MI INFANCIA:
Quiero con estas lineas, recordar a Saturio Quiroga, en mi infancia uno de mis mejores amigos, despues siempre un hermano.
De las faldas de sus montes hizo las fuentes mi abuelo, la Sorda, la Herrumbrosa y otra que no recuerdo el nombre, quizá alguna más, ¡¡ Vaya Pilón!! ¡¡Vaya hermosura!! Las vistió bellamente con granito, joya que tienen las montañas de mí pueblo: VILLAMIEL
¡Qué rica, tan fresquita, y buena! Cuántas veces sorbí de aquel chorro, ¡Tan claro! metiendo las manos, y cabeza en su pilón.
El agua de mi pueblo, no tiene nada que envidiar a la del Avellano, de esta bebí varias veces en Granada, por tanto puedo decirlo.-
Muy cerca aquella fuente, hizo también mi abuelo: las ESCUELAS lo escribo con letras mayúsculas. ¡Qué Escuelas!
En mi último viaje a Villamiel, entré en ellas para recordar donde hice los primeros “Palotes”, aprendí a leer, escribir, observar y querer.-
Observé el primer aeroplano que pasó por nuestro pueblo.-Quise a mis amigos, como si fuesen mis hermanos.
Salí .miré nuevamente mí escuela, y bebí agua: la más pura, cristalina y fresca. ¡Hermoso día!, recordé: los mejores años de mí infancia.
Chiquitito. Seis o siete años, pero ¡¡Cuántos recuerdos!! : Nicanor, y la tía Marciana, y la tía Petronila, Don Cecilio Pérez y Señora Juana,
Don Esteban, Don Ricardo, Doña Alberta, hijas: Aurora, Carmen, Carlota.-
Aquí nos parió mi madre: Doña Paulina cinco hijos: Fernando, Blanca, Pepe, Julián y Félix.
En éste pueblo serrano, defendido en su día por el Castillo de Trebejo, que desde su balcón y mirador natural se divisa media comarca, para arriba castaños y castaños, robles, pinos con alfombras de helechos brezos y tomillos y el pico del Jálama dando sombra a nuestro pueblo y desde ese gran mirador de Trebelliu miro hacia abajo ¡Ay! ¡Ay! Parece que los ven allí los naranjos y limoneros y más castaños y más robles y toda esta maravilla rodeada de olivos y olivos, viñas y cabras, sí, sí, las de Don Esteban, sí, sí, las viñas de Don Cecilio Pérez y la Sra. Juana.
Nosotros vivíamos en una casa que mi padre tendría arrendada a de. Esteban Guillén, o Don Ricardo Galván o a su esposa: Doña Alberta o a los tres juntos, situada en la Plaza -frente al Ayuntamiento-, lindando por la izquierda con la casa de la Justa y de Fontanal; Por la derecha con otra de los mismos señores; subíamos desde la plaza por unas escaleras.
Mi madre en todos los partos fue asistida por Don Domingo, un gran médico. Allí nacimos: Fernando, Blanca, Pepe, Julián y Félix.-
-Saturio- : “¡Pepe a que no corres más que yo!”, jugábamos a ver quien corría más a “caballo”, nuestros caballos eran unas varas largas y delgadas de castaño; los “caballos” saltaban por charcos, barro, y, arroyuelos que bajaban por calles y callejas.
Aquella era cuesta abajo, daba salida a la carretera; bajando corriendo, y jaleando mi caballo por una tramo estrecho, trotando al lado de Saturio, –mayor que yo- pero... Le adelanté, él arreó su caballo, y, pisando la cola del mío, resbalé, caí al suelo, me rompí un brazo.
Fuimos rápido a su casa. Don Honorio y Doña Ramona – sus padres-, castigaron a Saturio. Me llevaron a casa de Don Domingo el médico, me lo entablilló, Encartonó y lo vendó.
A los pocos días, tuve que ir a su casa, me quito el cabestrillo, pero me puso en la mano un bonito portalibros - por aquel tiempo era la moda escolar-, Don Domingo me dijo: “tienes que mover el brazo (no sé cuantas veces) para un lado y para otro”; ¡Veía todas las estrellas! Y ¡qué estrellas! ¡Brillaban de mil colores!-Doña Cruz de Sande –su esposa- salía al corredor-solana, donde yo hacia los ejercicios con el portalibros.-Ella me consolaba diciendo-: ¡“Venga Pepe, no llores, pronto tienes bueno el brazo”!
A Saturio. El gran culpable, lo castigó: ¡No Don Honorio, no! Tampoco Doña Ramona; Fueron la Piedad y la Soledad, vírgenes muy veneradas allí.- ¿Cómo fue el castigo? : él también se rompió el brazo, pero no una sino dos veces: una vez por La Piedad, y otra por La Soledad.
Fue más veces a casa de Don Domingo... Seguro vio todo el firmamento lleno de rayos y centellas.- ¡Qué rayos, los de Villamiel! Sólo los he visto iguales, en Ketama, laderas del Gran Atlas de áfrica.-
Un saludo para todos, de vuestro paísano:José Viera Gutiérrez.
Quiero con estas lineas, recordar a Saturio Quiroga, en mi infancia uno de mis mejores amigos, despues siempre un hermano.
De las faldas de sus montes hizo las fuentes mi abuelo, la Sorda, la Herrumbrosa y otra que no recuerdo el nombre, quizá alguna más, ¡¡ Vaya Pilón!! ¡¡Vaya hermosura!! Las vistió bellamente con granito, joya que tienen las montañas de mí pueblo: VILLAMIEL
¡Qué rica, tan fresquita, y buena! Cuántas veces sorbí de aquel chorro, ¡Tan claro! metiendo las manos, y cabeza en su pilón.
El agua de mi pueblo, no tiene nada que envidiar a la del Avellano, de esta bebí varias veces en Granada, por tanto puedo decirlo.-
Muy cerca aquella fuente, hizo también mi abuelo: las ESCUELAS lo escribo con letras mayúsculas. ¡Qué Escuelas!
En mi último viaje a Villamiel, entré en ellas para recordar donde hice los primeros “Palotes”, aprendí a leer, escribir, observar y querer.-
Observé el primer aeroplano que pasó por nuestro pueblo.-Quise a mis amigos, como si fuesen mis hermanos.
Salí .miré nuevamente mí escuela, y bebí agua: la más pura, cristalina y fresca. ¡Hermoso día!, recordé: los mejores años de mí infancia.
Chiquitito. Seis o siete años, pero ¡¡Cuántos recuerdos!! : Nicanor, y la tía Marciana, y la tía Petronila, Don Cecilio Pérez y Señora Juana,
Don Esteban, Don Ricardo, Doña Alberta, hijas: Aurora, Carmen, Carlota.-
Aquí nos parió mi madre: Doña Paulina cinco hijos: Fernando, Blanca, Pepe, Julián y Félix.
En éste pueblo serrano, defendido en su día por el Castillo de Trebejo, que desde su balcón y mirador natural se divisa media comarca, para arriba castaños y castaños, robles, pinos con alfombras de helechos brezos y tomillos y el pico del Jálama dando sombra a nuestro pueblo y desde ese gran mirador de Trebelliu miro hacia abajo ¡Ay! ¡Ay! Parece que los ven allí los naranjos y limoneros y más castaños y más robles y toda esta maravilla rodeada de olivos y olivos, viñas y cabras, sí, sí, las de Don Esteban, sí, sí, las viñas de Don Cecilio Pérez y la Sra. Juana.
Nosotros vivíamos en una casa que mi padre tendría arrendada a de. Esteban Guillén, o Don Ricardo Galván o a su esposa: Doña Alberta o a los tres juntos, situada en la Plaza -frente al Ayuntamiento-, lindando por la izquierda con la casa de la Justa y de Fontanal; Por la derecha con otra de los mismos señores; subíamos desde la plaza por unas escaleras.
Mi madre en todos los partos fue asistida por Don Domingo, un gran médico. Allí nacimos: Fernando, Blanca, Pepe, Julián y Félix.-
-Saturio- : “¡Pepe a que no corres más que yo!”, jugábamos a ver quien corría más a “caballo”, nuestros caballos eran unas varas largas y delgadas de castaño; los “caballos” saltaban por charcos, barro, y, arroyuelos que bajaban por calles y callejas.
Aquella era cuesta abajo, daba salida a la carretera; bajando corriendo, y jaleando mi caballo por una tramo estrecho, trotando al lado de Saturio, –mayor que yo- pero... Le adelanté, él arreó su caballo, y, pisando la cola del mío, resbalé, caí al suelo, me rompí un brazo.
Fuimos rápido a su casa. Don Honorio y Doña Ramona – sus padres-, castigaron a Saturio. Me llevaron a casa de Don Domingo el médico, me lo entablilló, Encartonó y lo vendó.
A los pocos días, tuve que ir a su casa, me quito el cabestrillo, pero me puso en la mano un bonito portalibros - por aquel tiempo era la moda escolar-, Don Domingo me dijo: “tienes que mover el brazo (no sé cuantas veces) para un lado y para otro”; ¡Veía todas las estrellas! Y ¡qué estrellas! ¡Brillaban de mil colores!-Doña Cruz de Sande –su esposa- salía al corredor-solana, donde yo hacia los ejercicios con el portalibros.-Ella me consolaba diciendo-: ¡“Venga Pepe, no llores, pronto tienes bueno el brazo”!
A Saturio. El gran culpable, lo castigó: ¡No Don Honorio, no! Tampoco Doña Ramona; Fueron la Piedad y la Soledad, vírgenes muy veneradas allí.- ¿Cómo fue el castigo? : él también se rompió el brazo, pero no una sino dos veces: una vez por La Piedad, y otra por La Soledad.
Fue más veces a casa de Don Domingo... Seguro vio todo el firmamento lleno de rayos y centellas.- ¡Qué rayos, los de Villamiel! Sólo los he visto iguales, en Ketama, laderas del Gran Atlas de áfrica.-
Un saludo para todos, de vuestro paísano:José Viera Gutiérrez.