Bien podría decirse que la historia de Extremadura está escrita en piedra. Entre los dólmenes de la comarca de Valencia de Al cántara y los ladrillos del Museo dfe Arte Romano de Mérida, que es como decir entre la prehistoria y la actualidad, median más de cuatro mil años.
En todo ese tiempo, diversos pueblos cruzaron estas tierras o se asentaron en ellas, dejando en las piedras testimonio de su paso. Durante otro largo período de nuestra historia, éste ya más proxímo, Extremadura fue frontera: Las idas y venidas de moros y cristianos por un lado; los intereses y ambiciones de maestres y nobles poderosos por otro lado; los rifirrantes con nuestros vecionos de Portugal en ocasiones... todo ello fue como un flujo y reflujo, que hubiera ido dejando sus marcas sobre el terreno.
Vigilar y alertar, conquistar y reconquistar, atacar, y defender, fortificar y resistir, fueron trabajo y ejercicio constante, que exigió levantar atalayas y almenaras, edificar murallas y alcazabas, construir fortines y castillos. En ocasiones, algo más casero y mucho menos épico: mostrar la condición de señor y hacer eshibición de poderío.
Castillos extremeños que configuran el paisaje y perdurables signos de identidad de la historia. Se alzaron sobre los cerros, dominando el paisaje.
O se levantaron junto a los ríos, guardando puentes y vados. Tan importantes fueron, que a los pies de mnuchos de ellos crecieron pueblos, cual si fueran sus hijos naturales: Feria o Santibañez el Alto, Slbuquerque o Belvis de Monroy, Puebla de Alcocer o Trujillo. Y tsntos otros. Las "cartas pueblas" eran una invitación a vivir bajo su sombra y cobijo.
Se alza sobre el paisaje los fuertes muros. Se recortan en el cielo las torres almenadas. O son ya apenas unos muros ruinosos, vencidos por el tiempo y la desidía: pero ahí siguen, como guerreros valientes con el orgullo intacto, primero muertos que rendidos. Si un día desaparecieran de nuestros campos las encinas y los cerros y los puntos culminantes de muchos pueblos el castillo de Extremadura sería irreconocible.
Hoy en día los tiempos son otros y ningún castillo -en su mejor o peor estado- cumple la función para la que fue construido.
Pero no por ello han perdido valos. Son parte de nuestra historia, piezas importantes de nuestra cultura y de nuestro rico patrimonio arquitectonico. Sólo por eso habría que conservarlos. Pero también solo por eso -o nada menos que por eso- conviene conocerlos y mostrarlos al visitante.
En todo ese tiempo, diversos pueblos cruzaron estas tierras o se asentaron en ellas, dejando en las piedras testimonio de su paso. Durante otro largo período de nuestra historia, éste ya más proxímo, Extremadura fue frontera: Las idas y venidas de moros y cristianos por un lado; los intereses y ambiciones de maestres y nobles poderosos por otro lado; los rifirrantes con nuestros vecionos de Portugal en ocasiones... todo ello fue como un flujo y reflujo, que hubiera ido dejando sus marcas sobre el terreno.
Vigilar y alertar, conquistar y reconquistar, atacar, y defender, fortificar y resistir, fueron trabajo y ejercicio constante, que exigió levantar atalayas y almenaras, edificar murallas y alcazabas, construir fortines y castillos. En ocasiones, algo más casero y mucho menos épico: mostrar la condición de señor y hacer eshibición de poderío.
Castillos extremeños que configuran el paisaje y perdurables signos de identidad de la historia. Se alzaron sobre los cerros, dominando el paisaje.
O se levantaron junto a los ríos, guardando puentes y vados. Tan importantes fueron, que a los pies de mnuchos de ellos crecieron pueblos, cual si fueran sus hijos naturales: Feria o Santibañez el Alto, Slbuquerque o Belvis de Monroy, Puebla de Alcocer o Trujillo. Y tsntos otros. Las "cartas pueblas" eran una invitación a vivir bajo su sombra y cobijo.
Se alza sobre el paisaje los fuertes muros. Se recortan en el cielo las torres almenadas. O son ya apenas unos muros ruinosos, vencidos por el tiempo y la desidía: pero ahí siguen, como guerreros valientes con el orgullo intacto, primero muertos que rendidos. Si un día desaparecieran de nuestros campos las encinas y los cerros y los puntos culminantes de muchos pueblos el castillo de Extremadura sería irreconocible.
Hoy en día los tiempos son otros y ningún castillo -en su mejor o peor estado- cumple la función para la que fue construido.
Pero no por ello han perdido valos. Son parte de nuestra historia, piezas importantes de nuestra cultura y de nuestro rico patrimonio arquitectonico. Sólo por eso habría que conservarlos. Pero también solo por eso -o nada menos que por eso- conviene conocerlos y mostrarlos al visitante.