Vascos y catalanes extremosos se han parapetado con sus fueros desaforados por encima de España y los españoles, autoproclamándose superiores. Creo que esto se llama supremacismo, pero debería llamarse supernecismo, incluso supernazismo, pues todos tenemos nuestras virtudes y defectos, nuestras positividades y negatividades, nuestras aportaciones y deportaciones.
Ellos achacan a los demás lo que ellos mismos protagonizan en sus lares: la chulería y el orgullo, el machismo y el rencor, la política irredenta.
Para esos vascos, el español es agresivo o violento, pero lo dicen tras el terrible capítulo etarra. Para esos catalanes, los españoles no son democráticos, pero lo dicen tras su proclamada república antidemocrática. Para esos catalanes y vascos, España es folclórica, pero lo afirman tras sus respectivos folclores identitarios y rimbombantes.
Así que en Cataluña y el País Vasco nos robarían las señas de identidad de la vieja España, reciclando así nuestra tradicional idiosincrasia ritual. Vascos y catalanes resultarían así últimamente los más españoles, mientras que los españoles intentamos recoger el antiguo seny o sensatez catalana y la antigua seriedad vascónica.
Hasta trabajamos más que ellos dados como están a sus festejos colectivos, y somos más internacionales con nuestro español al frente no reducido al catalán o euskera. Resulta que la más reacia mentalidad española aparcaría hoy en Cataluña y el País Vasco, ansiosos como están de una República rancia y de un secesionismo sesgado.
Mientras que España se abre a Europa y al mundo entero, Cataluña y el País vasco se ensimisman en un encierro y encerrona que limita su propia potencialidad. Mientras que España despierta de viejos letargos y crisis, ciertos vascos y catalanes ansían la vuelta de un carlismo político desfasado y periclitado.
Y mientras cierta Cataluña y Euskadi denuestan lo español, el español se expande personal y lingüísticamente, individual y colectivamente, política y culturalmente entre Europa, Latinoamérica y el mundo. He aquí que Cataluña y el País Vasco eran la avanzadilla de España, pero he acá que si persisten en perseguir unas utopías celestiales tan pías acabarán circunscritos a su propia periferia con rencor. En otros tiempos vascos y catalanes nos despertaban del sueño dogmático del franquismo, ahora los españoles debemos despertarles de su ensueño mitológico a través de una buena ración de razón crítica y autocrítica.
El nacionalismo tiene algo de nazi-onanismo, así pues de autoafirmación letal no solo para el otro sino para sí mismo en su extremismo. Dicho extremismo lleva a pensar con las extremidades y no con la cabeza, ya que conlleva una mala dosis de chauvinismo, racismo y xenofobia. Pero sobre todo lleva consigo una inflación narcisista que sustituye el yo personal por un nosotros impersonal y fraudulento. El fraude de un superego colectivo a costas de los demás, neutralizados como lo de-más: cosificados. O el nacionalismo como ideología alienadora o enajenadora.
Ellos achacan a los demás lo que ellos mismos protagonizan en sus lares: la chulería y el orgullo, el machismo y el rencor, la política irredenta.
Para esos vascos, el español es agresivo o violento, pero lo dicen tras el terrible capítulo etarra. Para esos catalanes, los españoles no son democráticos, pero lo dicen tras su proclamada república antidemocrática. Para esos catalanes y vascos, España es folclórica, pero lo afirman tras sus respectivos folclores identitarios y rimbombantes.
Así que en Cataluña y el País Vasco nos robarían las señas de identidad de la vieja España, reciclando así nuestra tradicional idiosincrasia ritual. Vascos y catalanes resultarían así últimamente los más españoles, mientras que los españoles intentamos recoger el antiguo seny o sensatez catalana y la antigua seriedad vascónica.
Hasta trabajamos más que ellos dados como están a sus festejos colectivos, y somos más internacionales con nuestro español al frente no reducido al catalán o euskera. Resulta que la más reacia mentalidad española aparcaría hoy en Cataluña y el País Vasco, ansiosos como están de una República rancia y de un secesionismo sesgado.
Mientras que España se abre a Europa y al mundo entero, Cataluña y el País vasco se ensimisman en un encierro y encerrona que limita su propia potencialidad. Mientras que España despierta de viejos letargos y crisis, ciertos vascos y catalanes ansían la vuelta de un carlismo político desfasado y periclitado.
Y mientras cierta Cataluña y Euskadi denuestan lo español, el español se expande personal y lingüísticamente, individual y colectivamente, política y culturalmente entre Europa, Latinoamérica y el mundo. He aquí que Cataluña y el País Vasco eran la avanzadilla de España, pero he acá que si persisten en perseguir unas utopías celestiales tan pías acabarán circunscritos a su propia periferia con rencor. En otros tiempos vascos y catalanes nos despertaban del sueño dogmático del franquismo, ahora los españoles debemos despertarles de su ensueño mitológico a través de una buena ración de razón crítica y autocrítica.
El nacionalismo tiene algo de nazi-onanismo, así pues de autoafirmación letal no solo para el otro sino para sí mismo en su extremismo. Dicho extremismo lleva a pensar con las extremidades y no con la cabeza, ya que conlleva una mala dosis de chauvinismo, racismo y xenofobia. Pero sobre todo lleva consigo una inflación narcisista que sustituye el yo personal por un nosotros impersonal y fraudulento. El fraude de un superego colectivo a costas de los demás, neutralizados como lo de-más: cosificados. O el nacionalismo como ideología alienadora o enajenadora.
Eres un rancio arcáico... vete a dormir...! porqué sueñas depierto majete... Agur Deu Astaloguiño