JOSEP Borrell 29/06/2012
Es difícil calificar al Consejo Europeo de mañana como el de la última oportunidad, la cita decisiva, etcétera. Lo hemos dicho tantas veces que es ridículo repetirlo. ¿Cuántas veces nos han dicho los dirigentes europeos que, esta vez de verdad, habían encontrado una solución histórica para salvar al euro? Y, sin embargo, ahora ya no se trata de salvar a un país en concreto, sino de evitar la fragmentación del conjunto.
Hasta ahora, la larga lista de consejos europeos no han hecho sino posponer la evidencia de que solo el euro político podrá evitar la muerte del euro monetario, que ha sobrevivido gracias a las intervenciones del BCE en los frentes de la deuda pública y de la liquidez bancaria.
El consejo de esta semana no va a encontrar soluciones milagrosas ni inmediatamente aplicables. Pero debe enviar señales fuertes de que está dispuesto a avanzar deprisa en la unión política, económica y bancaria, que juntas configurarían un euro bien diferente del de Maastricht. Ese euro nació de un acuerdo político que anclaba Alemania a Europa a cambio de su reunificación. Aceptaba las imposiciones del ordoberalismo alemán (independencia del banco central y reglas estrictas para controlar las políticas fiscales autónomas de los estados), pero ignoraba las dificultades económicas de una moneda común para unos países que no eran, ni son todavía, una zona monetaria óptima.
XESPERABAMOSx que el euro actuaría como una fuerza centrípeta que haría converger las economías y sería la levadura de la unión política. Pero ha actuado como una fuerza centrífuga que ha aumentado las divergencias. Los países débiles tuvieron acceso a créditos abundantes y baratos que han producido booms especulativos y los países fuertes han acumulado excedentes comerciales, sin que existiesen mecanismos políticos que permitiesen equilibrar el conjunto y hacer frente a las circunstancias adversas que podía sufrir un país, como ocurre en las uniones monetarias que son parte de estructuras federales.
Ya no es posible seguir haciéndonos trampas en el solitario. Para mantener las ventajas del euro, que son muchas incluso para Alemania a pesar de lo que piensan ya casi la mitad de los alemanes, hay que pagar su precio. Y el precio es aceptar una mayor integración política en materia de fiscalidad, de sistemas sociales, de políticas salariales, de gasto público y de supervisión bancaria.
Pero las posiciones de Francia y Alemania divergen. Los franceses quieren avanzar en la unión económica, que implica más solidaridad y por tanto más contribución alemana. Y Alemania quiere un acuerdo previo sobre la unión política para controlar las consecuencias financieras de la unión económica. A pocas horas del Consejo continúa ese diálogo de sordos, que dura ya 25 años con la corta tregua de Sarkozy actuando como portavoz de las ideas de Merkel para evitar que Francia fuese el siguiente objetivo de la especulación. Pero hay que salir de ese impasse antes de que Europa se precipite en una recesión como la de los años 30 sin mecanismos para hacerle frente.
El acuerdo conseguido en Roma entre Merkel y los tres latinos (Francia, España e Italia) para propiciar el crecimiento con un plan de inversiones del orden del 1% del PIB comunitario está bien. Pero para asegurar el crecimiento, antes que nada hay que detener el aumento de los tipos de interés que asfixia a España e Italia, evitar un posible pánico bancario y reequilibrar económicamente el norte y el sur corrigiendo sus diferenciales de competitividad. Y eso exige no solo deflación en el sur, sino también aceptar algo de inflación en el norte.
Hay que empezar renegociando el programa de austeridad griego para hacerlo factible sin provocar una explosión social. Merkel debería recordar lo que decía Keynes al criticar las leoninas condiciones impuestas a Alemania para pagar las reparaciones de la primera guerra mundial. Igualmente, hay que aplazar los objetivos de equilibrio presupuestario para evitar una recesión autoalimentada. El BCE debe intervenir comprando activos en dólares para bajar el euro y permitir que las exportaciones compensen la caída de la demanda interna. Anunciar que comprará deuda española e italiana para evitar que los tipos de interés obliguen al rescate, que sería imposible financiar, de esas dos grandes economías. Los mercados financieros entienden mejor que nadie que sin crecimiento no hay solución al problema del endeudamiento.
Merkel sigue negándose a los eurobonos, pero la mutualización, al menos parcial, de las deudas públicas es la única solución a medio plazo. Y mientras tanto, solo cabe confiar en que el BCE actúe como los demás bancos centrales en circunstancias menos graves.
Lo más urgente es asegurar la estabilidad financiera, y eso requiere la supervisión integrada de los bancos y una garantía europea de los depósitos. Es decir, avanzar rápido en la unión bancaria. Y tener bien presente que el statu quo no es una solución, que no hay alternativa a la de avanzar en la integración, salvo la de hacer marcha atrás en la historia a un coste político y económico desorbitante.
Es difícil calificar al Consejo Europeo de mañana como el de la última oportunidad, la cita decisiva, etcétera. Lo hemos dicho tantas veces que es ridículo repetirlo. ¿Cuántas veces nos han dicho los dirigentes europeos que, esta vez de verdad, habían encontrado una solución histórica para salvar al euro? Y, sin embargo, ahora ya no se trata de salvar a un país en concreto, sino de evitar la fragmentación del conjunto.
Hasta ahora, la larga lista de consejos europeos no han hecho sino posponer la evidencia de que solo el euro político podrá evitar la muerte del euro monetario, que ha sobrevivido gracias a las intervenciones del BCE en los frentes de la deuda pública y de la liquidez bancaria.
El consejo de esta semana no va a encontrar soluciones milagrosas ni inmediatamente aplicables. Pero debe enviar señales fuertes de que está dispuesto a avanzar deprisa en la unión política, económica y bancaria, que juntas configurarían un euro bien diferente del de Maastricht. Ese euro nació de un acuerdo político que anclaba Alemania a Europa a cambio de su reunificación. Aceptaba las imposiciones del ordoberalismo alemán (independencia del banco central y reglas estrictas para controlar las políticas fiscales autónomas de los estados), pero ignoraba las dificultades económicas de una moneda común para unos países que no eran, ni son todavía, una zona monetaria óptima.
XESPERABAMOSx que el euro actuaría como una fuerza centrípeta que haría converger las economías y sería la levadura de la unión política. Pero ha actuado como una fuerza centrífuga que ha aumentado las divergencias. Los países débiles tuvieron acceso a créditos abundantes y baratos que han producido booms especulativos y los países fuertes han acumulado excedentes comerciales, sin que existiesen mecanismos políticos que permitiesen equilibrar el conjunto y hacer frente a las circunstancias adversas que podía sufrir un país, como ocurre en las uniones monetarias que son parte de estructuras federales.
Ya no es posible seguir haciéndonos trampas en el solitario. Para mantener las ventajas del euro, que son muchas incluso para Alemania a pesar de lo que piensan ya casi la mitad de los alemanes, hay que pagar su precio. Y el precio es aceptar una mayor integración política en materia de fiscalidad, de sistemas sociales, de políticas salariales, de gasto público y de supervisión bancaria.
Pero las posiciones de Francia y Alemania divergen. Los franceses quieren avanzar en la unión económica, que implica más solidaridad y por tanto más contribución alemana. Y Alemania quiere un acuerdo previo sobre la unión política para controlar las consecuencias financieras de la unión económica. A pocas horas del Consejo continúa ese diálogo de sordos, que dura ya 25 años con la corta tregua de Sarkozy actuando como portavoz de las ideas de Merkel para evitar que Francia fuese el siguiente objetivo de la especulación. Pero hay que salir de ese impasse antes de que Europa se precipite en una recesión como la de los años 30 sin mecanismos para hacerle frente.
El acuerdo conseguido en Roma entre Merkel y los tres latinos (Francia, España e Italia) para propiciar el crecimiento con un plan de inversiones del orden del 1% del PIB comunitario está bien. Pero para asegurar el crecimiento, antes que nada hay que detener el aumento de los tipos de interés que asfixia a España e Italia, evitar un posible pánico bancario y reequilibrar económicamente el norte y el sur corrigiendo sus diferenciales de competitividad. Y eso exige no solo deflación en el sur, sino también aceptar algo de inflación en el norte.
Hay que empezar renegociando el programa de austeridad griego para hacerlo factible sin provocar una explosión social. Merkel debería recordar lo que decía Keynes al criticar las leoninas condiciones impuestas a Alemania para pagar las reparaciones de la primera guerra mundial. Igualmente, hay que aplazar los objetivos de equilibrio presupuestario para evitar una recesión autoalimentada. El BCE debe intervenir comprando activos en dólares para bajar el euro y permitir que las exportaciones compensen la caída de la demanda interna. Anunciar que comprará deuda española e italiana para evitar que los tipos de interés obliguen al rescate, que sería imposible financiar, de esas dos grandes economías. Los mercados financieros entienden mejor que nadie que sin crecimiento no hay solución al problema del endeudamiento.
Merkel sigue negándose a los eurobonos, pero la mutualización, al menos parcial, de las deudas públicas es la única solución a medio plazo. Y mientras tanto, solo cabe confiar en que el BCE actúe como los demás bancos centrales en circunstancias menos graves.
Lo más urgente es asegurar la estabilidad financiera, y eso requiere la supervisión integrada de los bancos y una garantía europea de los depósitos. Es decir, avanzar rápido en la unión bancaria. Y tener bien presente que el statu quo no es una solución, que no hay alternativa a la de avanzar en la integración, salvo la de hacer marcha atrás en la historia a un coste político y económico desorbitante.