Nos sentamos en la terraza de la heladería que hay enfrente al teatro Colon, pedimos un helado de cucurucho para cada uno, y de verdad que resultaron ser fieles a la fama que se han ganado en La Coruña, a veces se forman largas colas, consecuencia de la fuerte demanda, el boca a boca resulta ser la más eficaz de las propagandas, al menos en un ámbito local.
Un gorrión desconfiado revolotea haciendo amagos esprerando por si apaña alguna migaja que se pueda caer.
Rompo un trozo del cucurucho en diminutos pedazos y el gorrión en un ir y venir, algo nervioso, decide saciar su necesidad calórica y o de proteína, algo de crema del helado va en el contenido y la escena me anima a seguir alimentando al animalito.
De pronto y sin motivo aparente el pajarito huye veloz doblando la esquina del edificio en donde está la heladería acudiendo a uno de los árboles que se encuentran a lo largo del paseo.
Al rato vuelve el gorrión con un pichoncito que se supone es su hijo, en vuelo por libre, su inseguro y vacilante volar lo delata, todavía carece de autonomía de vuelo, y es el gorrión adulto quien da rienda suelta al resto de alimento que había dejado en el suelo, lo recoge con su pico introduciéndolo en la boca abierta de su hijo, y seguí dejando trocitos hasta terminar, fué lo que duró la escena.
Todo esto me acabó de convencer de algo que siempre lo he tenido casi claro, no es necesario ir lejos para dejarse sorprender por aquello que nos ofrece la naturaleza, y cuantas veces ante ella cerramos los ojos a pesar de que nos ofrece detalles que de verdad merecen la pena y sin necesidad de viajar, cuando lo que tenemos al lado de casa tiene la capacidad de sorprender y nos ponemos de perfil o la ceguera nos inhabilita.
Un gorrión desconfiado revolotea haciendo amagos esprerando por si apaña alguna migaja que se pueda caer.
Rompo un trozo del cucurucho en diminutos pedazos y el gorrión en un ir y venir, algo nervioso, decide saciar su necesidad calórica y o de proteína, algo de crema del helado va en el contenido y la escena me anima a seguir alimentando al animalito.
De pronto y sin motivo aparente el pajarito huye veloz doblando la esquina del edificio en donde está la heladería acudiendo a uno de los árboles que se encuentran a lo largo del paseo.
Al rato vuelve el gorrión con un pichoncito que se supone es su hijo, en vuelo por libre, su inseguro y vacilante volar lo delata, todavía carece de autonomía de vuelo, y es el gorrión adulto quien da rienda suelta al resto de alimento que había dejado en el suelo, lo recoge con su pico introduciéndolo en la boca abierta de su hijo, y seguí dejando trocitos hasta terminar, fué lo que duró la escena.
Todo esto me acabó de convencer de algo que siempre lo he tenido casi claro, no es necesario ir lejos para dejarse sorprender por aquello que nos ofrece la naturaleza, y cuantas veces ante ella cerramos los ojos a pesar de que nos ofrece detalles que de verdad merecen la pena y sin necesidad de viajar, cuando lo que tenemos al lado de casa tiene la capacidad de sorprender y nos ponemos de perfil o la ceguera nos inhabilita.