En invierno eran frecuentes los apagones sobre todo cuando había temporal, a veces el problema se solucionaba en un corto espacio de tiempo, otras podían tardar horas y horas, el unico inconveniente que suponía, era al llegar la noche ya que tal como no sucede hoy la dependencia de la corriente electrica en los hogares se limitaba a la visión nocturna o a la necesidad de escuchar la radio, aquel que la tenía, y poco mas, el frigorifico (y este sin congelador) y la lavadora tenían presencia de excepción testimonial.
Recuerdo aquellos apagones que se producían en las clases nocturnas que don José nos daba en la Alianza Aresana como complemento de las clases ordinarias a cambio de una pequeña paga, era el momento oportuno para que la clase en pleno procedíera a patear contra aque suelo de madera como di fuera un enorme tambor, ya que la oscuridad era la complicidad de la? que se? servían los causantes, asumido como normal el incidente salvo puntuales excepciones en que no había unanimidad y asi pillando al causante, no obstante por precaución el profesor guardaba en el cajón una vela, que alguna vez el mas travieso se la escondía en su ausencia.
Cuando el apagón sucedía estando en el hogar y durante la cena, el recurso era la vela o la llamada palmatoria (un baso de agua con aceite y sobre el una mariposa que dejaba el comefor en penumbra) y era ahí cuando surgía la magia y la inspiración fluyendo viejas historias sobre todo estando presente una vecina mayor que al vivir sola encontraba en este hogar compañia aun siendo un corto espacio de tiempo hasta que nos ibamos a dormir, suficiente para que diera lugar. a viejas historias reales unas fruto de la imaginación y otras del peso de tradición con dosis de misterio y de leyendas creibles o no pero generando así una escena mágica y de recogimiento que alimentaba la creatividad y a veces la piel de gallina.
Si duraba poco tiempo el apagón surgía en mi el desadosiego por el desaparecer de aquel momento mágico, sobre todo si a través de la chiminea llegaba el rumor de un fuerte viento que era su música de fondo.
Recuerdo aquellos apagones que se producían en las clases nocturnas que don José nos daba en la Alianza Aresana como complemento de las clases ordinarias a cambio de una pequeña paga, era el momento oportuno para que la clase en pleno procedíera a patear contra aque suelo de madera como di fuera un enorme tambor, ya que la oscuridad era la complicidad de la? que se? servían los causantes, asumido como normal el incidente salvo puntuales excepciones en que no había unanimidad y asi pillando al causante, no obstante por precaución el profesor guardaba en el cajón una vela, que alguna vez el mas travieso se la escondía en su ausencia.
Cuando el apagón sucedía estando en el hogar y durante la cena, el recurso era la vela o la llamada palmatoria (un baso de agua con aceite y sobre el una mariposa que dejaba el comefor en penumbra) y era ahí cuando surgía la magia y la inspiración fluyendo viejas historias sobre todo estando presente una vecina mayor que al vivir sola encontraba en este hogar compañia aun siendo un corto espacio de tiempo hasta que nos ibamos a dormir, suficiente para que diera lugar. a viejas historias reales unas fruto de la imaginación y otras del peso de tradición con dosis de misterio y de leyendas creibles o no pero generando así una escena mágica y de recogimiento que alimentaba la creatividad y a veces la piel de gallina.
Si duraba poco tiempo el apagón surgía en mi el desadosiego por el desaparecer de aquel momento mágico, sobre todo si a través de la chiminea llegaba el rumor de un fuerte viento que era su música de fondo.