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Alberto Manzano Cortés
06/12/2020

Este 8 de diciembre María Purificación Barquilla Martín cumplirá 96 años. Es la mujer más longeva de Belén, la pedanía de Trujillo que lleva a gala ser la única población española con el nombre de la ciudad palestina donde nació Jesús de Nazaret. Quizá por eso aquí la Navidad se ha celebrado siempre de manera especial. «La recuerdo preciosa porque antes había bastante gente aquí», relata Purificación sentada en la mesa camilla de su acogedora casa.

«Rememoro muy bien aquellos años porque teníamos la Misa del Gallo por la noche, después íbamos a cenar, luego a bailar. Cantábamos villancicos alegres, tocábamos el almirez, la zambomba... Yo he sido muy cantarina», cuenta entre risas mientras su hija, Amada Borreguero Barquilla, sentada a su lado, narra sus vivencias. «Aquí la costumbre era cantar romances, eran muy bonitos, vienen de padres a hijos, pasaban de generación a generación a través del boca a boca».

En la reunión también está presente su sobrina, Pastori Barquilla Díaz, que además es presidenta de la Asociación de Mujeres de Belén, una mujer amable, muy conocedora de las tradiciones del pueblo. «Esta casa era un zaguán grandísimo, cenábamos todos juntos y anejo había una cochera que era donde se hacía la lumbre», explica. Enseguida Purificación añade: «Cocinábamos las migas con chorizo, con torreznos, con café, partíamos un jamón, desfilaba todo el pueblo. Esto era un centro de referencia», apunta entre carcajadas.

Los padres de Purificación eran carboneros y asimismo se dedicaban a la agricultura, a la siembra, «y a nosotros nos tocaba trabajar mucho en el campo», subraya. Cuando se casó, como su marido era militar, el primer destino donde se marcharon fue Jaca. Luego vivieron en el Sáhara («allí nos cogió la Marcha Verde», dice), en Badajoz, Mérida, Cáceres, Plasencia, Sevilla, Gijón o Madrid, donde compraron numerosas figuras del Nacimiento en el rastro.

En Navidad siempre volvían a la tierra. «Mi padre ponía el belén, iba a buscar piedras, el césped le crecía, era enorme», indica Amada. Ahora vuelven a esta casa los nietos y biznietos, cantan, lo pasan sensacional, pero la Navidad ya no es lo que era.

«Una vez una mujer me dijo por la redes sociales que si yo era de Jerusalén. Le dije que no, que yo soy de Belén, pero del de Extremadura», destaca Pastori. Ella recuerda con nostalgia el pasado. «Había varios salones de baile, estaba el del tío Mangas, tocaban el violín, la flauta, el tambor... Teníamos taberna, cuatro comercios como el de tía Nuncia, tres o cuatro bares. Había u gran personal. Pero como aquí no había trabajo emigraron al País Vasco, a Cataluña y algunos se fueron a Australia».

Nacimiento viviente

En aquella época se celebraba el belén viviente. María Bravo Vaquero, una vecina, nos lo cuenta. «En la plaza había una casa con un portal y allí se instalaba con vecinos del pueblo. Eso se fue perdiendo, luego lo pusieron en la puerta de la iglesia e igualmente se ha perdido», precisa con nostalgia.

«Cuando mis suegros vivían y nos íbamos a cenar allí, mi suegra cantaba romances y pasábamos la noche de maravilla, todos los cuñados, todos los sobrinos. Salíamos con el Niño Jesús para que le echaran dinero con el aguinaldo. «Después con el paso del tiempo todo se ha perdido». asegura.

Y es que la Nochebuena era muy especial. «Cuando yo era más chica, que no soy nada de mayor - avisa Pastori- cenábamos mis abueLos, mis primos, mis tíos. Después de la Misa del Gallo te ibas a la cochera o a la cocinilla. Hacíamos una lumbre grandísima y por allí pasaba todo el pueblo. Durante toda la noche y toda la mañana del día siguiente se cantaban villancicos, los romances, se daban los dulces típicos, la copita de anís...»

Al día siguiente por la mañana hacían sus migas «y después se volvía a venir a misa -pormenoriza Pastori-. A lo mejor esa noche no se acostaba la gente y pasaba todo el pueblo por casa de Julián y Nicolás. Había polvorones, turrones, algunos caseros, perrunillas o los pestiños... Era bonito».

Hilo musical

Pastori sigue dando rienda suelta a su memoria: «Mi padre tenía un acordeón, tan pronto lo veías con el acordeón que lo veías con la guitarra, la zambomba, las panderetas, los platillos, los cascabeles, las castañuelas, es que había de todo. Y una alegría... Empezaban a la una de la noche y eran las nueve de la mañana y seguían. La lumbre se empezaba a encender antes de las nueve. Y continuaba pasando la gente por allí».

Confiesa que entonces «no lo valorábamos tanto y decíamos, madre mía, que pesados son, no paran de cantar y actualmente muchas veces me arrepiento de no haberme aprendido todas aquellas canciones. Ahora las cantamos nosotros y te trae muchos recuerdos y mucha añoranza».

Belén tiene algo más de 200 vecinos. Hablan que llegó a superar los 1.000. «En el alto del pueblo están las escuelas. Dejaron de funcionar porque no había niños. Cuando se abrieron Las Américas en Trujillo los muchachos se fueron allí». En este momento, en ese edificio se ha construido un albergue. «La gente puede quedarse, hacen conferencias, trabajos de medio ambiente... además tenemos una urbanización de personas jóvenes, aunque en la localidad no hay más de 10 niños pequeños. Juventud realmente no hay», dice con cierta tristeza Pastori.

Echar de menos al médico

En el pueblo hay una panadería, hay un bar, un comercio, misa los domingos que ofician don Eugenio o don Manuel, un botiquín y un consultorio médico. «La médica desde que empezamos con lo de la pandemia dejó de venir. El practicante, sí viene todos los días. Y lo echamos en falta lo del médico porque aquí hay un montón de gente mayor y les cuesta trabajo pedir las citas. Ahora es por teléfono y ellos no se fían, y no es lo mismo».

Damos un paseo por la calleja del Pozo, que era donde los habitantes iban a por el agua a beber «porque no teníamos agua corriente». Antes del coronavirus se hacían obras de teatro sobre un escenario que cedía el Ayuntamiento de Trujillo. Luego Pastori nos enseña la iglesia, cuya patrona, la Virgen de Belén preside el altar mayor, con la particularidad de que no es una talla sino un cuadro. El templo ha sido testigo de las vivencias de este lugar lleno de magia y paz que es el hermano chico del Belén de Jerusalén