Nos metimos las manos en los bolsillos, sin querer, y la frente sintió el fino aleteo de la
sombra fresca, igual que cuando se entra en un
pinar espeso. Las gallinas se fueron recogiendo en su
escalera amparada, una a una. Alrededor, el
campo enlutó su verde, cual si el velo morado del
altar mayor lo cobijase. Se vio, blanco, el
mar lejano, y algunas estrellas lucieron, pálidas. ¡Cómo iban trocando blancura las azoteas! Los que estábamos en ellas nos gritábamos cosas de ingenio mejor o peor, pequeños
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