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TORRE DE SANTA MARIA: Hola Teresa, y buenos días para todos. La verdad es...

LA LETRA CON SANGRE ENTRA.

Puesto que la función del maestro se basa en el principio de autoridad, en la escuela los castigos estaban a la orden del día y, según quien los aplicara, podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma, por leve que fuera, era merecedora de una reprimenda o un penalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared, con pesadas pilas de libros en las manos y orejas de burro; los palmetazos, los coscorrones y algún que otro bofetón o la archifamosa “colleja”. Era también costumbre hacer que el alumno copiara quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.

http://sites. google. com/a/lamerceonline. com/parapa/la-escuela-de-anta% C3%B1o

Teresa todavia recuerdo la dichosa palmeta, cuando poniamos las manos y si la retirabamos doble sesión.

Hola tambien recordareis algunas cuando la abuala de Ichi y Paca la de Catalina, la llamabamos tia Francisca cuando era el tiempo de pelar las mimbres de recompensa nos daban las tijeretas que eran el recorte de los quesos frescos por cierto estaban riquisimas, despues con las cascara de la mimbre haciamos unas trenzas gordas y para columpiarse en algun huerto.

Hablais Añoranza y tú de las mimbres, en concreto de pelar las mimbres, pero ¿para qué se utilizaban? yo supongo que para los cestos. Aquí debía haber mucha tradicción puesto que todavía teneis familias que se las recuerda por esas profesiones (cesteros, mimbreros), pero parece que vosotros hablais de algo común entre el resto de la población y no restringido a esas familias. Bueno contazme

Hola Teresa, y buenos días para todos. La verdad es que yo no se muy bien para que se pelaban las mimbres, me imagino que estas personas si no eran mimbreros las venderían para sacar un dinerito, yo tengo recuerdos de imagenes no muy claras, creo que tendría unos ocho o nueve años, seguro que nuestra amiga Dulcinea se acordara también de esto, era divertido y encima teníamos para comprarnos alguna chuchería.