seller siglo y medio después de su aparición. Puede que un ejemplar de esta reedición sea el que ha recibido el ministro García-Margallo de manos de José Luis Centella, portavoz de Izquierda Unida en el Congreso. La anécdota sucedió durante una comparecencia del ministro ante la cumbre de Bruselas. Un episodio que invita a agradecer a los dos protagonistas el tan saludable uso de la ironía. Al diputado de IU, por hacer gala de su apellido con tamaño obsequio. Y al titular de Exteriores, por afirmar que abraza el "paradigma marxista de la lucha de clases".
Todo vuelve o nada se fue. Si el sueldo medio del españolito es de 1.345 euros, no quiero ni pensar en quienes no alcanzan siquiera esa cifra. Puede que sí, que haya que desempolvar los viejos opúsculos que hablaban de las relaciones de trabajo como las "aguas heladas del cálculo egoísta". Aunque el viejo Marx quizá debería introducir algún arreglillo en su andamiaje teórico. Como la aparición de una nueva subclase de la que ya se habla: el precariado.
TAt principios de los años 90, cuando el tinglado de la URSS se vino abajo, el luto por el comunismo se convirtió en la última ideología. La historia se había acabado, y en las paredes de Moscú, en los descansillos de las escaleras, aparecían pintadas donde la sabiduría popular daba en el clavo del descreimiento. Grafitos como este: Lenin, mudák, que en ruso significa gilipollas. Parece, sin embargo, que el muerto no estaba tan muerto. Como en una eterna rueda cósmica, todo regresa: los pantalones de campana, la factura de la luz y, ahora que nos gustaba el ibuprofeno, los remedios de la abuela contra el resfriado. Todo vuelve; las ideas, también.
Resulta que una edición del Manifiesto comunista, con bellas ilustraciones y publicada por Nórdica, ha sido éxito de ventas en la reciente Feria del Libro de Madrid. Ya ven, el rapapolvo al capitalismo que escribieron Marx y Engels convertido en best-seller siglo y medio después de su aparición. Puede que un ejemplar de esta reedición sea el que ha recibido el ministro García-Margallo de manos de José Luis Centella, portavoz de Izquierda Unida en el Congreso. La anécdota sucedió durante una comparecencia del ministro ante la cumbre de Bruselas. Un episodio que invita a agradecer a los dos protagonistas el tan saludable uso de la ironía. Al diputado de IU, por hacer gala de su apellido con tamaño obsequio. Y al titular de Exteriores, por afirmar que abraza el "paradigma marxista de la lucha de clases".
Todo vuelve o nada se fue. Si el sueldo medio del españolito es de 1.345 euros, no quiero ni pensar en quienes no alcanzan siquiera esa cifra. Puede que sí, que haya que desempolvar los viejos opúsculos que hablaban de las relaciones de trabajo como las "aguas heladas del cálculo egoísta". Aunque el viejo Marx quizá debería introducir algún arreglillo en su andamiaje teórico. Como la aparición de una nueva subclase de la que ya se habla: el precariado.