Era la mariposa más bonita que nunca había visto. La capturé y la encerré en una urna que estuviera a la altura de su belleza. No podía dejar de observar sus movimientos y me desvivía en atenciones para con ella. Pero con el paso del tiempo entendí que su naturaleza libre no permitiría el cautiverio y que, de seguir encerrada, tarde o temprano, acabaría muriendo. Entonces urgentemente me planteé dejarla en libertad o bien mudarme con ella al interior de la urna.
Al final la dejé morir.
Al final la dejé morir.