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La primera vez que fuí a la Coruña, tenía diez años, era el principio de la creativa década de los sesenta, en particular cuando nos referimos a la faceta musical.
Época de desarrollismo esperanzador con aires venidos de afuera y la emigración que en su ida y vuelta nos iba abriendo poco a poco los ojos
Fuimos en la pequeña tarrafa el Marengo, el maquinista era Riazor, no recuerdo quien iba en el puente, entre los niños que me acompañaban solo recuerdo a una de mis primas, se celebraba la competición de traineras, al parecer el Teresa Herrera, la participación de Ares no salió de testimonial, el regreso a Ares, unos pocos lo hicimos en un xeito.
Me fascinó teniendo la edad que tenía, el oleaje que impresionaba en las Marolas y la cantidad de aves marinas que en bandadas anárquicas y ruidosas revoloteaban entre riscos y acantilados en casi todo el recorrido, y no faltaron los delfines haciendo de escolta como buenos anfitriones del mar océano, ignoro si a día de hoy es posible se reproduzcan escenas semejantes, me temo una fauna voladora reducida a la mínima expresión ya me gustaría estar equivocado
Acercarse a la Coruña era un hecho excepcional para cualquier niño e incluso gente de mayor edad, como no se tuviera algún familiar o sucediera por algún caso de extrena urgencia.
La gente no tenía coche, la carretera sinuosa normal para aquel entonces, estaba disponible para los pocos privilegiados que se podian permitir el lujo de andar de acá para allá.
Los marineros eran la excepción, por razones obvias.
Época de desarrollismo esperanzador con aires venidos de afuera y la emigración que en su ida y vuelta nos iba abriendo poco a poco los ojos
Fuimos en la pequeña tarrafa el Marengo, el maquinista era Riazor, no recuerdo quien iba en el puente, entre los niños que me acompañaban solo recuerdo a una de mis primas, se celebraba la competición de traineras, al parecer el Teresa Herrera, la participación de Ares no salió de testimonial, el regreso a Ares, unos pocos lo hicimos en un xeito.
Me fascinó teniendo la edad que tenía, el oleaje que impresionaba en las Marolas y la cantidad de aves marinas que en bandadas anárquicas y ruidosas revoloteaban entre riscos y acantilados en casi todo el recorrido, y no faltaron los delfines haciendo de escolta como buenos anfitriones del mar océano, ignoro si a día de hoy es posible se reproduzcan escenas semejantes, me temo una fauna voladora reducida a la mínima expresión ya me gustaría estar equivocado
Acercarse a la Coruña era un hecho excepcional para cualquier niño e incluso gente de mayor edad, como no se tuviera algún familiar o sucediera por algún caso de extrena urgencia.
La gente no tenía coche, la carretera sinuosa normal para aquel entonces, estaba disponible para los pocos privilegiados que se podian permitir el lujo de andar de acá para allá.
Los marineros eran la excepción, por razones obvias.