AMADOR Rivera (periodista) 11/07/2012
Tienen razón Mariano Rajoy y sus portavoces al decir que este Gobierno está cambiando España. No para bien, dicho sea de paso y sin ánimo de molestar. Tan profundo y rápido está siendo el cambio, que hasta los días de la semana nos parecen diferentes. Hasta ahora, el lunes era el más antipático y odiado por todos. El ánimo lo empezábamos a recuperar con los siguientes, que podríamos definir como neutros (martes, miércoles y jueves), mientras el viernes nos llenaba de esperanza por ser la antesala del fin de semana. Lo que no sospechábamos era que Rajoy iba a convertir los gozosos viernes en una pesadilla. Y a odiarlos; a los viernes me refiero.
Lo malo es que, al menos yo, he comenzado a odiar los días que hasta ahora me resultaban neutros, sin moderar mi animadversión a los lunes. El odio, irracional, a todos los días de la semana es consecuencia de que, a diario, el presidente y sus ministros salen en manada para anunciarnos que cualquier viernes nos apretarán, aún más, las tuercas de los recortes. Seguramente, no hacen esos anuncios para asustarnos, sino para aplacar las iras de los insaciables mercados contra nuestra ya famosa "prima". Lo curioso del caso es que, para mantenernos en tensión, o ablandarnos, Rajoy repite una y otra vez generalidades del tipo "haremos lo que tenemos que hacer" que suenan amenazantes, mientras sus ministros deslizan la posibilidad de subirnos impuestos y tasas o quitarnos algún nuevo derecho sin, por cierto, utilizar las palabras subidas ni recortes.
Un modo de hablar, del presidente y sus ministros, que me lleva a pensar que la profesión de político se parece cada vez más a la del equilibrista. Con dos diferencias: la primera, que el equilibrista juega con su vida, en tanto el político lo hace con las ajenas. La segunda que, en el caso de estos últimos, sus equilibrios tienen que ver con las palabras. Lo digo porque se niegan a llamar a las cosas por su nombre, cambiando recortes por ajustes, mientras se callan la razón por la que actúan como lo hacen: las presiones externas, tanto de los socios comunitarios como de los llamados mercados, que más bien parecen los capataces de la plantación, España en este caso.
Dicho lo anterior, no sé si me molestan más las medidas que se están tomando, que me molestan mucho, o que no nos traten como adultos. Lo razonable sería, en mi opinión, que de una vez por todas el Gobierno reconociera que no tiene autonomía a la hora de tomar sus decisiones; y lo digo por el actual y por el anterior, que nos hurtó el conocimiento de una carta de la UE exigiéndole unos recortes; que acabó haciendo. Estoy seguro de que, de hacerlo, entenderíamos lo que están haciendo, aunque no nos gustara. Y que anunciaran de una vez las medidas que van a tomar, aunque solo fuera para que dejáramos de odiar los viernes y transitar por la semana de la forma más relajada posible y centrar nuestros odios solo en los lunes.
Por cierto, tenemos a la vista un viernes 13 que, como el martes para nosotros, es el día de la mala suerte para los americanos. En este caso, mucho me temo que también en esta ocasión lo será para nosotros. Lo digo porque, en pleno julio y con el triunfo de la Selección tan cerca, es el momento ideal para que el Gobierno nos aseste un nuevo tijeretazo. Al tiempo.
Tienen razón Mariano Rajoy y sus portavoces al decir que este Gobierno está cambiando España. No para bien, dicho sea de paso y sin ánimo de molestar. Tan profundo y rápido está siendo el cambio, que hasta los días de la semana nos parecen diferentes. Hasta ahora, el lunes era el más antipático y odiado por todos. El ánimo lo empezábamos a recuperar con los siguientes, que podríamos definir como neutros (martes, miércoles y jueves), mientras el viernes nos llenaba de esperanza por ser la antesala del fin de semana. Lo que no sospechábamos era que Rajoy iba a convertir los gozosos viernes en una pesadilla. Y a odiarlos; a los viernes me refiero.
Lo malo es que, al menos yo, he comenzado a odiar los días que hasta ahora me resultaban neutros, sin moderar mi animadversión a los lunes. El odio, irracional, a todos los días de la semana es consecuencia de que, a diario, el presidente y sus ministros salen en manada para anunciarnos que cualquier viernes nos apretarán, aún más, las tuercas de los recortes. Seguramente, no hacen esos anuncios para asustarnos, sino para aplacar las iras de los insaciables mercados contra nuestra ya famosa "prima". Lo curioso del caso es que, para mantenernos en tensión, o ablandarnos, Rajoy repite una y otra vez generalidades del tipo "haremos lo que tenemos que hacer" que suenan amenazantes, mientras sus ministros deslizan la posibilidad de subirnos impuestos y tasas o quitarnos algún nuevo derecho sin, por cierto, utilizar las palabras subidas ni recortes.
Un modo de hablar, del presidente y sus ministros, que me lleva a pensar que la profesión de político se parece cada vez más a la del equilibrista. Con dos diferencias: la primera, que el equilibrista juega con su vida, en tanto el político lo hace con las ajenas. La segunda que, en el caso de estos últimos, sus equilibrios tienen que ver con las palabras. Lo digo porque se niegan a llamar a las cosas por su nombre, cambiando recortes por ajustes, mientras se callan la razón por la que actúan como lo hacen: las presiones externas, tanto de los socios comunitarios como de los llamados mercados, que más bien parecen los capataces de la plantación, España en este caso.
Dicho lo anterior, no sé si me molestan más las medidas que se están tomando, que me molestan mucho, o que no nos traten como adultos. Lo razonable sería, en mi opinión, que de una vez por todas el Gobierno reconociera que no tiene autonomía a la hora de tomar sus decisiones; y lo digo por el actual y por el anterior, que nos hurtó el conocimiento de una carta de la UE exigiéndole unos recortes; que acabó haciendo. Estoy seguro de que, de hacerlo, entenderíamos lo que están haciendo, aunque no nos gustara. Y que anunciaran de una vez las medidas que van a tomar, aunque solo fuera para que dejáramos de odiar los viernes y transitar por la semana de la forma más relajada posible y centrar nuestros odios solo en los lunes.
Por cierto, tenemos a la vista un viernes 13 que, como el martes para nosotros, es el día de la mala suerte para los americanos. En este caso, mucho me temo que también en esta ocasión lo será para nosotros. Lo digo porque, en pleno julio y con el triunfo de la Selección tan cerca, es el momento ideal para que el Gobierno nos aseste un nuevo tijeretazo. Al tiempo.