AQUEL HOMBRE QUE ABANDONO SU TIERRA
Aquel hombre gallego que desde niño tuvo su casa en el campo, con sus vacas y su verde para alimentar a su ganado, sus hijos se marcharon a la ciudad y venían a visitarle de tarde en tarde, su esposa trataba de convencer a su marido, para que vendiera sus propiedades, y se marcharan con los hijos, sin pensarlo demasiado, este hombre gallego de pensamiento y actitudes, pensaba de vez en cuando, depende de como nos vaya la vida en esa ciudad, depende si logró un trabajo digno, y si la ganadería que dejo es bien tratada. No pasó demasiado tiempo, cuando una constructora le quería comprar su finca y su casa vieja, donde el hombre nació y se desenvolvió toda su vida, fueron días de pensarlo mucho, de mirar al horizonte donde el verdor inundaba todo, y su finca tenía sus prados que eran preciosos, su esposa con eco melodioso y nostálgico, le animaba a que vendiese sus propiedades, para comprarse un piso en esa ciudad donde trabajaban sus hijos, El hombre habló con el dueño de la constructora, y llegaron a un acuerdo, el dinero no era demasiado, el ganado lo vendería a sus vecinos, o al que le quisiera comprar del contorno, Todo fue rápido, el hombre aquel al abandonar su tierra, la morriña le llenaba su mente, aquel huerto que labró con esmero, aquella casa donde vio crecer a sus hijos le llenaban de nostalgia y melancolía, pero los tiempos le hacían cambiar de idea, ahora él depende era mucho más incierto, era caminar sin saber dónde está la linde del vecino, aquellos días de abandonar sus propiedades, de ver salir a sus vaquiñas de su cuadra, y sus cabras camino de no sé dónde, le parecían el fin de su vida de campesino ganadero, ya nunca más podría hablar con su ganado, ni mirar al huerto por si las lechugas se hacían grandes, todo lo iba a dejar sin poderse lamentar, era la forma de emigración que Galicia siempre tuvo, y él depende no era más que una exclamación al verse camino de un mundo nuevo. Aquella mañana de salir camino de esa ciudad, unas lágrimas salieron de sus ojos, sin poderlo remediar, era el hasta siempre que nunca le hubiera gustado lanzar al viento, era dejar atrás sus muchos años de trabajo y economía familiar, pero de sentirse gallego a fondo, sin ataduras ni complejos. El mañana dependía de su suerte, de que sus hijos no le fallaran, era un futuro sin respuesta. Pero soñando con la salud y la alegría de estar la familia unida. G X Cantalapiedra.
Aquel hombre gallego que desde niño tuvo su casa en el campo, con sus vacas y su verde para alimentar a su ganado, sus hijos se marcharon a la ciudad y venían a visitarle de tarde en tarde, su esposa trataba de convencer a su marido, para que vendiera sus propiedades, y se marcharan con los hijos, sin pensarlo demasiado, este hombre gallego de pensamiento y actitudes, pensaba de vez en cuando, depende de como nos vaya la vida en esa ciudad, depende si logró un trabajo digno, y si la ganadería que dejo es bien tratada. No pasó demasiado tiempo, cuando una constructora le quería comprar su finca y su casa vieja, donde el hombre nació y se desenvolvió toda su vida, fueron días de pensarlo mucho, de mirar al horizonte donde el verdor inundaba todo, y su finca tenía sus prados que eran preciosos, su esposa con eco melodioso y nostálgico, le animaba a que vendiese sus propiedades, para comprarse un piso en esa ciudad donde trabajaban sus hijos, El hombre habló con el dueño de la constructora, y llegaron a un acuerdo, el dinero no era demasiado, el ganado lo vendería a sus vecinos, o al que le quisiera comprar del contorno, Todo fue rápido, el hombre aquel al abandonar su tierra, la morriña le llenaba su mente, aquel huerto que labró con esmero, aquella casa donde vio crecer a sus hijos le llenaban de nostalgia y melancolía, pero los tiempos le hacían cambiar de idea, ahora él depende era mucho más incierto, era caminar sin saber dónde está la linde del vecino, aquellos días de abandonar sus propiedades, de ver salir a sus vaquiñas de su cuadra, y sus cabras camino de no sé dónde, le parecían el fin de su vida de campesino ganadero, ya nunca más podría hablar con su ganado, ni mirar al huerto por si las lechugas se hacían grandes, todo lo iba a dejar sin poderse lamentar, era la forma de emigración que Galicia siempre tuvo, y él depende no era más que una exclamación al verse camino de un mundo nuevo. Aquella mañana de salir camino de esa ciudad, unas lágrimas salieron de sus ojos, sin poderlo remediar, era el hasta siempre que nunca le hubiera gustado lanzar al viento, era dejar atrás sus muchos años de trabajo y economía familiar, pero de sentirse gallego a fondo, sin ataduras ni complejos. El mañana dependía de su suerte, de que sus hijos no le fallaran, era un futuro sin respuesta. Pero soñando con la salud y la alegría de estar la familia unida. G X Cantalapiedra.