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SANTA CRUZ DE LA SIERRA: CAPITULO LXXV...

CAPITULO LXXV
Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad.

Se encontraban Don Quijote y Sancho Panza, cerca de la villa de Jaraicejo a una legua de esta, en el camino real que lleva a la ciudad de Trujillo, faltando cinco leguas largas para llegar a la misma, le dice Don Quijote a Sancho, amigo Sancho,
ves aquel puntiagudo monte que se divisa frente al camino que llevamos, allí donde
se ve aquélla nube que hay en el cielo, que está rozando su picota, más bien parece un castillo encantado, y llevamos lo que pasó del día viendo el mismo paisaje, sin que se aparte el pico más elevado del camino, pasado el tiempo hicieron un alto porque se hacia de noche y pararon a dormir en una casilla abandonada con corrales y porquerizas, que no estaba muy alejada del camino
que llevaban. Acomodaron a rocinante y a rucio en los corrales, donde no faltaba
hierva que comer, Don Quijote y Sancho en la casilla hicieron el arte de dormir a
pierna suelta, dando grandes ronquidos.
Por la mañana temprano con la salida del sol, después de aparejar a rocinante con
la silla de montar y a rucio con la albarda, montados en el caballo y el pollino, reanudaron la marcha siguiendo el camino alante y como no tenían otra cosa de guía que el camino y la cumbre de la montaña, quedaron a Trujillo a mano derecha y una legua más lejos se encontraban en el cerro de Don Pedro Gómez, sitio desde el cual avistaban la base de la montaña que les había guiado al lugar.
Era mediada la tarde y se encontraban refugiados del sol bajo una encina carrasca
y comenta Don Alonso Quijano a su escudero Sancho, vive Dios Sancho, ven tus ojos, lo que ven los míos, una fila de presos encadenados que los llevan a galeras,
donde preguntó Sancho, y don Quijote señalando con el dedo índice dijo allá, miró Sancho observando lo que veía y dijo a su señor Don Quijote, no son galeotes, son adoctrinados que van en procesión, llevan estandartes y otros santuarios de cruz en cruz, ya caída la tarde, por el sitio de la amarga calle Aguilera, llegaron donde el lugar de un cancho y encima de este una cruz, mandó Don Quijote a Sancho rodear la cruz, más como no pudo hacerlo Sancho sin acceder a parte de la cima del cancho, desde allí avistó que dentro del corral había aves de corral, aprovechando la altura del canchal saltó la tapia y tres de las aves dieron buena cuenta a la suma de lo que Sancho llevaba en sus alforjas.
Don Quijote en vista del buen guisado que había conseguido su escudero, decidió
buscar posada en la aldea, cuyo centro se encuentra en algo menos de un cuarto
de legua, preguntó a un caminante que pasaba al parecer con su hijo de acompañante, por la indicación de alguna posada donde pasar la noche, el caminante llamado el bachiller Sansón Carrasco, le indicó y le facilitó el sitio
en la calle Calderón de la Barca nº 2, cosa que Sancho tomó buena nota en su
gorda y sesuda cabeza. Por fin tras preguntar a varias gentes, llegaron a la puerta
de la posada, a la que llamaron aporreando con el picaporte varias veces sin conseguir que saliera el posadero, al parecer la posada se encontraba cerrada
por algún menester misterioso, viendo un avecindado de la aldea, la intención con
que insistían en el aporreo con la aldaba, pregunto a Don Quijote que desea vuestra merced y el caballero andante dijo, busco posada donde acomodarnos y
el avecindado los envió a la calle cercana Gabriel y Galán nº 1 donde se encontraba
la gobernadora de la aldea.