TALAVERUELA: Desde mi rincon ...

Desde mi rincon
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Relatos de verano
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EL NIÑO QUE QUERIA VER EL TREN

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El tren apareció ante sus ojos distinto a como lo había imaginado,
semejante a un juguete mágico, a un espejismo que en cualquier
momento podía desaparecer entre aquella niebla
que unía cielo y tierra.
La máquina ascendía entre apretados arbustos, campos verdes de
helechos y manzanos, y el aire ya cantaba canciones marineras,
y campanas de un viento niño que ya soñaba con el tren.
No, este no era el tren que el había soñado, donde paseó
la imaginación de su infancia.
A veces - le decían - En estos días de niebla, no se ve bien
el tren, hoy lo envuelve el borrín…
Era un nombre sugerente, para desfigurar al niño su tren.
Extendió la mirada desde el cerro, el lugar parecía una espiral
de humo ondulándose entre maizales y castaños, entre zarzas
y cerezos. El aire era suave. Una lenta frescura se filtraba con las
primeras sombras de la tarde.
Todo invitaba al sueño; - pero ese no era su tren - la luz
tamizada por la niebla, la hora del encuentro con la noche, una
sensación plácida y calmada que palpitaba en el ambiente.
- Bajó lento por el prado. Dejó atrás la casa, sus robles y nogales.
Siguió el sendero entre dos verdes, dos verdes de hierba, la que
crece entre la peña y la que llaman otoñada.
- Desde su ventana, día tras día, había pensado que allí estaría
la vía férrea, - pero era todavía un niño-.
Día tras día, noche tras noche, había escuchado aquel silbato
rumor perfumado de sonata; y sólo ahora, cuando ya se acercaba
el momento del encuentro, llegaría la gran desilusión y ésta
había llegado de una forma extraña e imperiosa.
- Delante de él, de pie sobre la loma, se hallaba un hombre
alto y fuerte, de piel oscura y cabellos rubios,
y el niño dijo - ¡Qué raza de Astures o Cántabros!
Le contempló erguido, esbelto, circundado del luz, semejante
a un dios mitológico.
Se volvió lentamente hacia él, sonriente, con una expresión
que da confianza.
Has tardado mucho en bajar - es que era todavía un niño…

- Su voz era dulce y cálida y sus palabras que en otro
momento le hubieran asombrado, le parecieron tan naturales
como un simple saludo.
Es el que le dijo, que con la niebla no se ve bien el tren.
Comenzaba el atardecer y el cielo y el prado iba envolviendo
la figura del desconocido, convirtiéndolo en un ser sobrenatural
hecho de escarcha. Sintió un escalofrío, aunque su voz era tranquilizadora,
pero un vago presentimiento, y un miedo inexplicable
y extraño hacía que algo palpitase en el aire.
Poco a poco, casi sin darse cuenta, como si una fuerza superior
moviera sus pasos, se acercó a él y se puso a su lado.
De cerca era aún más alto y más esbelto.
Su voz, volvió a surgir sonora y dulce.
Hacía mucho que te esperaba. Horas, tal vez años…
No sé. Venía aquí, a conocer el tren. Sí, y nada más…
Nada más. Apenas era necesario hablar.
En un instante había comprendido y se sentía triste.
No era como lo había soñado. ¿Pero cómo explicárselo?
El silencio era más elocuente que las palabras, pobres palabras
mías, para explicar un sueño.
La tarde estaba próxima a hundirse en la noche, una niebla
de tren, de hombre, y de niño, se estrelló contra la roca.
Y la noche llegó, cubriendo de sombras la tierra, y las piedras
ahora eran rojas, y la niebla más espesa,
y el monte estaba solitario.
……………
Abrió lentamente los ojos. Todo había sido un sueño.
Se levantó somnoliento. Por las rendijas de la ventana
entraban las primeras luces del día.
Amanecía en Santa María de Viegu., Y como en los versos del poeta,
el viento traía “esencia sutil de azahar”.
Impresionado aún por su sueño, se asomó a la ventana.
En el monte ya había aclarado, y aunque quedaban unas pocas nubes,
estas se hallaban envueltas en esa suave niebla del amanecer,
en esa suave luz del alba que todo lo idealiza.
… y las nubes formaban figuras caprichosas, como trenes bonitos,
máquinas eléctricas, y estaciones llenas de colores

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Manuel González Álvarez
Mis saludos para Antoine y Familia y a Jack, tu sigue escribiendo. Hay muchos Friskis que no hacen mas que molestar. Manuel de Viegu