AQUEL GALLEGO SIN MORRIÑA
En aquella tarde del mes de octubre del 2014, en el Centro de Mayores de La Huerta de La Salud de Hortaleza, aquel hombre con acento gallego, nos relató su vida de inmigrante. Sin contarnos demasiado el lugar de su nacimiento, solo nos explicó como salió de Galicia, para buscarse la vida, en los tiempos difíciles de los años cincuenta y tantos, y su forma de salir adelante, trabajando día y noche, y teniendo su negocio, para poder progresar, sin ir jamás a visitar su tierra, donde según el solo conoció la necesidad de poder vivir dignamente, al ser una familia numerosa, y faltar primero su padre, y al año y pico su madre, y con solo catorce años, llegar a Madrid, para entrar a trabajar en una bodeguilla, donde conocería muchas personas, que habían abandonado lo mismo que el otras partes de España. En aquella mesa de cuatro jubilados, jugando al tute, sin perder baza, estábamos cuatro hombres cada cual con su historia. Enfrente de mi estaba este hombre gallego, como le decíamos, y mi lado derecho, otro persona con su propia historia, que era en aquel momento directivo del Real Madrid. Y había sido en su vida laboral asentador del Mercado Central de Madrid. Pero aquel día el gallego tenía ganas de soltar su parrafada, y pronto explico. “No tengo familia directa en Galicia, ni nada que me ate aquella tierra donde nací. Mi esposa es de Levante, y allí si tengo mi pequeña fortaleza, un chalet, en El Campello, Alicante, donde apenas voy, solo mis hijos y nietos van por allí, y en Galicia, tierra que siempre lleve en mi memoria, no quiero volver allí, ya que solo recordar mi pasado infantil, es sufrir sin encontrar una sola persona que me recuerde, Y la morriña y su nostalgia, me sobran, quiero vivir libre de ataduras, y los pocos años que me queden, sentirme libre y sin recordar calamidades del pasado”. Aquella mesa de jubilados, más que una mesa de juego de cartas, parecía ser un confesionario, donde cada cual recordaba su llegada a Madrid capital, y sus primeros pasos llenos de incertidumbre, que les hacían sentirse bien en aquel momento de ser jubilados, con su piso y su segunda residencia, y poder vivir holgadamente, más los cuatro jubilados, tenían a sus hijos todos con carreras universitarias, y bien situados, sin pertenecer ninguno a ningún partido político, pero todos apreciando la libertad que se vivía en esos momentos, y el cambio tan grande de la sociedad actual. Y la vida despreocupada de la mayoría de jubilados, que solo se preocupaban por su salud, de aquella mesa de jugadores, hoy día faltan dos, quizá los años no perdonan, y uno de ellos el más afortunado en tener comodidades y dinero, hace cuatro años fallecía, diez días antes de morir, tranquilamente me dijo. “Tengo el corazón funcionando al 35, por ciento de su capacidad, creo que me quedan días de vida, te voy a regalar, tres barajas de cartas nuevas, sigue jugando, y desde el más allá te seguiré apreciando, y dile al gallego, que le tendré en mi memoria”. Aquel pronóstico se cumplía, y sin demora, llegó la mala noticia aquel Centro de Mayores, donde la mayoría de las personas sentimos su muerte, como la de algunos mayores más, D. E. P.
G X Cantalapiedra.
En aquella tarde del mes de octubre del 2014, en el Centro de Mayores de La Huerta de La Salud de Hortaleza, aquel hombre con acento gallego, nos relató su vida de inmigrante. Sin contarnos demasiado el lugar de su nacimiento, solo nos explicó como salió de Galicia, para buscarse la vida, en los tiempos difíciles de los años cincuenta y tantos, y su forma de salir adelante, trabajando día y noche, y teniendo su negocio, para poder progresar, sin ir jamás a visitar su tierra, donde según el solo conoció la necesidad de poder vivir dignamente, al ser una familia numerosa, y faltar primero su padre, y al año y pico su madre, y con solo catorce años, llegar a Madrid, para entrar a trabajar en una bodeguilla, donde conocería muchas personas, que habían abandonado lo mismo que el otras partes de España. En aquella mesa de cuatro jubilados, jugando al tute, sin perder baza, estábamos cuatro hombres cada cual con su historia. Enfrente de mi estaba este hombre gallego, como le decíamos, y mi lado derecho, otro persona con su propia historia, que era en aquel momento directivo del Real Madrid. Y había sido en su vida laboral asentador del Mercado Central de Madrid. Pero aquel día el gallego tenía ganas de soltar su parrafada, y pronto explico. “No tengo familia directa en Galicia, ni nada que me ate aquella tierra donde nací. Mi esposa es de Levante, y allí si tengo mi pequeña fortaleza, un chalet, en El Campello, Alicante, donde apenas voy, solo mis hijos y nietos van por allí, y en Galicia, tierra que siempre lleve en mi memoria, no quiero volver allí, ya que solo recordar mi pasado infantil, es sufrir sin encontrar una sola persona que me recuerde, Y la morriña y su nostalgia, me sobran, quiero vivir libre de ataduras, y los pocos años que me queden, sentirme libre y sin recordar calamidades del pasado”. Aquella mesa de jubilados, más que una mesa de juego de cartas, parecía ser un confesionario, donde cada cual recordaba su llegada a Madrid capital, y sus primeros pasos llenos de incertidumbre, que les hacían sentirse bien en aquel momento de ser jubilados, con su piso y su segunda residencia, y poder vivir holgadamente, más los cuatro jubilados, tenían a sus hijos todos con carreras universitarias, y bien situados, sin pertenecer ninguno a ningún partido político, pero todos apreciando la libertad que se vivía en esos momentos, y el cambio tan grande de la sociedad actual. Y la vida despreocupada de la mayoría de jubilados, que solo se preocupaban por su salud, de aquella mesa de jugadores, hoy día faltan dos, quizá los años no perdonan, y uno de ellos el más afortunado en tener comodidades y dinero, hace cuatro años fallecía, diez días antes de morir, tranquilamente me dijo. “Tengo el corazón funcionando al 35, por ciento de su capacidad, creo que me quedan días de vida, te voy a regalar, tres barajas de cartas nuevas, sigue jugando, y desde el más allá te seguiré apreciando, y dile al gallego, que le tendré en mi memoria”. Aquel pronóstico se cumplía, y sin demora, llegó la mala noticia aquel Centro de Mayores, donde la mayoría de las personas sentimos su muerte, como la de algunos mayores más, D. E. P.
G X Cantalapiedra.