Es el hermoso lugar en el que a finales de octubre, principios de noviembre, jugabamos a ser furtivos, el viejo castaño nos recibía cargado de frutos y nos permitía practicar, uno tirando piedras y el otro se agachaba para apañar, y de vez encuando asomarnos por si venía algún intruso que nos impidiera a tan avanzada edad, disfrutar como si fuéramos niños, que uno hasta el final nunca deja de serlo, o por su bien no debiera.