Fue o no afortunado en aquella infancia, no depende de lo que digan los demás sino de quien lo ha experimentado.
Lo dejamos ahí, aquel niño que cuando despertaba al abrir la ventana veía como en la huerta de su casa bandadas de pájaros revoloteaban y que a día de hoy son noticia su presencia, venderlos, algún que otro jilguero, gorriones multitud, carrizos entre zarzal, y alguna que otra escribidora, Mariposas multicolores haciendo zig zaz entre las hierbas y flores salvajes de primavera, pega reboldana hoy protegida a riego de extinción, y al fondo pegado al muro que marcaba el límite con la casa del cura, bien guarnecido porque a la noche la alimaña salía a hacer su trabajo, raposo que en los arrabales en noches de luna llena se dejaban ver o bien en la playa coincidiendo en baja mar, pienso si en ceremonia de apareamiento, dejo esa duda.
Tardes noches de agosto mariposear de los murciélagos acudían al insectivoro festín, y la mariposa Esfinge que llamaría mariposón por semejante cabeza y que llamábamos roncón por que al mover de las alas roncaban, pese a su apariencia grotesca eran inofensivas, se slimentaban del néctar de las flores y pernoctaban bajo tierra durante el día, pese a su apariencia no molestaban a animales ni a seres humanos, alguna gamberrada que otra se hizo en el aula, cuando haciendo acopio de estos bichazos metidos en cajas de cartón se les dio rienda suelta y en su sonoro volar convirtió el aula en una fiesta, si pillaban a los causantes venía luego el reparto de estopa y no pasaba nada, esa generación no entendía de traumas y el tolerante don José lo sabía, tampoco es que se pasara poco más que unos amagos.
El tiempo corría en esos escenarios que el mismo tiempo iría a difuminar, porque todo aquellos ha desaparecido y lo que queda es testimonial y sus memorias nos evocan un pasado que no se repetirá por ausencia de los otros animalitos, los que incorporaban en el trigal y los que como plaga eran el efecto llamada para cientos de golondrinas que anidaban en los balcones de las casas
Había isectos si y los había por que se cultivaba y se abonaba a cielo sbierto
Y para acabar como empiezo confieso
Yo fui afortunado de aquella, entonces de niño y hasta mi juventud
Cuando vivía en Ares, hoy no sería igual.
Lo dejamos ahí, aquel niño que cuando despertaba al abrir la ventana veía como en la huerta de su casa bandadas de pájaros revoloteaban y que a día de hoy son noticia su presencia, venderlos, algún que otro jilguero, gorriones multitud, carrizos entre zarzal, y alguna que otra escribidora, Mariposas multicolores haciendo zig zaz entre las hierbas y flores salvajes de primavera, pega reboldana hoy protegida a riego de extinción, y al fondo pegado al muro que marcaba el límite con la casa del cura, bien guarnecido porque a la noche la alimaña salía a hacer su trabajo, raposo que en los arrabales en noches de luna llena se dejaban ver o bien en la playa coincidiendo en baja mar, pienso si en ceremonia de apareamiento, dejo esa duda.
Tardes noches de agosto mariposear de los murciélagos acudían al insectivoro festín, y la mariposa Esfinge que llamaría mariposón por semejante cabeza y que llamábamos roncón por que al mover de las alas roncaban, pese a su apariencia grotesca eran inofensivas, se slimentaban del néctar de las flores y pernoctaban bajo tierra durante el día, pese a su apariencia no molestaban a animales ni a seres humanos, alguna gamberrada que otra se hizo en el aula, cuando haciendo acopio de estos bichazos metidos en cajas de cartón se les dio rienda suelta y en su sonoro volar convirtió el aula en una fiesta, si pillaban a los causantes venía luego el reparto de estopa y no pasaba nada, esa generación no entendía de traumas y el tolerante don José lo sabía, tampoco es que se pasara poco más que unos amagos.
El tiempo corría en esos escenarios que el mismo tiempo iría a difuminar, porque todo aquellos ha desaparecido y lo que queda es testimonial y sus memorias nos evocan un pasado que no se repetirá por ausencia de los otros animalitos, los que incorporaban en el trigal y los que como plaga eran el efecto llamada para cientos de golondrinas que anidaban en los balcones de las casas
Había isectos si y los había por que se cultivaba y se abonaba a cielo sbierto
Y para acabar como empiezo confieso
Yo fui afortunado de aquella, entonces de niño y hasta mi juventud
Cuando vivía en Ares, hoy no sería igual.