ENTRE MORRIÑA Y NOSTALGÍA
Eran los años de finales del estraperlo, quizá fuera el año de 1950, cuando aquel hombre entonces niño, con toda su familia se dirigieron a Madrid, para poder encontrar una nueva vida, donde la dignidad y el trabajo, les pudieran dar una salida, aquellos penosos años, donde en su tierra gallega, no tenían posibilidades, de poder salir adelante, la familia la componían cuatros hermanos y sus padres, y el más joven que entonces tenía seis años, empezó a poder ir a un colegio, de los llamados nacionales, del barrio de Carabanchel. Aquellos años fueron duros, su padre empezó trabajando en la construcción, y pasado algún tiempo, logro abrir una frutería, para con su trabajo y el de su esposa, sacar aquella gran familia adelante, el niño más joven, recordaba a su tierra gallega, aunque solo era un chaval, pero en su mente y en su corazón, llevaba el recuerdo de aquellos campos verdes, de sus sendas casi siempre en laderas, de la humedad de su ambiente, de las brisas mañaneras, con su frío permanente, dentro y fuera del colegio, los demás compañeros le llamaban “El Gallego”, por su forma de hablar, y por sus sentimientos que no dejaba de expresarlos. Los años se fueron pasando por Madrid, y en su recuerdo aquel niño ya joven, seguía pensando en aquella tierra que le vio nacer, y de la que en su casa, se hablaba a diario, pero unas veces por falta de medios económicos, y otras por falta de tiempo, y a la vez de poderse alojar en aquel lugar de la Galicia Profunda, donde todos sus familiares, eligieron el camino de la emigración forzosa, unos en barcos mercantes, y otros buscando las tierras de la América Latina, para poder superar aquellos años, donde el trabajo escaseaba, y donde apenas los sueldos daban para comer. El joven de esta historia, se fue abriendo camino por Madrid, unas veces de dependiente en tiendas de ultramarinos, y otras en bares y restaurantes, que con el paso de los años, el mismo, sería el iniciador de su restaurante, con acento de Galicia, y de su comer y beber sin morriña, pero con el constante de pescados y mariscos de tan bonita tierra. Su forma de llevar el negocio, era fabuloso, sentía la voz de su tierra, y en la cocina de su restaurante, se vivía aquel ambiente de gallegos en Madrid, pero cocinando con mucho estilo y cariño. Aquel joven que ya era todo una persona responsable, por fin decidió, regresar a su tierra, para poder ver de primera mano, todos sus recuerdos que de niño allí había dejado, y con su esposa joven y también nacida en Galicia, en aquel mes de agosto del año 1978, se decidieron visitar, a todos aquellos lugares, que en su infancia, tanto le impactaron, y que después de 28, años, volvía a visitar. Fueron muchas las sorpresas, que tuvo en aquellos días, los pazos y casas donde el recordaba, a ver pasado por ellos, casi ninguno eran cómo él los pensaba, las calles estaban mucho más arregladas, y los puertos de mar, y sus costas, parecían haber cambiado de imagen y sus recuerdos de niño, no eran lo que en aquel momento se podía percibir, La Galicia rural ya no solo eran vacas pastando, y niños cuidando de ellas, se notaba otro sentimiento, que ni él sabía sí era bueno o no, intento hablar con sus viejos amigos de la niñez, pero fue imposible, ya que ninguno quedaba en aquel entorno, donde el paso sus primeros años, ahora echaba de menos, aquellos momentos que de niño le hablaban de meigas, con sus cielos de llovizna, y sus árboles siempre verdes. Pasados unos quince días, volvió de nuevo a Madrid, y de pronto su mente sintió, la voz de Galicia, los ecos de sus vecinos, las costumbres y tradiciones, de las que tanto se hablaba en su casa, cuando era un joven apodado “El Gallego”, y sus pensamientos y sentimientos, se llenaron de melancolía, y ya por siempre, le acompañarían, según él hasta el viaje final, siendo su forma de vivir, una lección de saber amar a su Galicia. G X Cantalapiedra.
Eran los años de finales del estraperlo, quizá fuera el año de 1950, cuando aquel hombre entonces niño, con toda su familia se dirigieron a Madrid, para poder encontrar una nueva vida, donde la dignidad y el trabajo, les pudieran dar una salida, aquellos penosos años, donde en su tierra gallega, no tenían posibilidades, de poder salir adelante, la familia la componían cuatros hermanos y sus padres, y el más joven que entonces tenía seis años, empezó a poder ir a un colegio, de los llamados nacionales, del barrio de Carabanchel. Aquellos años fueron duros, su padre empezó trabajando en la construcción, y pasado algún tiempo, logro abrir una frutería, para con su trabajo y el de su esposa, sacar aquella gran familia adelante, el niño más joven, recordaba a su tierra gallega, aunque solo era un chaval, pero en su mente y en su corazón, llevaba el recuerdo de aquellos campos verdes, de sus sendas casi siempre en laderas, de la humedad de su ambiente, de las brisas mañaneras, con su frío permanente, dentro y fuera del colegio, los demás compañeros le llamaban “El Gallego”, por su forma de hablar, y por sus sentimientos que no dejaba de expresarlos. Los años se fueron pasando por Madrid, y en su recuerdo aquel niño ya joven, seguía pensando en aquella tierra que le vio nacer, y de la que en su casa, se hablaba a diario, pero unas veces por falta de medios económicos, y otras por falta de tiempo, y a la vez de poderse alojar en aquel lugar de la Galicia Profunda, donde todos sus familiares, eligieron el camino de la emigración forzosa, unos en barcos mercantes, y otros buscando las tierras de la América Latina, para poder superar aquellos años, donde el trabajo escaseaba, y donde apenas los sueldos daban para comer. El joven de esta historia, se fue abriendo camino por Madrid, unas veces de dependiente en tiendas de ultramarinos, y otras en bares y restaurantes, que con el paso de los años, el mismo, sería el iniciador de su restaurante, con acento de Galicia, y de su comer y beber sin morriña, pero con el constante de pescados y mariscos de tan bonita tierra. Su forma de llevar el negocio, era fabuloso, sentía la voz de su tierra, y en la cocina de su restaurante, se vivía aquel ambiente de gallegos en Madrid, pero cocinando con mucho estilo y cariño. Aquel joven que ya era todo una persona responsable, por fin decidió, regresar a su tierra, para poder ver de primera mano, todos sus recuerdos que de niño allí había dejado, y con su esposa joven y también nacida en Galicia, en aquel mes de agosto del año 1978, se decidieron visitar, a todos aquellos lugares, que en su infancia, tanto le impactaron, y que después de 28, años, volvía a visitar. Fueron muchas las sorpresas, que tuvo en aquellos días, los pazos y casas donde el recordaba, a ver pasado por ellos, casi ninguno eran cómo él los pensaba, las calles estaban mucho más arregladas, y los puertos de mar, y sus costas, parecían haber cambiado de imagen y sus recuerdos de niño, no eran lo que en aquel momento se podía percibir, La Galicia rural ya no solo eran vacas pastando, y niños cuidando de ellas, se notaba otro sentimiento, que ni él sabía sí era bueno o no, intento hablar con sus viejos amigos de la niñez, pero fue imposible, ya que ninguno quedaba en aquel entorno, donde el paso sus primeros años, ahora echaba de menos, aquellos momentos que de niño le hablaban de meigas, con sus cielos de llovizna, y sus árboles siempre verdes. Pasados unos quince días, volvió de nuevo a Madrid, y de pronto su mente sintió, la voz de Galicia, los ecos de sus vecinos, las costumbres y tradiciones, de las que tanto se hablaba en su casa, cuando era un joven apodado “El Gallego”, y sus pensamientos y sentimientos, se llenaron de melancolía, y ya por siempre, le acompañarían, según él hasta el viaje final, siendo su forma de vivir, una lección de saber amar a su Galicia. G X Cantalapiedra.