MANOS ENTRELAZADAS.
Cada vez que te miro,
y te veo, cada vez más,
siempre hay un motivo,
una extraña sensación,
por el cuál no puedo contener,
mis ganas de llorar, de emoción.
Aquí, sentado estás,
con el sombrero por compañero,
pensando en silencio,
las manos entrelazadas,
la mirada perdida,
viendo pasar el tiempo.
Eres frágil y quebradizo,
como la rama de un árbol seco,
buscas en los rincones de tu memoria,
y no encuentras ninguna historia.
Eres viejo y lento,
como tu inseparable garrota,
buscas luz en tu alma,
y solo hayas tinieblas.
Y esas manos entrelazadas,
manos ásperas, llenas de callos,
de tierra, polvo y sudor.
Manos entrelazadas,
manos temblorosas, manchadas,
de resignación, esperanza y amor.
Observo la fotografía,
y veo una cara, un cuerpo,
lleno de surcos y de heridas,
hechos con tu propia vida.
Esa cara, es tu cara,
ese cuerpo, es tu cuerpo,
encorvado, como el roble de la garganta,
por el peso y el paso de los años.
Te has sentado, en el poyete, a esperar,
en esta tarde de Noviembre, de triste soledad,
a esa nube de la muerte,
cargada de dolor y de frialdad.
Abuelo, la última vez que te ví,
estabas inerte, en la caja,
tu cuerpo frío, los ojos cerrados,
la cara, amortajada,
y tus manos, abuelo, tus manos ……………..
¡TUS MANOS ESTABAN LIMPIAS Y ENTRELAZADAS!
Gracias abuelo Martín, por haberme echo tan feliz a tu lado.
ZACHO Noviembre de 1.990.
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