No hace muchos días leí esta noticia en un periódico:
"Como todo en la vida, la tecnología que hace posible esto tiene un doble filo. Por uno, es una maravilla poder ir guardando y archivando recuerdos, pensamientos y conversaciones, que podremos consultar en el futuro siempre que queramos. Por otro, todo esto quedará grabado con bits de fuego en una especie de piedra digital, de esas que no borra el paso del tiempo. Hay mucha gente que ha sufrido en los últimos años lo más cruel de este efecto: personas que han visto cómo resurgen fantasmas del pasado, fotos que nunca deberían haber visto la luz pública o comentarios y frases totalmente fuera de lugar que seguramente no deberían haber publicado nunca. En ocasiones es cuando alguien enlaza ambas cosas, el material y la persona (ahora o en el futuro) cuando la combinación es explosiva: políticos que ven cómo acaban sus carreras por haber publicado años ha fotos en las que maltrataban animales, escritores prácticamente linchados públicamente porque alguien rescató ciertas aberraciones que escribieron y habían pasado desapercibidas, famosillos hundidos en la miseria por soltar alguna frase en Twitter que nadie con dos dedos de frente publicaría.
Cada vez más restrictivas al obligar a usar «nombres reales» huyendo de los apodos y el anonimato, llega incluso mucho más allá: nuestros perfiles digitales -dice- contienen tanta información sobre la gente que cada vez es más fácil «meterse en problemas serios» por decir o publicar algo inapropiado. Quien se sienta molesto por algo que lea -con o sin razón- tan solo tiene que hacer unos pocos clics para encontrar quién es la persona real tras una afirmación, una anotación de un blog o una contestación «borde» en una red social.
En algunos casos esos perfiles equivalen más a los trolls y bocarranas que utilizan el anonimato para molestar a los demás que a gente de comportamiento sociable, pero ese anonimato parece hoy en día casi destinado a desaparecer: los servicios y redes sociales actuales son cada vez más estrictos y muchos exigen usar cuentas de Facebook o Google para conectar. El mercado le pide gente real a esas empresas, especialmente para mostrar la publicidad más adecuada a cada cual según perfil personal. En cambio, los sitios web que son más laxos con los registros -incluso admitiendo personajes anónimos- suelen acabar llenos de basura, con gente molestándose entre sí y en general contenidos que se parecen más a los gritos de un campo de fútbol que a una reunión de amigos o un debate público. El típico «mal rollo» con quien nadie quiere asociar su marca.
Dado que ese fuerte enlace entre quién publica algo y todo lo que publica parece tender a ser más y más fuerte no está de más recordar una vez que esas palabras digitales que escribimos cada día no las borrará el paso del tiempo, sino que permanecerán por siempre jamás vinculadas a cada uno de nosotros. Así que, como dicen los anuncios de sustancias y aparatos potencialmente peligrosos para las personas, mejor «usarlos reponsablemente». ¡Ojalá dentro de cinco o diez años no tengas que venir a releer este artículo porque metiste la pata!"
"Como todo en la vida, la tecnología que hace posible esto tiene un doble filo. Por uno, es una maravilla poder ir guardando y archivando recuerdos, pensamientos y conversaciones, que podremos consultar en el futuro siempre que queramos. Por otro, todo esto quedará grabado con bits de fuego en una especie de piedra digital, de esas que no borra el paso del tiempo. Hay mucha gente que ha sufrido en los últimos años lo más cruel de este efecto: personas que han visto cómo resurgen fantasmas del pasado, fotos que nunca deberían haber visto la luz pública o comentarios y frases totalmente fuera de lugar que seguramente no deberían haber publicado nunca. En ocasiones es cuando alguien enlaza ambas cosas, el material y la persona (ahora o en el futuro) cuando la combinación es explosiva: políticos que ven cómo acaban sus carreras por haber publicado años ha fotos en las que maltrataban animales, escritores prácticamente linchados públicamente porque alguien rescató ciertas aberraciones que escribieron y habían pasado desapercibidas, famosillos hundidos en la miseria por soltar alguna frase en Twitter que nadie con dos dedos de frente publicaría.
Cada vez más restrictivas al obligar a usar «nombres reales» huyendo de los apodos y el anonimato, llega incluso mucho más allá: nuestros perfiles digitales -dice- contienen tanta información sobre la gente que cada vez es más fácil «meterse en problemas serios» por decir o publicar algo inapropiado. Quien se sienta molesto por algo que lea -con o sin razón- tan solo tiene que hacer unos pocos clics para encontrar quién es la persona real tras una afirmación, una anotación de un blog o una contestación «borde» en una red social.
En algunos casos esos perfiles equivalen más a los trolls y bocarranas que utilizan el anonimato para molestar a los demás que a gente de comportamiento sociable, pero ese anonimato parece hoy en día casi destinado a desaparecer: los servicios y redes sociales actuales son cada vez más estrictos y muchos exigen usar cuentas de Facebook o Google para conectar. El mercado le pide gente real a esas empresas, especialmente para mostrar la publicidad más adecuada a cada cual según perfil personal. En cambio, los sitios web que son más laxos con los registros -incluso admitiendo personajes anónimos- suelen acabar llenos de basura, con gente molestándose entre sí y en general contenidos que se parecen más a los gritos de un campo de fútbol que a una reunión de amigos o un debate público. El típico «mal rollo» con quien nadie quiere asociar su marca.
Dado que ese fuerte enlace entre quién publica algo y todo lo que publica parece tender a ser más y más fuerte no está de más recordar una vez que esas palabras digitales que escribimos cada día no las borrará el paso del tiempo, sino que permanecerán por siempre jamás vinculadas a cada uno de nosotros. Así que, como dicen los anuncios de sustancias y aparatos potencialmente peligrosos para las personas, mejor «usarlos reponsablemente». ¡Ojalá dentro de cinco o diez años no tengas que venir a releer este artículo porque metiste la pata!"