Se cuenta que hace ya muchos años –fecha desconocida- estaba un cabrerillo guardando sus cabras en la sierra cuando empezó a llover. El muchacho entonces se refugió en una pequeña cueva que tenía cerca y, al entrar, halló una Cruz. La cogió y asustado se dirigió a la casa parroquial y se la entregó al cura para que la llevara a la Iglesia.
El cura la colocó en el altar mayor y, cual no sería su sorpresa, que al día siguiente, cuando fue a decir la misa, ya no se encontraba la Cruz donde la dejó el día anterior.
El cabrerillo, al día siguiente al de la entrega de la Cruz, se marchó a cuidar sus cabras al monte como todos los días. Se pasó entonces por la cueva y pudo ver cómo la Cruz se encontraba de nuevo en su sitio. El muchacho se asustó mucho, no sabía qué hacer pero, en ese momento, oyó una voz que le dijo: “No te asustes. Sólo deseo que en lo alto de este pequeño risco me construyáis una ermita pequeña”.
Entonces el muchacho cogió las cabras y, muy asustado, le contó lo sucedido al cura. El cura, a la mañana siguiente muy temprano, montado en un burro, se marchó a contar lo sucedido al señor obispo. Una vez esto, ya tranquilizó sus nervios y esperó sus órdenes, que fueron claras y rápidas.
Le dijo que empezaran enseguida las obras de la ermita y, como el Señor al aparecerse se refirió a “en lo alto de este pequeño risco”, la ermita empezó a construirse en un reducido llano que en ese lugar se encontraba. Desde entonces se llamaría el Señor del Risco, nombre que conserva en la actualidad, si bien su configuración de entonces, muy rústica, no coincidía con la actual.
El cura la colocó en el altar mayor y, cual no sería su sorpresa, que al día siguiente, cuando fue a decir la misa, ya no se encontraba la Cruz donde la dejó el día anterior.
El cabrerillo, al día siguiente al de la entrega de la Cruz, se marchó a cuidar sus cabras al monte como todos los días. Se pasó entonces por la cueva y pudo ver cómo la Cruz se encontraba de nuevo en su sitio. El muchacho se asustó mucho, no sabía qué hacer pero, en ese momento, oyó una voz que le dijo: “No te asustes. Sólo deseo que en lo alto de este pequeño risco me construyáis una ermita pequeña”.
Entonces el muchacho cogió las cabras y, muy asustado, le contó lo sucedido al cura. El cura, a la mañana siguiente muy temprano, montado en un burro, se marchó a contar lo sucedido al señor obispo. Una vez esto, ya tranquilizó sus nervios y esperó sus órdenes, que fueron claras y rápidas.
Le dijo que empezaran enseguida las obras de la ermita y, como el Señor al aparecerse se refirió a “en lo alto de este pequeño risco”, la ermita empezó a construirse en un reducido llano que en ese lugar se encontraba. Desde entonces se llamaría el Señor del Risco, nombre que conserva en la actualidad, si bien su configuración de entonces, muy rústica, no coincidía con la actual.